martes, 25 de febrero de 2025

 
Un recuerdo para El Combo de Guanabacoa.
 
La Habana. Año 1967.
 
A mi padre Marco A. Valcárcel Domínguez, siendo director del conservatorio “Guillermo Tomás” de Guanabacoa, La Habana, se le ocurrió crear un Combo de Música Popular formado por jóvenes alumnos al cual nombró Combo de Guanabacoa. Yo tuve la suerte de formar parte de ese Combo, aunque no era alumno del nombrado conservatorio. En aquel año mi hermano Jorge y sobre todo yo, le habíamos pedido a nuestros padres que nos dieran un respiro del internado (la Escuela Nacional de Arte, ENA) y complaciéndonos nos matricularon en el conservatorio “Amadeo Roldán”, en régimen externo, pero prácticamente con la misma calidad de profesores que en la ENA. De ahí que yo “hijo de gato” formé parte del Combo como pianista. Aunque yo estudiaba Percusión, me defendía suficientemente en el piano gracias a las clases que había recibido en la ENA.

De izq. a der: William Sánchez, Román, Marcos M. Valcárcel Gregorio, Pedro Núñez, Jorge Reyes, Frank Bejerano, Francisco Peñalver y mi papá Marco A. Valcárcel.

Aquel Combo lo formaron alumnos que años más tarde se convertirían en su mayoría en grandes músicos y profesores.
Veamos la lista, por orden alfabético:
Ana Gloria Pérez (Pegui) – Cantante.
Delfina Acay – Cantante.
Francisco Peñalver - Saxo alto.
Frank Bejerano – Batería.
Jorge Rubio – Trompeta.
Jorgito Reyes - Bajo eléctrico.
Lazarita. Cantante.
Marcos M. Valcárcel – Piano.
Paquito Tomás – Trompeta.
Pedro Núñez “Buenoqué” - Cantante.
Raúl Huerta – Organeta y cantante.
Román – Guitarra y cantante.
William Sánchez - Guitarra prima.
 
            En esa época no teníamos organeta ni piano eléctrico. Había que tocar en pianos acústicos. El problema es que ensayábamos en los pianos del conservatorio afinados y después, en las actuaciones generalmente los pianos que nos ponían estaban desafinados, ¡medio tono o un tono bajo! O sea, que el pianista -este menda- tenía que tocar transportando ya que era más fácil que tener que adaptar y desafinar todos los demás instrumentos. Gracias a eso adquirí cierta habilidad para transportar a otras tonalidades. De todo se aprende.
 
El repertorio que tocábamos estaba formado por canciones de Los Beatles (
A Hard Day’s Night, And I Love Her, Any Time At All), Los Brincos (Un Sorbito de Champagne), Los Fórmula V (Cuéntame, Eva María se Fue), Juan y Junior (Anduriña), La Orquesta Cubana de Música Moderna (Pastilla de Menta, El Manisero y Guantanamera), y piezas por el estilo. Música cubana, poca, la verdad. Y mi padre incluyó un par de caprichos suyos: Abril en Portugal, en tiempo de Fox Trox y la sambita Eu Vou Pra Maracangalha de Dorival Caimmi; esta última nos la montó un músico cubano, César Sánchez, que había actuado por Sudamérica. Sinceramente, estas dos últimas a nosotros no nos gustaban. Pero en donde quiera que las tocábamos ¡tenían un éxito tremendo!


        De pie: William Sánchez, Marcos M. Valcárcel Gregorio, Román.                 Sentados: El primero, no me acuerdo, Frank Bejerano y Raúl Huerta.
 
Tocábamos fundamentalmente en centros de trabajo, centros estudiantiles, teatros y alguna vez nos invitaron a la TV, pero… no llegamos actuar, porque la directora de aquel programa dijo que con melenas (en realidad eran melenitas) no podíamos salir en la TV, que teníamos que pelarnos. Y mi padre le contestó que NO y dirigiéndose a nosotros nos dijo:
–¡Recojan y vámonos! –. Y, con disgusto, nos fuimos.
 
Siempre nos movíamos en una furgoneta pequeña descapotable que por aquellos años en Cuba se llamaban “polaquitas”. Instrumentos y músicos-estudiantes íbamos detrás al aire libre y los jefes delante, bajo techo. Aquellas eran unas aventuras juveniles formidables.
 
Un día fuimos a actuar en un Círculo Social perteneciente a un centro laboral. Los asistentes empezaron su fiesta a base cervezas, rones, etc. Al final de la fiesta, durante nuestra actuación, comenzó una bronca descomunal a botellazos, pedradas, sillas, palos, etc. Y mi padre nos dio el grito de guerra:
–¡Recojan todo y a la polaquita!
Pero la bronca se trasladó a las afueras del local y los contendientes empezaron a combatir con cuantos utensilios se encontraban, ¡incluyendo nuestros instrumentos! Platillos, atriles, estuches, etc. Y mi padre se empezó a fajar también. Un tipo lo amenazó con un atril de platillo nuestro y mi padre cogió un ladrillo para defenderse. Después de recuperar todo lo que pudimos, tuvimos que frenar a mi padre entre cuatro y casi cargarlo para la polaquita que ya arrancaba. En eso sonó un tiro de un guardia que disparo al aire, pero ya nuestro vehículo y nosotros habíamos doblado la esquina a toda velocidad. ¡Ja Ja Ja!

 
En otra ocasión fuimos a actuar a Nueva Gerona, la capital de la Isla de la Juventud, al sur de Cuba, supuestamente invitados por el gobierno municipal. Fuimos en avión y llegamos al aeropuerto. Pero allí no había nadie esperándonos y el gobierno local nos dijo que no sabían nada de nada y se desentendió de nosotros. Así, nos quedamos tirados en una calle de la pequeña ciudad, mientras que nuestros responsables, mi padre y Juan, el administrador del conservatorio se ocupaban de resolver el problema. Ya a la noche, después de algunas horas y gestiones, nos mandaron a albergarnos en… ¡un reformatorio para delincuentes menores!, cerca de la playa Bibijagua. Allí nos llevaron. Los pelos se nos pusieron de punta. Aquellos “menores” estaban MUY FEOS, pelados al rape y llenos de cicatrices por todos lados, producto de broncas a machetazos, cuchilladas, etc. Parecían verdaderos asesinos. Nos cagamos. Pero allí nos metieron en unas habitaciones, similares a las que ellos usaban, con unas literas que tenían bastidores hechos con telas de sacos de azúcar. O sea, casi nos sentimos como unos delincuentes más.
 
------------------------------
Haciendo un aparte de este relato, años después, formando parte de un grupo folclórico gallego, asistí a un festival de folk en la Bretaña francesa y nos hospedaron en una escuela que tenía las mismas literas de madera con casi los mismos bastidores. Mi habitación parecía un zulo.
 ------------------------------------

Pero para sorpresa de nosotros, todo nos fue muy bien y aquellos jóvenes “delincuentes” se portaron maravillosamente con nosotros y se mostraron muy agradecidos de tenernos allí y que además tocáramos para ellos. Por las mañanas nos íbamos a la playa cercana y los 3 ó 4 días que allí estuvimos comimos muy bien. Por supuesto en esos días, también nos organizaron actuaciones en la calle y en un teatro. Una experiencia increíble. Todo se arreglo gracias al optimista de mi padre que se metía por el ojo de una aguja.
 
Tuvimos muchas más experiencias y habría muchas más anécdotas de este Combo: Un toro que nos embistió en campo abierto y tuvimos que refugiarnos en una pequeña caseta dejando sin querer al viejo Juan, el administrador, fuera. ¡Del susto se acordó de todas nuestras madres! Por suerte, salió ileso.
 
Lo cierto es que aquel Combo, aquella experiencia, que duró aproximadamente un par de años, nos sirvió muchísimo a todos aquellos jóvenes como práctica musical y escénica. Aprendimos a tocar un poco de todo lo que NO nos enseñaban en las academias y conocimos por primera vez la “vida de músico”. Aprendí más de Armonía musical que en las clases del conservatorio. Muchos años más tarde apliqué esas experiencias en mis clases de Armonía, combinando lo académico -claro que sí- con lo popular, lo cual muchos alumnos me lo agradecieron.
 
                         ¡Ay Juventud, Juventud!
 
 
 
 

sábado, 22 de febrero de 2025

 

Reflexiones de gimnasio 2

Observando a mis colegas.

Desde el primer día que asistí al gimnasio me puse a observar a todos mis compañeros y compañeras de rutinas y sus comportamientos. A mi gimnasio asisten personas de todas las edades y condiciones. Los supongo trabajadores, funcionarios, médicos, abogados, dueños de negocios, jubilados y estudiantes, los cuales disfrutan de diferentes tipos de aparatos y artilugios aconsejados según experiencias y edades.

Les cuento un poco. El primer día que entré en las taquillas di los buenos días y nadie me contestó; por el contrario, algunos me miraron con cara de “este bicho de donde salió”. Cada cual estaba a lo suyo. Los más jóvenes, con caras de expertos, llenos de energías; mientras que los más viejos con su calma, sus dolores y sus pensamientos encima.  Alguno de todos, más exhibicionista que otros.

Ya, entrando en funciones vi distintos comportamientos. Normalmente casi nadie habla con nadie y lo entiendo, porque al menos yo, voy a lo que voy y tampoco hablo con nadie.  

Lo que más me llamó poderosamente la atención es que muchos no pueden separarse del móvil ni haciendo ejercicios. Algunos de ellos se ponen la ropa deportiva, entran a la sala y se sientan cómodamente a mirar el móvil y de vez en cuando, se acuerdan que fueron a entrenarse.  Otros hacen sus rutinas y en vez de darle oportunidad a otros, se quedan placenteramente sentados en el aparato, embelesados mirando el móvil interrumpiendo e impidiendo las rutinas de los demás. Hay otro que parece que es un jefe de negocio, porque mientras pedalea en la elíptica se le escucha dando órdenes y consignas telefónicas. En fin…                                                                                    

Hay un señor que yo internamente le llamo Salustiano y al cual yo admiro mucho por su constancia y deseos de vivir. Debe tener al menos 80 años. Cuando yo llego sobre las 12 del día ya él se está duchando para marcharse después de haber estado haciendo fundamentalmente Cinta. Mientras se ducha, deja toda la ropa fuera de la taquilla, ocupando el espacio de tres, como si fuera su casa.

Hay dos hermanas que parecen jimaguas y las dos parecen modelos. Son muy simpáticas al parecer. Van juntas y pasan un par de horas ejercitándose.

Hay otra, debe tener unos 50 años, muy pija (me encantan las pijas) que llega al gimnasio casi todos los días, vestida con trajecito y zapatos de tacón forrados, tiene aspecto de ejecutiva. Se cambia de ropa, hace media hora de cinta (mirando los chismes de una televisora), y otra media hora de artilugios. Termina y se va, sin mirar a ningún lado ni a nadie. Tiene tipo de dueña de algún negocio cercano. Me encanta.

Hay un viejo, que, si lo soplan, de lo flaco que está, sale volando. Ese hace un poquito de todo, salteado, según se le vaya ocurriendo, sin ningún orden y después hace media hora de yoga en el suelo y termina.

Hay una que llega ya directamente vestida para hacer media hora de Cinta. Luce pelazo negro y un cuerpo muy bonito y sus movimientos semejan a una modelo en la pasarela. Como mismo llega, se va.

Hay un aparato que son unas escaleras y es bastante fuerte. Bueno, pues hay una señora que solamente hace eso durante una hora y cuando termina no hace más nada; se va.

Hay algunos jóvenes que, por el olor que desprenden, parecen que no se han duchado en una semana.

Hay una señora gorda que viene al gimnasio con pantalón-saya, como las tenistas, y se coge los ejercicios con mucha, pero con muchísima calma. Se pasa todo el tiempo caminando por las distintas áreas. Al menos yo la veo así cada vez que echo una mirada alrededor. Me pregunto a qué viene. Pero, en fin, cada cual con su locura.

Hay algunos que cada vez que terminan una serie de 20 repeticiones en un aparato, se trasladan al otro caminando como si hubieran hecho 200.

Hay otros y otras a los cuales yo los llamo ¡¡¡toca c……!!! ¿Por qué? Porque a mi me recomendaron al principio un orden de aparatos a hacer diariamente y las frecuencias. Pues estos camaradas los hacen en el orden que les da la gana y se te “atraviesan” en tu camino. Yo les huyo.

Y luego, hay un instructor que cuando da sus clases en una pista externa, pone la música muy alta y forma tremenda gritería.

Y, por último, para no cansarlos, hay un viejo como de 70 años aproximadamente, medio gordo, con media calva, barrigoncito, que llega al gimnasio, con sus camisetas de colores y letreros llamativos, se pone a oír música con sus auriculares (no inalámbricos) y anda observando a todo el mundo; el tipo se cree que es una mezcla de Kevin Costner con La Roca. Habla poco, pero es muy orgulloso; va por ahí diciéndole a todo el mundo que es músico y que ha tocado con y en sepetecientos lugares. No sé qué se cree. ¡Ja Ja Ja!

En fin, es el mundo de los gimnasios en donde, eso sí, casi todo el mundo va a buscar salud y bienestar. Yo al menos estoy muy contento. Por cierto: ya todos me contestan los buenos días.

Si alguien se reconoce aquí, que no se lo tome a mal. Este escrito es un pequeño homenaje a mis colegas gimnásticos a los cuales, en el fondo, les tengo mucha admiración.

No pierdan tiempo y apúntense a un gimnasio. Se pasa muy bien y se sale nuevo.

martes, 18 de febrero de 2025

 Reflexiones de Gimnasio 1

“Blood Sweat & Tears” 

    Asisto a un gimnasio de Vigo dos o tres veces a la semana. Una vez que empiezo mis rutinas me pongo a escuchar mis músicas preferidas del día. Hoy me dio por oír la música del segundo LP del grupo “Blood Sweat & Tears” (Columbia 1969) el cual he escuchado más de mil veces, y enseguida conecté con mi juventud, con mis 17 años.

    Hay quien dice por ahí que “…se debe vivir el presente y olvidar el pasado, que pasado está…”, etc. Lo siento. Yo cuando me pongo a escuchar estas músicas me transporto. Recuerdo que este LP, estéreo, lo escuché por primera vez en la Escuela Nacional de Arte (ENA) de La Habana, Cuba, en la cual yo era alumno interno de la escuela de Música. En aquel tiempo estudiábamos en tres o cuatro casas-chalets asignadas a ese fin. En una de ellas (posteriormente demolida para construir el llamado Palacio de las Convenciones de La Habana) estaba la Biblioteca de Música y ella también se impartían materias teóricas de música. Había uno o dos tocadiscos Estéreo.

    Ese LP estaba calientico, casi recién salido en EE.UU. y llegó a nuestros oídos gracias a nuestro colega de estudios Pablo “El Americano” Menéndez, que por entonces compartía internado con nosotros. Él era hijo de la famosa cantautora norteamericana Bárbara Dane y por eso, en aquellos años convulsos (y en Cuba ¿cuándo no han sido convulsos?), el podía viajar anualmente a su país, de vacaciones y a su regreso el compartía sus “tesoros” musicales con todos nosotros sus colegas de estudios. Recuerdo que aquel LP lo escuchamos casi en secreto porque nuestros maestros eran muy academicistas y rechazaban la música popular de todo tipo. Aparte, aquella era LA MÚSICA DEL ENEMIGO “que nos quería neocolonizar culturalmente”.

-----------------------------------------------------------

Wikipedia:

“…Publicaron su disco más exitoso, Blood, Sweat & Tears (1969), que incluyó verdaderos hits como «Spinning Wheel» o «And when I die», aparte de revisiones como la versión de «God bless the Child», el tema clásico de la cantante de jazz Billie Holiday. En estas grabaciones se plasma de forma clara y novedosa el concepto musical que animó al grupo: Bases potentes, arreglos poderosos para los metales, improvisaciones de corte claramente jazzístico y, por encima, una voz carismática e identificable. BS&T fue una de las bandas que actuó en el mítico Festival de Woodstock. El disco llegó al N.º 1 en álbumes, y obtuvo el Grammy al mejor disco R&B del año, y ello a pesar de lo ambicioso de la propuesta, incluso para los cánones de la época”.

---------------------------------------------------------

    Entonces hoy en el gimnasio recordé mi juventud y la tremenda impresión que me causaron las piezas de este LP. Me colonizó. Me gustó completo porque era una perfecta combinación de Clásico, Rock, Jazz y Latin. También por la calidad de sus músicos, especialmente el cantante David Clayton-Thomas. Significó un cambio en mi mapa sonoro casi hasta entonces exclusivamente relacionado con Los Beatles. A partir de ese momento empecé a oír la música de otra forma. Por cierto, escribiendo esto, estoy escuchando por primera vez lo que se supone que fue el tercer LP de la Banda (1970) y me estoy quedando tan impresionado como entonces con el segundo LP.

    En aquel entonces no había MP3 ni nada por el estilo. Tampoco teníamos a nuestro alcance grabadoras ni casetes, etc. Nada. Eso quiere decir que oíamos los discos muchísimas veces hasta reventarlos y nos aprendíamos de memoria todos los arreglos, sus armonías, solos, giros melódicos, cortes. Nos sabíamos al detalle todas nuestras piezas favoritas. Como decíamos en Cuba: las fusilábamos. Era un trabajo casi de equipo. Lo que no escuchaba un colega lo escuchaba otro y después compartíamos “descubrimientos”. Así aprendimos mucho.

    Y hoy, mientras me ejercitaba en la cinta del aparato del gimnasio, me acordé de muchos de mis compañeros que ya no están y también de los que
todavía están. Incluso, a través de la cristalera que tenía delante creo que vi pasar alguno por la calle. Hoy fui feliz.

    Quería compartirlo Uds.

    Fueron mis mejores años en aquella maravillosa escuela.

    Marcos M. Valcárcel Gregorio. Febrero, 2025.

 


    Reflexiones de Gimnasio 4 Menos mal que tengo a Mozart “Si no existiera Dios, habría que inventarlo” Voltaire. Escritor, historiador y f...