Reflexiones de gimnasio 2
Observando a mis colegas.
Desde el primer día que asistí
al gimnasio me puse a observar a todos mis compañeros y compañeras de rutinas y
sus comportamientos. A mi gimnasio asisten personas de todas las edades y
condiciones. Los supongo trabajadores, funcionarios, médicos, abogados, dueños de negocios,
jubilados y estudiantes, los cuales disfrutan de diferentes tipos de aparatos y
artilugios aconsejados según experiencias y edades.
Les cuento un poco. El primer
día que entré en las taquillas di los buenos días y nadie me contestó; por el
contrario, algunos me miraron con cara de “este bicho de donde salió”. Cada
cual estaba a lo suyo. Los más jóvenes, con caras de expertos, llenos de
energías; mientras que los más viejos con su calma, sus dolores y sus
pensamientos encima. Alguno de todos,
más exhibicionista que otros.
Ya, entrando en funciones vi distintos
comportamientos. Normalmente casi nadie habla con nadie y lo entiendo, porque
al menos yo, voy a lo que voy y tampoco hablo con nadie.
Lo que más me llamó
poderosamente la atención es que muchos no pueden separarse del móvil ni
haciendo ejercicios. Algunos de ellos se ponen la ropa deportiva, entran a la
sala y se sientan cómodamente a mirar el móvil y de vez en cuando, se acuerdan
que fueron a entrenarse. Otros hacen sus
rutinas y en vez de darle oportunidad a otros, se quedan placenteramente
sentados en el aparato, embelesados mirando el móvil interrumpiendo e
impidiendo las rutinas de los demás. Hay otro que parece que es un jefe de
negocio, porque mientras pedalea en la elíptica se le escucha dando órdenes y
consignas telefónicas. En fin…
Hay un señor que yo
internamente le llamo Salustiano y al cual yo admiro mucho por su constancia y
deseos de vivir. Debe tener al menos 80 años. Cuando yo llego sobre las 12 del
día ya él se está duchando para marcharse después de haber estado haciendo
fundamentalmente Cinta. Mientras se ducha, deja toda la ropa fuera de la
taquilla, ocupando el espacio de tres, como si fuera su casa.
Hay dos hermanas que parecen
jimaguas y las dos parecen modelos. Son muy simpáticas al parecer. Van juntas y
pasan un par de horas ejercitándose.
Hay otra, debe tener unos 50
años, muy pija (me encantan las pijas) que llega al gimnasio casi todos los
días, vestida con trajecito y zapatos de tacón forrados, tiene aspecto de
ejecutiva. Se cambia de ropa, hace media hora de cinta (mirando los chismes de
una televisora), y otra media hora de artilugios. Termina y se va, sin mirar a
ningún lado ni a nadie. Tiene tipo de dueña de algún negocio cercano. Me
encanta.
Hay un viejo, que, si lo
soplan, de lo flaco que está, sale volando. Ese hace un poquito de todo,
salteado, según se le vaya ocurriendo, sin ningún orden y después hace media
hora de yoga en el suelo y termina.
Hay una que llega ya
directamente vestida para hacer media hora de Cinta. Luce pelazo negro y un
cuerpo muy bonito y sus movimientos semejan a una modelo en la pasarela. Como
mismo llega, se va.
Hay un aparato que son unas
escaleras y es bastante fuerte. Bueno, pues hay una señora que solamente hace
eso durante una hora y cuando termina no hace más nada; se va.
Hay algunos jóvenes que, por
el olor que desprenden, parecen que no se han duchado en una semana.
Hay una señora gorda que viene
al gimnasio con pantalón-saya, como las tenistas, y se coge los ejercicios con
mucha, pero con muchísima calma. Se pasa todo el tiempo caminando por las
distintas áreas. Al menos yo la veo así cada vez que echo una mirada alrededor.
Me pregunto a qué viene. Pero, en fin, cada cual con su locura.
Hay algunos que cada vez que
terminan una serie de 20 repeticiones en un aparato, se trasladan al otro
caminando como si hubieran hecho 200.
Hay otros y otras a los cuales
yo los llamo ¡¡¡toca c……!!! ¿Por qué? Porque a mi me recomendaron al principio
un orden de aparatos a hacer diariamente y las frecuencias. Pues estos
camaradas los hacen en el orden que les da la gana y se te “atraviesan” en tu
camino. Yo les huyo.
Y luego, hay un instructor que
cuando da sus clases en una pista externa, pone la música muy alta y forma
tremenda gritería.
Y, por último, para no
cansarlos, hay un viejo como de 70 años aproximadamente, medio gordo, con media
calva, barrigoncito, que llega al gimnasio, con sus camisetas de colores y
letreros llamativos, se pone a oír música con sus auriculares (no inalámbricos)
y anda observando a todo el mundo; el tipo se cree que es una mezcla de Kevin
Costner con La Roca. Habla poco, pero es muy orgulloso; va por ahí diciéndole a
todo el mundo que es músico y que ha tocado con y en sepetecientos lugares. No
sé qué se cree. ¡Ja Ja Ja!
En fin, es el mundo de los
gimnasios en donde, eso sí, casi todo el mundo va a buscar salud y bienestar.
Yo al menos estoy muy contento. Por cierto: ya todos me contestan los buenos
días.
Si alguien se reconoce aquí,
que no se lo tome a mal. Este escrito es un pequeño homenaje a mis colegas
gimnásticos a los cuales, en el fondo, les tengo mucha admiración.
No pierdan tiempo y apúntense
a un gimnasio. Se pasa muy bien y se sale nuevo.
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