lunes, 7 de marzo de 2022

 Percusionista moderno

¡Qué lugarcito este Tata!
    Esta frase la pronunció un día el maestro Roberto Sánchez López (Tercer Clarinete y Clarinete Bajo) durante un ensayo de una obra de la llamada “música contemporánea”, “de vanguardia”, “moderna”, “nuevas músicas”, etc.  Por favor, no empecemos a discutir sobre el término.
    Nunca me he olvidado de mis viejos compañeros, profesores y colegas de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba. Los he extrañado mucho a lo largo de mis últimos años en España. Y por eso, a cada rato, recuerdo muchas anécdotas de mis 20 años de estancia en esa prestigiosa institución. Claro…de la que yo recuerdo…de la que yo fui miembro hace ya mucho tiempo.
    Recuerdo a todos los viejos profesores de mi juventud. Muchos fueron nuestros profesores.
    Pero para esta anécdota que quiero contar, me vienen a la mente tres de ellos en especial: Roberto Sánchez López, tercer Clarinete y Clarinete Bajo; Marcos Urbay Serafín, primer Trompetista; y el director de orquesta y destacadísimo compositor Felix Guerrero.
    Cuando yo entré en la OSN en el año 1972 se tocaba mucha “música contemporánea”. Semana sí y semana no, se estrenaba alguna obra de algún compositor cubano o extranjero de moda. Creo que estaba establecido, como política cultural interna, que cada director cubano, titular o invitado, debía tocar o estrenar alguna obra contemporánea de compositores nacionales. Generalmente los directores seleccionaban las que ellos consideraban merecedoras de ser tocadas y quizás, aquel antes mencionado, era el único filtro cuasi obligatorio.
    Pero los viejos maestros de la orquesta eran bastante reacios a ese tipo de “música rara”,”experimental”, que los obligaba a emplear técnicas de ejecución poco ortodoxas y sonidos ‘desagradables’, etc. El rechazo era mayor cuando se desarrollaba alguno de los festivales que anualmente se celebraban en La Habana. En esos festivales era cuando se tocaban más obras. La mitad de ellas bastante buenas o muy buenas y la otra mitad francamente muy malas e insoportables al oído y a toda comprensión y ejecución. Por eso el maestro Marcos Urbay las bautizó (supongo que se refería a los peores experimentos) como…¡MÚSICA DE PEJEPALO! El término se quedó para siempre en el anecdotario de los músicos sinfónicos cubanos. Al menos los de mi generación.
    Entonces, recuerdo que durante un Festival le tocó al viejo maestro Felix Guerrero dirigir un concierto de esos conciertos. A pesar de que era un director muy tradicional, dedicado más a la zarzuela y a la ópera, por algún motivo no le quedó más remedio que aceptar dirigir uno de ‘esos’ conciertos. Y también le tocó dirigir una ‘obrita’ de un compositor cubano bastante extraña y poco agradable. Para hablar en claro UN PEJEPALO de los gordos. Cuando llevábamos media hora ensayando el hastío de los músicos era total, los bostezos continuos y el PEJEPALO ¡insoportable! Entonces el maestro Guerrero, al darse cuenta de la situación dijo: …Señores, perdonen, pero Uds. saben que yo soy director de de 2 x 4 y Do mayor (compás y tonalidad de aparente sencillez musical), así que me perdonan…En ese momento se oyó la sufrida voz del maestro Roberto Sánchez que nunca hablaba:  …¡Ay Dios mío! ¡Qué lugarcito este Tata! 
    ¡Todos morimos de la risa!
Y yo todavía me estoy riendo! Muchas veces, ante la impotencia, en situaciones similares, me acuerdo de la dichosa frase: Ay Dios mío ¡Qué lugarcito este Tata!
    Maestro Sánchez, ¡que el Señor te bendiga dondequiera que estés!
 
Marcos Valcárcel Gregorio. Octubre 2014

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