lunes, 18 de octubre de 2021

Elena, la pianista de mi barrio



De izq. a der: Jorge, Marcos, Julio Valcárcel y Magaly, una vecina del edificio

            Cuando mi hermano y yo empezamos a estudiar música, a los 9 y 10 años respectivamente, mi padre tuvo la brillante idea de comprarnos un piano de uso tipo espineta, bastante extraño, pero sonaba, que al fin y al cabo era lo que interesaba. Probablemente fue el único piano en todo el barrio por muchos años. Y ahí en ese piano tocábamos los fines de semana cuando salíamos de pase del internado en que estudiábamos: la flamante Escuela Nacional de Arte (ENA). Pero en casa tocábamos lo que nos daba la gana y de oído. Nuestro repertorio consistía fundamentalmente de las canciones de los grupos pop de moda de entonces: The Beatles, Los Fórmula V, Los Bravos, Los Brincos, Paul Anka, etc. Mi hermano generalmente tocaba las melodías y yo los acompañamientos. Ya saben, tocábamos para los abuelos, los tíos, los vecinos y todo el que se asomara por la puerta de casa que casi siempre estaba abierta a la calle.        

            Uno de esos días apareció en la puerta de casa una señora de unos 50 años, mulata, gorda, con una parte de la cara hinchada o deformada, vestida con una bata de casa de florines barata y vieja, con una jaba de mandados de tela, en fin, un ama de casa de aspecto bastante pobre. No la conocíamos. Se quedó mirando y escuchando cómo mi hermano y yo tocábamos el piano. En una parada que hicimos nos preguntó si podía entrar y tocar el piano. Nosotros nos quedamos incrédulos con la señora porque no parecía pianista ni maestra, ni nada por el estilo. Le preguntamos si sabía tocar el piano y nos dijo que sí. La dejamos entrar en casa, dejó su jaba de mandados en el suelo, se sentó en el piano y comenzó a tocar. Y todos los que estábamos allí nos quedamos sorprendidos porque aquel piano comenzó a sonar como si lo tocara una profesional. Creo que lo primero que tocó fue una canción popular cubana.

            –Y Ud.… ¿dónde aprendió a tocar el piano?

            –Solita en mi casa.

            – ¿Cómo?

            –Sí. En mi casa del barrio de Marianao todas mis hermanas tocan el piano. Pero cuando me casé ya vine a vivir aquí en la Habana del Este.

            ¿Ud. tiene piano?

            –No, por eso cuando pasé por aquí oí el piano y me entraron ganas de tocar.

            – ¿Cómo Ud. se llama…en qué edificio vive?

            –Me llamo Elena y vivo en el Edificio 13 con mi marido que es albañil y mi hijo.

            –Pues siga tocando si quiere…

            Entonces Elena nos dio casi un recital.

            Ella lo mismo tocaba una Guaracha cubana, un Tango, un Bolero, una canción famosa, un Vals y lo que más nos llamaba la atención es que tocaba en varias tonalidades diferentes. Mi hermano y yo, que generalmente tocábamos en tonalidades fáciles, nos quedamos sorprendidos. Cuando tocaba un Son cubano se acompañaba de acordes y bajos a contratiempo en la mano izquierda, con tremenda efectividad.

            A partir de ese día Elena se hizo amiga de mi familia y especialmente de mi papá, que en muchas ocasiones la invitó a tocar en actividades culturales del barrio organizadas por él. Pero desgraciadamente mi padre no pudo ofrecerle más a Elena. Ella no podía dedicarse profesionalmente a la música porque solo tocaba de oído y no era capaz de leer una sola nota de música. ¡Ni falta que le hacía!

            Recuerdo un día, en uno de esos actos culturales que organizaba mi padre, estaba acompañando a una cantante y yo le dije que la canción a interpretar estaba en Mi bemol mayor a lo que ella me contestó:

            –Mijito, yo de eso no sé. Que empiece a cantar y yo la sigo…

¡Y así fue! La cantante empezó a cantar y cuando Elena puso las manos en el piano, cayó directo en la tonalidad. ¡Elena tenía oído absoluto! ¡Ja Ja Ja! Un fenómeno de músico aficionado.

            Pero Elena siguió su vida junto a su marido albañil y su hijo. Hace muchos años se enfermó y falleció. Elena nunca pudo tener su piano.

            EPD Elena. Nunca olvidaré sus enseñanzas.


sábado, 16 de octubre de 2021

Carmine Coppola en La Habana

 



What the fuck are you doing?!!...”

Así recuerdo la expresión. Eso fue lo que me gritó Carmine Coppola  (padre de F.F. Coppola) en el segundo ensayo de su primer concierto en La Habana al frente de la Sinfónica Nacional de Cuba.*  La presencia de la familia Coppola en Cuba era un acontecimiento en medio de las siempre conflictivas relaciones políticas y de todo tipo (ya duran más de 60 años) entre los gobiernos de EE.UU. y Cuba y viceversa. Por eso el concierto de Coppola padre era casi un asunto de estado. El concierto, enmarcado dentro de las actividades del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, se haría en la sala Avellaneda del llamado Teatro Nacional de Cuba enclavado en la famosa Plaza de la Revolución con todas las facilidades solicitadas por los invitados.

Para este primer concierto de dos horas de duración se hicieron dos ensayos de cuatro horas en dos mañanas seguidas. Como era habitual en la Cuba de entonces, nos enteramos de la música a tocar el mismo día del primer ensayo. En el atril me encontré un libraco grueso y rojo supuestamente con la música en orden de ejecución. Era un como una “suite” en dos partes en forma de “collage” de música de cine compuesta por Carmine Coppola para las películas de su hijo, mezcladas con otras músicas relativas al cine. Naturalmente que empezaba como con una especie de obertura tipo Hollywood.

Sucedió que era necesario un baterista y para eso el director titular de la orquesta, el maestro Duchesne, recomendó a Guillermo Barreto, baterista muy bueno y de amplia experiencia en esos menesteres. Pero resultó que estaba enfermo y entonces vino otro baterista, muy bueno, pero que era muy mal lector a primera vista. Yo, enseguida le advertí al maestro Duchesne que ese baterista, que repito era muy bueno, no iba a poder con el libraco y los saltos de páginas además de los pocos ensayos para tanta música. Tal como lo había pronosticado, el pobre no dio pie con bola durante el primer ensayo. Terminado este, a la salida del edificio veo que el maestro Coppola estaba muy molesto con algunos músicos (entre ellos el baterista) y pedía cambios para el segundo ensayo:

You fix this or tomorrow I'm going fucking California!!! –le oí decir enfadado ante la cara del inspector de la orquesta Mario Gorostiza y del maestro Duchesne. Este viró la cara, me vio a mí y se acercó. ¿Qué hacemos? me preguntó. Yo me encogí de hombros y me cagué porque sabía lo que me venía encima. ¿Podrás hacerlo tú?, me volvió a preguntar. Y yo, que he sido muy atrevido en mi vida profesional y que en aquellos momentos me comía el mundo, me volví loco y le dije que sí. Quedaba solo un ensayo. Volví a entrar en el teatro y cogí la partitura del baterista, le eché una hojeada y me dio la impresión que no era un típico papel de baterista sino más bien de percusión, o sea, bombo caja y platillo. Y de tan atrevido que yo era, también era muy confiado. Entonces dejé la partitura en el teatro. Total, en casa no tenía Batería y después del almuerzo apurado del día iba a tener que seguir trabajando en un conservatorio y no llegaría a casa hasta bien entrada la noche. Así que...mañana sería otro día, pensé.

Al otro día traté de llegar temprano al ensayo, en medio de las dificultades del transporte urbano. Llegué al teatro y armé la batería. El papel que yo había ensayado lo haría otro percusionista de la orquesta. Empezó el ensayo y todo iba bastante bien, entre interrupciones normales e indicaciones del director. Continuaba el maestro su ensayo y AQUÍ es cuando me encuentro con un salto de página de la 88 a la 107, por ejemplo, y lo que seguía no era ni más ni menos que la entrada de tambores de la famosa cabecera de las películas de la 20th Century FOX - Metro-Goldwyn-Mayer:

Rrrran pan... Rrrran pan...Rrrrrrrrrrrrrrrrr...Rrrran pan y las trompetas, tat taratá, etc.

¿Qué pasó? ¿Q U É   P A S O O O Ó? Que cuando el maestro bajo la mano para dar la entrada de tambor el pobre Marquito (menda) todavía estaba pasando la página y nadie tocó y se quedó con las manos sin música, una de las peores cosas que le puede pasar a un director.

Ahí el maestro metió un manotazo en el atril y espetó:

–Where is the fucking drummer?? What the fuck are you doing?!!...”

Déjenme decirles que tal parecía que el que me lo gritaba era el mismísimo "Godfather" de la mafia. Yo me debatía entre la vergüenza propia y ante mis compañeros. Tauro al fin, no sabía si tirarle la silla por la cabeza o...someterme a la ortodoxia de la disciplina colectiva del debido respeto al MAESTRO que mi profesor Aragú me había inculcado. Todo eso en cinco segundos. Al final opté por lo último. Bajé cabeza y le dije:

Excuse me sir. It will not happen again

Gruñó el maestro, bajó la vista a la partitura y continuó el ensayo. Yo sabía que a mí ya no me podría sustituir. ¡No habría más ensayos!

Si le hubiera dicho otra cosa no hubiera podido más levantar la cabeza en Cuba.

Esa noche, llegué al teatro dos horas antes del concierto. Ya en casa había estado revisando bien el dichoso libro. Lo volví a revisar y marqué todas las entradas lo mejor que pude. Felizmente el concierto fue un éxito y no tuve ningún tropiezo. El maestro Duchesne me felicitó.

Un año más tarde tuve la suerte de reivindicarme en mi fuero interno. Volvió a Cuba el maestro Carmine Coppola para dirigir un concierto. Esta vez la música duraba casi cuatro horas porque íbamos a acompañar una película silente: “Napoleón”. La música también era un “collage” entre música propia de C. Coppola y otros compositores. Entre esas partes estaba un fragmento del cuarto movimiento de la Sinfonía Fantástica de Berlioz en donde intervienen dos timpanistas en combinación. En el arreglo de C. Coppola este unió las dos partes de Timpani en una sola. Me tocó tocar ser el timpanista de ese concierto. En el primer ensayo, al terminar el fragmento en el que yo toqué las dos partes sintetizadas en una, paró el ensayo y me miró quitándose las gafas y alzando la ceja del ojo derecho. Me volví a cagar otra vez al sentir la mirada del “Godfather”. Pero acto seguido miró a la orquesta y les dijo:

– ¿Saben una cosa? Normalmente eso lo tocan entre dos timpanistas y él lo ha hecho muy bien. Y con la misma, siguió ensayando.

Y yo les cuento que no era nada difícil. Pero me sentí muy halagado. Nada,...cosas que tiene el oficio.

Marcos M. Valcárcel Gregorio Octubre de 2021.

*ORQUESTA SINFONICA NACIONAL DE CUBA.  Concierto.  Carmine Coppola, director.  La Habana, Teatro Nacional, Sala Avellaneda,  jul. 31, ag. 1, 1987.  

 

 

domingo, 10 de octubre de 2021

La viejita Flora

La viejita Flora. Cortesía de su nieta Isis Cambeiro.





        Cuando tenía casi 13 años caí en una profunda depresión. Se me metió una “matraquilla”, o sea, una idea recurrente en mi mente. Me dio por pensar en la Muerte (Tanatofobia según Google) y en su inevitabilidad lo cual, a mi edad de entonces, no era aceptable ni comprensible para mí de ninguna de las maneras, por mucho que mis amigos y familiares se empeñaran en explicármelo y hacérmelo entender. Con la caída de la tarde me sumía poco a poco en pensamientos fúnebres terribles de los cuales no era capaz de escapar. Fueron días muy tristes para mí y marcaron mi vida para siempre. Mi mente era capaz de mostrarme mi entierro, cómo se veía mi cuerpo en el ataúd, como me introducían en la tumba, como revivía dentro de ella, sin posibilidad de rescate, etc. Tampoco aceptaba que un día mis padres fueran a morir. En fin, todo era terrorífico cuando llegaba la tarde. Y para más sufrimiento, justo en esos días mi padre me compró, con mucho sacrificio (como todo en Cuba desde 1959) y sin margen de escoger para gustos juveniles, unos zapatos carmelita de cuero, tipo Oxford (en Cuba, tipo Amadeo), buenísimos pero para mi gusto “de viejos”, que no hubo manera humana que me los quisiera poner, por más que me insistieran.


        Mis padres pensaron que aquello que me pasaba sería algo pasajero, que pronto lo olvidaría y seguiría siendo el niño alegre y retozón de siempre. Pero aquello se extendió por semanas y hasta meses, hasta que decidieron pedir ayuda médica. Hablaron con mis responsables en el internado en que estudiaba (la Escuela Nac. de Arte de La Habana, ENA) y estos me llevaron a una consulta psiquiátrica de un doctor gordo, con bigote, fumándose un tabaco, con bata blanca y pluma en el bolsillo, que me recibió sentado detrás de una mesa tipo escritorio de abogado, lleno de libros a ambos lados, etc. El doctor me preguntó por lo que me pasaba y yo le expliqué lo mejor que pude. En seguida detectó mi problema. Después de pensar un poco me miró con su cara tipo García Márquez y me dijo tranquilamente:

      –Mira. La muerte es una cosa inevitable. Aquí nadie -óyeme bien- nadie va a quedar para semilla. Todos nos vamos a morir algún día. Lo que te está pasando es que estás cambiando de edad: te estás convirtiendo de niño a joven. A algunos niños les da por jugar demasiado a la pelota, a otros por pintar y a otros, por otras cosas o manías. Pero todos, escúchame bien, absolutamente todos, nos moriremos algún día. Aquí nadie se salvará -y sonrió-  ni siquiera los ricos o famosos.

        Se tomó una pequeña pausa, se tocó un poco el bigote y siguió:

        –Tú lo que tienes que pensar es que cuando llegue ese día, seguramente dentro de muchísimos años, probablemente vas a dar una hojeada hacia atrás al libro de tu vida. Para aceptar la muerte y morir en paz tienes que pensar en “a qué has venido a este mundo”. A este mundo se viene a vivir y a crear, dejar una huella...  Otros pasan por este mundo a sobrevivir, a sufrir solamente, o sea, a comer mierda y eso si es triste.

        Hizo otra pausa, respiró profundamente y mirándome a los ojos me dijo:

        –Piensa en tu realización personal, en dejar huella, en tener familia. Tus hijos y tus obras son los que perduran en el tiempo. Es la única fórmula para la inmortalidad. En eso es en lo que tienes que pensar y hacer. Mira, tómate una pastillita de estas diariamente a la hora del almuerzo, durante un par de semanas para que te tranquilices un poco. Tu verás que eso que tienes se te quita y si no, vuelve y seguimos hablando.

        Salí de la consulta no muy convencido pero con sus palabras en mi cabeza y la receta de la pastilla supongo que antidepresiva. La tomé solo durante 3 días porque al llegar el fin de semana vinieron unas pequeñas vacaciones y sucedió algo extraordinario. En esos días me tocó pasarme dos o tres en casa de mis familiares en el barrio de Los Pinos. Un día, de camino para la casa de mi tía Joaquina pasé por delante de la casa de la viejita Flora. Como siempre, estaba sentada, meciéndose en su sillón de madera, en el portal de su casa. Siempre se alegraba de verme y yo la saludaba.

        –Ven mijito, entra –me dijo ese día con su peculiar hablar rápido y nervioso.

        Abrí la pequeña reja de hierro, entré y me senté en otro sillón junto a ella.

        –A ver, cuéntame. ¿Qué tal la música? –me preguntó.

        –La música muy bien pero yo no y me han llevado a un psiquiatra.

        –¡Ah ¿Síiii?! –me dijo sorprendida– ¿Por qué? ¿Qué te pasa?

        Le expliqué todo lo que me estaba sucediendo y fue entonces que ella, la viejita Flora, ama de casa toda su vida, mujer de pueblo, sin una gran cultura, me dio la fórmula mágica para acabar con mis sufrimientos.

        –Mira mijito, a ti lo que te pasa es que tienes una “matraquilla” metida en la cabeza.

        –¿Cómo? ¿Una “matraquilla”?

        –Sí, esos pensamientos que te vienen a la mente cada tarde y te torturan. Lo que tienes que hacer cuando te vengan a la cabeza es decirle: ¡Pa’llá! ¡Pa’llá! ¡No quiero pensar en eso! Entonces piensa enseguida en otra cosa y ponte a jugar o a hacer algo. Tu verás cómo poco a poco, en unos días, se te quita la matraquilla.

        Así lo hice. ¡Remedio Santo! Ese día, a la hora de la “matraquilla” me pasé todo el tiempo diciéndole a mi mente ¡Pa’llá! ¡Pa’llá! y pensé en otra cosa. A la siguiente tarde igual. No pasaron ni dos días y…¡Se obró el milagro! Me curé sin pastilla. Pero tampoco olvidé los consejos del psiquiatra gordo con bata blanca: Los objetivos de vida que me marqué entonces los sobrecumplí. No obstante, todos los días, entre las 6 y las 8 de la tarde, me entra un ...no sé qué…

                                                    Octubre, 2021

 

 

  50 años y antes que termine el año. (2020)                                De izq. a der: Maestro Guillermo Cortina, Marcos M. Valcárcel, R...