miércoles, 13 de agosto de 2025

 

Hablando de “Músicas Contemporáneas”.

            En el marco de uno de los Festivales Internacionales de Música Contemporánea en La Habana en los años 80s, tuve la ocasión de tocar, junto a mi colega Luis Barrera, en una obra de un importante compositor latinoamericano. No recuerdo el nombre de la obra. Era para Soprano solista y dos percusionistas. Trataba de un texto "revolucionario". Y fue una de las obras más estrambóticas en la que he participado en mi vida. Y no lo digo por negación de su calidad artística, que a mi parecer algo merecía, sino por la cantidad de efectos sonoros que tuvimos que producir y experimentar en la ejecución. Para eso se tocan en ese tipo de Festivales.

            La obra comenzaba con un ¡zambombazo estruendoso!, producido por la caída conjunta, desde una altura aproximadamente de 10 metros de altura, de un montón de botellas de cervezas de cristal vacías (aproximadamente el contenido de 10 cajas de 24 botellas), previamente amarradas entre sí y elevadas por encima de las cortinas del escenario mediante una soga. En el escenario se situó un contenedor de los de basura debajo del mazo de botellas, en el cual debían caer todas al unísono produciendo el correspondiente bambinazo. Mi compañero Luis Barrera era el encargado de cortar la soga que sujetaba el “mazacote” de botellas. Al cortar la soga, este caía al contenedor y producía un estruendo tremendo.  Así empezaba la obra.

            La obra duraba unos 15 minutos y mientras la soprano cantaba la obra en un lenguaje musical completamente atonal y arritmático, los percusionistas íbamos acompañando. Yo recuerdo que, entre otros instrumentos de percusión, tuve que producir un sonido dejando caer un chorrito de agua en una pequeña hornilla eléctrica encendida, o sea, ¡shshshshshshshshsh! También, en un momento dado, tuve que producir unos sonidos a partir de mover un bombo pequeño con unas bolas canicas rodando por el parche. ¡Ah! Y en una parte de la obra el compositor necesitó un músico que tocara un violín. ¿Y a quien le tocó esa tarea? A este humilde percusionista. La suerte fue que solo había que tocar las 4 cuerdas al aire, sin ninguna melodía. Pero yo, atrevido y lanzado siempre, hubiera intentado tocar hasta una melodía simple.

            ¡Y es que cuando de músicas contemporáneas se trata no hay nada mejor que los percusionistas! Ellos se prestan a todo.

            El asunto fue que la obra abría la segunda parte del concierto del día. El efecto de las botellas, como es de suponer, nunca se pudo ensayar. Así que para todos los que participábamos había mucha expectación por el impacto que se produciría. Tampoco sabíamos si los cristales de las botellas nos salpicarían; mi colega Luis Barrera me dijo en privado que se apartaría corriendo cuando le dieran la orden de cortar la soga.

            Entonces, estábamos en el intermedio a cortina cerrada. El público, como es habitual, estaba tranquilamente en el vestíbulo del teatro. Cuando los tramoyistas estaban subiendo hacia las bambalinas el montón de botellas amarradas, algo salió mal, la soga cedió y… ¡todo aquello cayó! produciendo una explosión tremenda, escuchada en todo el teatro. O sea, que el susto para todos, por inesperado, incluyendo el público, fue tremendo, dando al traste con el efecto inicial deseado por el compositor. ¡Aquello sonó como una bomba! ¡Peor que la del famoso bombazo de Caruso de 1920, cantando “Aida”, en el mismo teatro!

            Pero al final, tocamos heroica y revolucionariamente la obra, empezando con la bombita de lo que quedó del bulto de botellas.  Y para más decepción tengo que decir que no salimos cargados del teatro, o sea, por la puerta ancha.

            Pero esta vez, sí nos lo pagaron.

 

            Marcos, M. Valcárcel, agosto 2025.

 

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lunes, 11 de agosto de 2025

 


La Habana, Cuba, año 1986.


Gira Nacional de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba.

 

           

Por cortesía de mi amigo, casi hermano, Luis Barrera me recordé de esta anécdota de mi vida musical.

            La Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, de la cual yo era miembro, estaba organizando, configurando, su habitual gira nacional de un mes por todo el país y la dirección de la institución, encabezada en aquel entonces por el maestro Leo Brouwer, se dio a la tarea de confeccionar un par de programas al efecto. Para eso se habló con 3 músicos solistas de la orquesta para proponerles actuar como concertistas con las obras que ellos escogieran. A tal efecto el maestro Leo se reunió conmigo y me preguntó si quería participar en el proyecto. De inmediato dije que sí, ya que para mí constituía un honor. También el maestro me explicó que la obra que yo escogiera debía ser asequible para el tipo de público popular con el cual nos íbamos a encontrar en las distintos escenarios y provincias en las que actuaríamos. Le pedí unos días para pensar qué obra podría tocar ya que en aquellos tiempos teníamos en Cuba poco repertorio disponible para Percusión y Orquesta. Así que me fui a casa a pensar.

            Y pensando y pensando…, a mí se me ocurrió la “tremendísima idea”, la “genial idea” de tocar, nada más y nada menos, (valiente yo) que el Tercer Movimiento del flamante Concierto para Violín de Tchaikovsky, adaptado por mí, para ser tocado con una xilomarimba de la orquesta. Es que de siempre he sido un amante del violín.

             Días después, cuando se lo propuse al maestro Leo Brouwer, me miró con cara de dudas y asombro. Me dijo:

            –Me parece genial, sería perfecto para nuestros propósitos, pero… ¿TÚ ESTÁS SEGURO QUE PUEDES LOGRARLO? Mira que solo tienes 3 meses para prepararlo…     Ese fue el momento en que “me cagué”. Pensé en el lío en que me había metido yo solito, y más, que iba a ser dirigido por el maestro Manuel Duchesne Cuzán, al cual yo le tenía pánico por lo severo y estricto que era profesionalmente hablando. Pero tenía yo 34 años y toda la fuerza, los nervios y el atrevimiento de la juventud.

            –Sí maestro. Lo voy a intentar con todas mis fuerzas.

            Yo NO tenía un instrumento propio, así que a partir de aquel día me fui al local de ensayo (la Sinagoga) casi diariamente, a estudiar el susodicho movimiento del Concierto. Mientras más estudiaba, más me daba cuenta en el lío en que me había metido. Hubo días que pensaba que no podía, que no salía, pero mis propios compañeros violinistas de la orquesta me daban muchos ánimos y hasta le gustaban los resultados que oían.

            Y después casi 3 meses, llegó el primer día de ensayo con la orquesta y el maestro Duchesne. Yo fui lo mejor preparado que pude; hasta me sabía las entradas de los números de ensayo de memoria previendo las paradas habituales de un ensayo. Para mi suerte, todo transcurrió muy bien, casi sin percances y el maestro fue muy halagador con mi trabajo. ESO PARA MÍ FUE MUY IMPORTANTE.

            Y llegó el primer concierto, la prueba de fuego ante el público capitalino. Todo salió bien y yo quedé muy contento. Los programas que tocaríamos en la gira se completaban con otras obras “resultonas” del repertorio orquestal sin menoscabo de la calidad que el público popular merecía. En otros programas también actuaron mis compañeros Andrés Escalona (EPD), tocando un movimiento del Concierto para contrabajo de Sergei Koussevitzky y Francisco” Paquito” Santiago (EPD), tocando un movimiento de uno de los conciertos para Trompa de R. Strauss.

            Y empezó la Gira Nacional. Creo que toqué la obra unas 8 veces. Cuatro veces dirigido por el maestro Duchesne y las restantes dirigido por la maestra Zenaida Castro Romeu, que fue como directora invitada. Fue una experiencia tremenda. No tocaba todos los días, pero los días en que tocaba me iba 2 horas antes al teatro, junto con los utileros, para poder estudiar y repasar la música.

            Recuerdo especialmente un día en que tocamos en un … ¿teatro? … ¿o un cine? ...de un pueblo pequeño, cuyo escenario era muy alargado de costados y estrecho de fondo. Por lo tanto, la orquesta se explayó y la Xilomarimba me quedaba muy pegada al público. Cuando salí a escena tenía 5 o 6 cabecitas de niños justo delante del teclado del instrumento, casi rozándolo.  Pero se portaron muy bien.

            En fin, fue una experiencia inolvidable. Es una lástima que solo conserve esa malísima foto y que no haya podido grabar nada. Corrían esos tiempos…

 

Marcos M. Valcárcel Gregorio. Agosto, 2025.

 

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La Habana, Octubre de 1984.
Toqué y estrené en Cuba el Concierto para Percusión y Orquesta del compositor catalán Xavier Benguerel, en el marco del Primer Festival Internacional de Música Contemporánea de La Habana.

            Esta pobre foto es el único recuerdo que conservo del día en que estrené el Concierto para Percusión y Orquesta del compositor catalán Xavier Benguerel, por encargo y dirigido por el maestro Manuel Duchesne Cuzán, junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba en el marco del Primer Festival Internacional de Música Contemporánea de La Habana, 1984.
            Creo recordar que fue la primera obra interpretada en el programa inaugural. Ese día, además, debuté como concertista solista con acompañamiento de orquesta.
            Tres meses antes el maestro Duchesne Cuzán (director principal de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba), me había dado la responsabilidad de este estreno en Cuba, bajo su batuta, y me entregó la partitura de percusión y un vinilo con la grabación creo que interpretado por Siegfried Fink. Fue toda la información que recibí.
            Todavía me preguntó por qué se me concedió ese “honor”. No era mi especialidad. Yo me consideraba más un músico de orquesta, un timpanista y no un percusionista concertista. Pero no podía decir que no porque como dije antes, se iba a estrenar en Cuba en el marco del Primer Festival Internacional de Música Contemporánea en Cuba. Supongo que sería porque yo pertenecía al Conjunto Instrumental Nuestro Tiempo dedicado a las “músicas de vanguardia” y dirigido por aquel entonces por el maestro Duchesne Cuzán.
            Bueno, para no hacer largo este escrito. Era una época en que los compositores a nivel mundial empezaban a experimentar con todo tipo de artefactos nuevos como eran, por ejemplo, las botellas colgadas y las torres de platillos que apenas se ven en la foto y cosas por el estilo, etc. En la Cuba de la época (creo que ahora menos) no teníamos tampoco las mejores condiciones materiales ni instrumentales para ese tipo de trabajos musicales. Había que inventarse los artefactos (no existía Thomann, Tam Tam ni Temu). En total, un set de 22 instrumentos. Y la música que se hacía era lo que se llamaba “la vanguardia” con todo tipo de experimentos sonoros muy poco habituales y de “esos que no se enseñaban en las escuelas”. Y al tratarse de PERCUSIÓN y PERCUSIONISTAS, los compositores se volvían locos. ¡Qué me perdonen todos esos colegas que hoy en día se dedican a esas labores! Sé que es un trabajo que estamos obligados a hacer los músicos y es muy importante para el desarrollo de la música.
            Pero aquel concierto, que estudié con respeto, con profesionalidad y con esmero, NADIE ME LO EXPLICÓ, NUNCA LO ENTENDÍ, NUNCA ME GUSTÓ y NO ME SIRVIÓ DE NADA, NI COMO EXPERIENCIA. Que me perdone el maestro Benguerel (EPD). Y miren que en aquella época toqué todo lo que pasó por Cuba y todo que se escribió en Cuba, algunas cosas muy buenas y muchas otras no tanto. Y entonces ¿POR QUÉ LO HICISTE?, se preguntarán algunos. Pues porque era una oportunidad que se me ofrecía y pensaba que profesionalmente me convenía hacerlo. Por suerte salió bastante decente al parecer. Al Festival asistió una pequeña delegación de 2 ó 3 compositores catalanes entre los que se encontraba el maestro Joan Guinjoan el cual me felicitó. El maestro Benguerel, para mi suerte, no estuvo.
            En otro escrito contaré otra anécdota relacionada con “músicas de vanguardia”.
            Para terminar. Estudié el concierto durante 3 meses, en la Sinagoga de la calle 17 y E (local en que ensayaba la Sinfónica Nacional) con un calor cubano “de peliculón”. La partitura quedó desfigurada de tantas marcas que le hice. Seguramente bajé algunas libras.     Lo toqué solo una vez en mi vida, sin penas ni glorias, y no me pagaron ni un centavo adicional a mi sueldo de la orquesta. Era un honor concedido.
            Así eran las cosas…
Marcos M. Valcárcel Gregorio, agosto 2025.

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LA PRIMERA VEZ QUE ASISTÍ A UN CONCIERTO Y VI A UN PERCUSIONISTA.
MIAMI, 1961.


            La primera vez que fui a un concierto fue de niño, viviendo en Miami. Tenía yo casi 9 años y en la escuela primaria en que estudiaba nos ofrecieron la actuación de un percusionista en el teatro del propio centro escolar.
            Lo que recuerdo es que el señor, que iba vestido elegante, con tirantes y pajarita, habló primero un poco de los distintos instrumentos de Percusión que estaban en el escenario, de las baquetas y del tambor (militar), el cual posteriormente se lo colgó de su cuerpo e hizo una demostración de cómo se hacía un redoble abierto, del tipo “ma ma - da da”, con agarre tradicional, (los percusionistas me entienden) o sea, tocando 2 golpes empezando con la derecha seguidos de 2 golpes con la izquierda y así sucesivamente, DD II DD II DD II DD II, etc. acelerando desde muy despacio y poco a poco cogiendo mucha velocidad con las baquetas. A mí me impresionó mucho su habilidad ya que a mis ojos de niño (creo que de todos los niños) era casi un truco de prestidigitador de circo. A los niños nos animó a seguirlo diciendo “ma ma – da da” con la boca, etc. ¡Imagínense el alboroto que se armó entre los niños cuando el golpeteo cogió la velocidad endiablada de un redoble! También me llamaron la atención los diversos “cacharros” percusivos.
            A continuación, se puso detrás de un grupo de instrumentos de percusión previamente preparados y tocó una o dos obras acompañado de un pianista. Años después, de mayor, mis recuerdos me llevan a asociarlas con con “The Worried Drummer” (en alemán “Der Pauker In Angsten”) de Adolph Schreiner, que mi padre me hizo oír por primera vez en un LP de Saul Goodman, el timpanista de la Filarmónica de Nueva York, "Mallets, Melody & Mayhem”, (https://www.youtube.com/watch?v=e6e43Kmqiiw)  y a continuación algo parecido al “Concierto de Percusión” (versión con Piano) de Darius Milhaud. No lo sé exactamente. De cualquier manera, me gustó mucho la actuación.
            Pero, sinceramente, para mí, en aquellos momentos, no me sirvió de inspiración porque no pasaba por mi cabeza que la vida me llevaría a estudiar Percusión ni dedicarme a la música y, además, que llegaría a tocar varios conciertos como solista delante de una orquesta. Mi padre, que años después nos metería en esta maravilla que es la música, en aquel momento en Miami se buscaba la vida como pintor rotulista, pintando vallas de publicidad o cuanta cosa apareciera, y tampoco tenía claro a qué se iban a dedicar sus hijos de mayores.
            ¿Y a qué viene este escrito entonces? Es que fue el primer concierto al que asistí en mi vida y eso no lo olvidé nunca. Y creo que los otros niños tampoco.
            ¡Qué casualidad que fue de Percusión!

  La Escuela Nacional de Artes de La Habana, Cuba . (ENA). Mis recuerdos. 1962 - 1970. PRIMERA  PARTE. Una vista de la Escuela de Artes Plás...