La viejita Flora. Cortesía de su nieta Isis Cambeiro. |
Cuando tenía casi 13 años caí en una profunda depresión. Se me metió una “matraquilla”, o sea, una idea recurrente en mi mente. Me dio por pensar en la Muerte (Tanatofobia según Google) y en su inevitabilidad lo cual, a mi edad de entonces, no era aceptable ni comprensible para mí de ninguna de las maneras, por mucho que mis amigos y familiares se empeñaran en explicármelo y hacérmelo entender. Con la caída de la tarde me sumía poco a poco en pensamientos fúnebres terribles de los cuales no era capaz de escapar. Fueron días muy tristes para mí y marcaron mi vida para siempre. Mi mente era capaz de mostrarme mi entierro, cómo se veía mi cuerpo en el ataúd, como me introducían en la tumba, como revivía dentro de ella, sin posibilidad de rescate, etc. Tampoco aceptaba que un día mis padres fueran a morir. En fin, todo era terrorífico cuando llegaba la tarde. Y para más sufrimiento, justo en esos días mi padre me compró, con mucho sacrificio (como todo en Cuba desde 1959) y sin margen de escoger para gustos juveniles, unos zapatos carmelita de cuero, tipo Oxford (en Cuba, tipo Amadeo), buenísimos pero para mi gusto “de viejos”, que no hubo manera humana que me los quisiera poner, por más que me insistieran.
–Mira. La muerte es una cosa inevitable. Aquí
nadie -óyeme bien- nadie va a quedar para semilla. Todos nos vamos a morir
algún día. Lo que te está pasando es que estás cambiando de edad: te estás
convirtiendo de niño a joven. A algunos niños les da por jugar demasiado a la
pelota, a otros por pintar y a otros, por otras cosas o manías. Pero todos,
escúchame bien, absolutamente todos, nos moriremos algún día. Aquí nadie se
salvará -y sonrió- ni siquiera los ricos
o famosos.
Se tomó una pequeña
pausa, se tocó un poco el bigote y siguió:
–Tú lo que tienes
que pensar es que cuando llegue ese día, seguramente dentro de muchísimos años,
probablemente vas a dar una hojeada hacia atrás al libro de tu vida. Para aceptar
la muerte y morir en paz tienes que pensar en “a qué has venido a este mundo”.
A este mundo se viene a vivir y a crear, dejar una huella... Otros pasan por este mundo a sobrevivir, a
sufrir solamente, o sea, a comer mierda y eso si es triste.
Hizo otra pausa,
respiró profundamente y mirándome a los ojos me dijo:
–Piensa en tu
realización personal, en dejar huella, en tener familia. Tus hijos y tus obras
son los que perduran en el tiempo. Es la única fórmula para la inmortalidad. En
eso es en lo que tienes que pensar y hacer. Mira, tómate una pastillita de
estas diariamente a la hora del almuerzo, durante un par de semanas para que te
tranquilices un poco. Tu verás que eso que tienes se te quita y si no, vuelve y
seguimos hablando.
Salí de la consulta no
muy convencido pero con sus palabras en mi cabeza y la receta de la pastilla
supongo que antidepresiva. La tomé solo durante 3 días porque al llegar el fin
de semana vinieron unas pequeñas vacaciones y sucedió algo extraordinario. En
esos días me tocó pasarme dos o tres en casa de mis familiares en el barrio de
Los Pinos. Un día, de camino para la casa de mi tía Joaquina pasé por delante
de la casa de la viejita Flora. Como siempre, estaba sentada, meciéndose en su
sillón de madera, en el portal de su casa. Siempre se alegraba de verme y yo la
saludaba.
–Ven mijito, entra
–me dijo ese día con su peculiar hablar rápido y nervioso.
Abrí la pequeña reja
de hierro, entré y me senté en otro sillón junto a ella.
–A ver, cuéntame.
¿Qué tal la música? –me preguntó.
–La música muy bien
pero yo no y me han llevado a un psiquiatra.
–¡Ah ¿Síiii?! –me
dijo sorprendida– ¿Por qué? ¿Qué te pasa?
Le expliqué todo lo
que me estaba sucediendo y fue entonces que ella, la viejita Flora, ama de casa
toda su vida, mujer de pueblo, sin una gran cultura, me dio la fórmula mágica
para acabar con mis sufrimientos.
–Mira mijito, a ti
lo que te pasa es que tienes una “matraquilla” metida en la cabeza.
–¿Cómo? ¿Una “matraquilla”?
–Sí, esos
pensamientos que te vienen a la mente cada tarde y te torturan. Lo que tienes
que hacer cuando te vengan a la cabeza es decirle: ¡Pa’llá! ¡Pa’llá! ¡No quiero
pensar en eso! Entonces piensa enseguida en otra cosa y ponte a jugar o a hacer
algo. Tu verás cómo poco a poco, en unos días, se te quita la matraquilla.
Así lo hice. ¡Remedio
Santo! Ese día, a la hora de la “matraquilla” me pasé todo el tiempo diciéndole
a mi mente ¡Pa’llá! ¡Pa’llá! y pensé en otra cosa. A la siguiente tarde igual. No
pasaron ni dos días y…¡Se obró el milagro! Me curé sin pastilla. Pero tampoco
olvidé los consejos del psiquiatra gordo con bata blanca: Los objetivos de vida
que me marqué entonces los sobrecumplí. No obstante, todos los días, entre las
6 y las 8 de la tarde, me entra un ...no sé qué…
Octubre,
2021
Un placer leer sus memorias. A saber cuantos niños con problemas así, no tuvieron la oportunidad y la suerte de coincidir con gente como la señora FLORA. En todos los sitios hay una "FLORA" que puede ayudar, sólo hay que tener la suerte de topar con élla. Un saludo amigo Marcos...RODRIGO CARBALLEIRA...
ResponderEliminar