Un recuerdo para El Combo de Guanabacoa.
La Habana. Año 1967.
A mi padre Marco A. Valcárcel Domínguez, siendo director del conservatorio “Guillermo Tomás” de Guanabacoa, La Habana, se le ocurrió crear un Combo de Música Popular formado por jóvenes alumnos al cual nombró Combo de Guanabacoa. Yo tuve la suerte de formar parte de ese Combo, aunque no era alumno del nombrado conservatorio. En aquel año mi hermano Jorge y sobre todo yo, le habíamos pedido a nuestros padres que nos dieran un respiro del internado (la Escuela Nacional de Arte, ENA) y complaciéndonos nos matricularon en el conservatorio “Amadeo Roldán”, en régimen externo, pero prácticamente con la misma calidad de profesores que en la ENA. De ahí que yo “hijo de gato” formé parte del Combo como pianista. Aunque yo estudiaba Percusión, me defendía suficientemente en el piano gracias a las clases que había recibido en la ENA.
De izq. a der: William Sánchez, Román, Marcos M. Valcárcel Gregorio, Pedro Núñez, Jorge Reyes, Frank Bejerano, Francisco Peñalver y mi papá Marco A. Valcárcel.
Aquel Combo lo formaron
alumnos que años más tarde se convertirían en su mayoría en grandes músicos y
profesores.
Veamos la lista, por orden alfabético:
Ana Gloria Pérez (Pegui) – Cantante.
Delfina Acay – Cantante.
Francisco Peñalver - Saxo alto.
Frank Bejerano – Batería.
Jorge Rubio – Trompeta.
Jorgito Reyes - Bajo eléctrico.
Lazarita. Cantante.
Marcos M. Valcárcel – Piano.
Paquito Tomás – Trompeta.
Pedro Núñez “Buenoqué” - Cantante.
Raúl Huerta – Organeta y cantante.
Román – Guitarra y cantante.
William Sánchez - Guitarra prima.
En esa época no teníamos organeta ni piano eléctrico. Había que tocar en pianos acústicos. El problema es que ensayábamos en los pianos del conservatorio afinados y después, en las actuaciones generalmente los pianos que nos ponían estaban desafinados, ¡medio tono o un tono bajo! O sea, que el pianista -este menda- tenía que tocar transportando ya que era más fácil que tener que adaptar y desafinar todos los demás instrumentos. Gracias a eso adquirí cierta habilidad para transportar a otras tonalidades. De todo se aprende.
El repertorio que tocábamos estaba formado por canciones de Los Beatles (A Hard Day’s Night, And I Love Her, Any Time At All), Los Brincos (Un Sorbito de Champagne), Los Fórmula V (Cuéntame, Eva María se Fue), Juan y Junior (Anduriña), La Orquesta Cubana de Música Moderna (Pastilla de Menta, El Manisero y Guantanamera), y piezas por el estilo. Música cubana, poca, la verdad. Y mi padre incluyó un par de caprichos suyos: Abril en Portugal, en tiempo de Fox Trox y la sambita Eu Vou Pra Maracangalha de Dorival Caimmi; esta última nos la montó un músico cubano, César Sánchez, que había actuado por Sudamérica. Sinceramente, estas dos últimas a nosotros no nos gustaban. Pero en donde quiera que las tocábamos ¡tenían un éxito tremendo!
Veamos la lista, por orden alfabético:
Ana Gloria Pérez (Pegui) – Cantante.
Delfina Acay – Cantante.
Francisco Peñalver - Saxo alto.
Frank Bejerano – Batería.
Jorge Rubio – Trompeta.
Jorgito Reyes - Bajo eléctrico.
Lazarita. Cantante.
Marcos M. Valcárcel – Piano.
Paquito Tomás – Trompeta.
Pedro Núñez “Buenoqué” - Cantante.
Raúl Huerta – Organeta y cantante.
Román – Guitarra y cantante.
William Sánchez - Guitarra prima.
En esa época no teníamos organeta ni piano eléctrico. Había que tocar en pianos acústicos. El problema es que ensayábamos en los pianos del conservatorio afinados y después, en las actuaciones generalmente los pianos que nos ponían estaban desafinados, ¡medio tono o un tono bajo! O sea, que el pianista -este menda- tenía que tocar transportando ya que era más fácil que tener que adaptar y desafinar todos los demás instrumentos. Gracias a eso adquirí cierta habilidad para transportar a otras tonalidades. De todo se aprende.
El repertorio que tocábamos estaba formado por canciones de Los Beatles (A Hard Day’s Night, And I Love Her, Any Time At All), Los Brincos (Un Sorbito de Champagne), Los Fórmula V (Cuéntame, Eva María se Fue), Juan y Junior (Anduriña), La Orquesta Cubana de Música Moderna (Pastilla de Menta, El Manisero y Guantanamera), y piezas por el estilo. Música cubana, poca, la verdad. Y mi padre incluyó un par de caprichos suyos: Abril en Portugal, en tiempo de Fox Trox y la sambita Eu Vou Pra Maracangalha de Dorival Caimmi; esta última nos la montó un músico cubano, César Sánchez, que había actuado por Sudamérica. Sinceramente, estas dos últimas a nosotros no nos gustaban. Pero en donde quiera que las tocábamos ¡tenían un éxito tremendo!
De pie: William Sánchez, Marcos M. Valcárcel Gregorio, Román. Sentados: El primero, no me acuerdo, Frank Bejerano y Raúl Huerta.
Tocábamos fundamentalmente en centros de trabajo, centros estudiantiles, teatros y alguna vez nos invitaron a la TV, pero… no llegamos actuar, porque la directora de aquel programa dijo que con melenas (en realidad eran melenitas) no podíamos salir en la TV, que teníamos que pelarnos. Y mi padre le contestó que NO y dirigiéndose a nosotros nos dijo:
–¡Recojan y vámonos! –. Y, con disgusto, nos fuimos.
Siempre nos movíamos en una furgoneta pequeña descapotable que por aquellos años en Cuba se llamaban “polaquitas”. Instrumentos y músicos-estudiantes íbamos detrás al aire libre y los jefes delante, bajo techo. Aquellas eran unas aventuras juveniles formidables.
Un día fuimos a actuar en un Círculo Social perteneciente a un centro laboral. Los asistentes empezaron su fiesta a base cervezas, rones, etc. Al final de la fiesta, durante nuestra actuación, comenzó una bronca descomunal a botellazos, pedradas, sillas, palos, etc. Y mi padre nos dio el grito de guerra:
–¡Recojan todo y a la polaquita!
Pero la bronca se trasladó a las afueras del local y los contendientes empezaron a combatir con cuantos utensilios se encontraban, ¡incluyendo nuestros instrumentos! Platillos, atriles, estuches, etc. Y mi padre se empezó a fajar también. Un tipo lo amenazó con un atril de platillo nuestro y mi padre cogió un ladrillo para defenderse. Después de recuperar todo lo que pudimos, tuvimos que frenar a mi padre entre cuatro y casi cargarlo para la polaquita que ya arrancaba. En eso sonó un tiro de un guardia que disparo al aire, pero ya nuestro vehículo y nosotros habíamos doblado la esquina a toda velocidad. ¡Ja Ja Ja!
En otra ocasión fuimos a actuar a Nueva Gerona, la capital de la Isla de la Juventud, al sur de Cuba, supuestamente invitados por el gobierno municipal. Fuimos en avión y llegamos al aeropuerto. Pero allí no había nadie esperándonos y el gobierno local nos dijo que no sabían nada de nada y se desentendió de nosotros. Así, nos quedamos tirados en una calle de la pequeña ciudad, mientras que nuestros responsables, mi padre y Juan, el administrador del conservatorio se ocupaban de resolver el problema. Ya a la noche, después de algunas horas y gestiones, nos mandaron a albergarnos en… ¡un reformatorio para delincuentes menores!, cerca de la playa Bibijagua. Allí nos llevaron. Los pelos se nos pusieron de punta. Aquellos “menores” estaban MUY FEOS, pelados al rape y llenos de cicatrices por todos lados, producto de broncas a machetazos, cuchilladas, etc. Parecían verdaderos asesinos. Nos cagamos. Pero allí nos metieron en unas habitaciones, similares a las que ellos usaban, con unas literas que tenían bastidores hechos con telas de sacos de azúcar. O sea, casi nos sentimos como unos delincuentes más.
------------------------------
Haciendo un aparte de este relato, años después, formando parte de un grupo folclórico gallego, asistí a un festival de folk en la Bretaña francesa y nos hospedaron en una escuela que tenía las mismas literas de madera con casi los mismos bastidores. Mi habitación parecía un zulo.
------------------------------------
Pero para sorpresa de nosotros, todo nos fue muy bien y aquellos jóvenes “delincuentes” se portaron maravillosamente con nosotros y se mostraron muy agradecidos de tenernos allí y que además tocáramos para ellos. Por las mañanas nos íbamos a la playa cercana y los 3 ó 4 días que allí estuvimos comimos muy bien. Por supuesto en esos días, también nos organizaron actuaciones en la calle y en un teatro. Una experiencia increíble. Todo se arreglo gracias al optimista de mi padre que se metía por el ojo de una aguja.
Tuvimos muchas más experiencias y habría muchas más anécdotas de este Combo: Un toro que nos embistió en campo abierto y tuvimos que refugiarnos en una pequeña caseta dejando sin querer al viejo Juan, el administrador, fuera. ¡Del susto se acordó de todas nuestras madres! Por suerte, salió ileso.
Lo cierto es que aquel Combo, aquella experiencia, que duró aproximadamente un par de años, nos sirvió muchísimo a todos aquellos jóvenes como práctica musical y escénica. Aprendimos a tocar un poco de todo lo que NO nos enseñaban en las academias y conocimos por primera vez la “vida de músico”. Aprendí más de Armonía musical que en las clases del conservatorio. Muchos años más tarde apliqué esas experiencias en mis clases de Armonía, combinando lo académico -claro que sí- con lo popular, lo cual muchos alumnos me lo agradecieron.
¡Ay Juventud, Juventud!
No hay comentarios:
Publicar un comentario