La Habana, Cuba, año 1986.
Gira Nacional de la Orquesta Sinfónica Nacional de
Cuba.
Por cortesía de mi amigo, casi hermano, Luis Barrera me recordé de esta anécdota de mi vida musical.
La Orquesta
Sinfónica Nacional de Cuba, de la cual yo era miembro, estaba organizando,
configurando, su habitual gira nacional de un mes por todo el país y la
dirección de la institución, encabezada en aquel entonces por el maestro Leo
Brouwer, se dio a la tarea de confeccionar un par de programas al efecto. Para
eso se habló con 3 músicos solistas de la orquesta para proponerles actuar como
concertistas con las obras que ellos escogieran. A tal efecto el maestro Leo se
reunió conmigo y me preguntó si quería participar en el proyecto. De inmediato
dije que sí, ya que para mí constituía un honor. También el maestro me explicó
que la obra que yo escogiera debía ser asequible para el tipo de público
popular con el cual nos íbamos a encontrar en las distintos escenarios y provincias
en las que actuaríamos. Le pedí unos días para pensar qué obra podría tocar ya
que en aquellos tiempos teníamos en Cuba poco repertorio disponible para
Percusión y Orquesta. Así que me fui a casa a pensar.
Y
pensando y pensando…, a mí se me ocurrió la “tremendísima idea”, la “genial
idea” de tocar, nada más y nada menos, (valiente yo) que el Tercer Movimiento
del flamante Concierto para Violín de Tchaikovsky, adaptado por mí, para ser
tocado con una xilomarimba de la orquesta. Es que de siempre he sido un amante
del violín.
Días después, cuando se lo propuse al maestro
Leo Brouwer, me miró con cara de dudas y asombro. Me dijo:
–Me
parece genial, sería perfecto para nuestros propósitos, pero… ¿TÚ ESTÁS SEGURO
QUE PUEDES LOGRARLO? Mira que solo tienes 3 meses para prepararlo… Ese fue el momento en que “me cagué”. Pensé
en el lío en que me había metido yo solito, y más, que iba a ser dirigido por el
maestro Manuel Duchesne Cuzán, al cual yo le tenía pánico por lo severo y
estricto que era profesionalmente hablando. Pero tenía yo 34 años y toda la
fuerza, los nervios y el atrevimiento de la juventud.
–Sí
maestro. Lo voy a intentar con todas mis fuerzas.
Yo NO
tenía un instrumento propio, así que a partir de aquel día me fui al local de
ensayo (la Sinagoga) casi diariamente, a estudiar el susodicho movimiento del Concierto.
Mientras más estudiaba, más me daba cuenta en el lío en que me había metido.
Hubo días que pensaba que no podía, que no salía, pero mis propios compañeros
violinistas de la orquesta me daban muchos ánimos y hasta le gustaban los
resultados que oían.
Y después
casi 3 meses, llegó el primer día de ensayo con la orquesta y el maestro
Duchesne. Yo fui lo mejor preparado que pude; hasta me sabía las entradas de
los números de ensayo de memoria previendo las paradas habituales de un ensayo.
Para mi suerte, todo transcurrió muy bien, casi sin percances y el maestro fue
muy halagador con mi trabajo. ESO PARA MÍ FUE MUY IMPORTANTE.
Y llegó
el primer concierto, la prueba de fuego ante el público capitalino. Todo salió
bien y yo quedé muy contento. Los programas que tocaríamos en la gira se
completaban con otras obras “resultonas” del repertorio orquestal sin menoscabo
de la calidad que el público popular merecía. En otros programas también
actuaron mis compañeros Andrés Escalona (EPD), tocando un movimiento del
Concierto para contrabajo de Sergei Koussevitzky y Francisco” Paquito” Santiago
(EPD), tocando un movimiento de uno de los conciertos para Trompa de R. Strauss.
Y empezó
la Gira Nacional. Creo que toqué la obra unas 8 veces. Cuatro veces dirigido
por el maestro Duchesne y las restantes dirigido por la maestra Zenaida Castro
Romeu, que fue como directora invitada. Fue una experiencia tremenda. No tocaba
todos los días, pero los días en que tocaba me iba 2 horas antes al teatro,
junto con los utileros, para poder estudiar y repasar la música.
Recuerdo
especialmente un día en que tocamos en un … ¿teatro? … ¿o un cine? ...de un
pueblo pequeño, cuyo escenario era muy alargado de costados y estrecho de
fondo. Por lo tanto, la orquesta se explayó y la Xilomarimba me quedaba muy
pegada al público. Cuando salí a escena tenía 5 o 6 cabecitas de niños justo
delante del teclado del instrumento, casi rozándolo. Pero se portaron muy bien.
En fin,
fue una experiencia inolvidable. Es una lástima que solo conserve esa malísima
foto y que no haya podido grabar nada. Corrían esos tiempos…
Marcos M. Valcárcel Gregorio. Agosto, 2025.
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