Hablando de “Músicas Contemporáneas”.
En el marco
de uno de los Festivales Internacionales de Música Contemporánea en La Habana en
los años 80s, tuve la ocasión de tocar, junto a mi colega Luis Barrera, en una
obra de un importante compositor latinoamericano. No recuerdo el nombre de la obra. Era para Soprano solista y dos
percusionistas. Trataba de un texto "revolucionario". Y fue una de las obras más estrambóticas en la que he
participado en mi vida. Y no lo digo por negación de su calidad artística, que
a mi parecer algo merecía, sino por la cantidad de efectos sonoros que tuvimos
que producir y experimentar en la ejecución. Para eso se tocan en ese tipo de
Festivales.
La obra
comenzaba con un ¡zambombazo estruendoso!, producido por la caída conjunta, desde
una altura aproximadamente de 10 metros de altura, de un montón de botellas de
cervezas de cristal vacías (aproximadamente el contenido de 10 cajas de 24
botellas), previamente amarradas entre sí y elevadas por encima de las cortinas
del escenario mediante una soga. En el escenario se situó un contenedor de los
de basura debajo del mazo de botellas, en el cual debían caer todas al unísono
produciendo el correspondiente bambinazo. Mi compañero Luis Barrera era el
encargado de cortar la soga que sujetaba el “mazacote” de botellas. Al cortar
la soga, este caía al contenedor y producía un estruendo tremendo. Así empezaba la obra.
La obra
duraba unos 15 minutos y mientras la soprano cantaba la obra en un lenguaje
musical completamente atonal y arritmático, los percusionistas íbamos
acompañando. Yo recuerdo que, entre otros instrumentos de percusión, tuve que
producir un sonido dejando caer un chorrito de agua en una pequeña hornilla
eléctrica encendida, o sea, ¡shshshshshshshshsh! También, en un momento dado,
tuve que producir unos sonidos a partir de mover un bombo pequeño con unas bolas
canicas rodando por el parche. ¡Ah! Y en una parte de la obra el compositor necesitó
un músico que tocara un violín. ¿Y a quien le tocó esa tarea? A este humilde
percusionista. La suerte fue que solo había que tocar las 4 cuerdas al aire,
sin ninguna melodía. Pero yo, atrevido y lanzado siempre, hubiera intentado
tocar hasta una melodía simple.
¡Y es que
cuando de músicas contemporáneas se trata no hay nada mejor que los
percusionistas! Ellos se prestan a todo.
El
asunto fue que la obra abría la segunda parte del concierto del día. El efecto
de las botellas, como es de suponer, nunca se pudo ensayar. Así que para todos
los que participábamos había mucha expectación por el impacto que se produciría.
Tampoco sabíamos si los cristales de las botellas nos salpicarían; mi colega
Luis Barrera me dijo en privado que se apartaría corriendo cuando le dieran la
orden de cortar la soga.
Entonces,
estábamos en el intermedio a cortina cerrada. El público, como es habitual, estaba
tranquilamente en el vestíbulo del teatro. Cuando los tramoyistas estaban
subiendo hacia las bambalinas el montón de botellas amarradas, algo salió mal,
la soga cedió y… ¡todo aquello cayó! produciendo una explosión tremenda,
escuchada en todo el teatro. O sea, que el susto para todos, por inesperado, incluyendo
el público, fue tremendo, dando al traste con el efecto inicial deseado por el
compositor. ¡Aquello sonó como una bomba! ¡Peor que la del famoso bombazo de
Caruso de 1920, cantando “Aida”, en el mismo teatro!
Pero al
final, tocamos heroica y revolucionariamente la obra, empezando con la bombita
de lo que quedó del bulto de botellas. Y
para más decepción tengo que decir que no salimos cargados del teatro, o sea,
por la puerta ancha.
Pero esta
vez, sí nos lo pagaron.
Marcos,
M. Valcárcel, agosto 2025.
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mi Blog sobre Percusión: https://percuseando.wordpress.com/
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