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martes, 25 de febrero de 2025

 
Un recuerdo para El Combo de Guanabacoa.
 
La Habana. Año 1967.
 
A mi padre Marco A. Valcárcel Domínguez, siendo director del conservatorio “Guillermo Tomás” de Guanabacoa, La Habana, se le ocurrió crear un Combo de Música Popular formado por jóvenes alumnos al cual nombró Combo de Guanabacoa. Yo tuve la suerte de formar parte de ese Combo, aunque no era alumno del nombrado conservatorio. En aquel año mi hermano Jorge y sobre todo yo, le habíamos pedido a nuestros padres que nos dieran un respiro del internado (la Escuela Nacional de Arte, ENA) y complaciéndonos nos matricularon en el conservatorio “Amadeo Roldán”, en régimen externo, pero prácticamente con la misma calidad de profesores que en la ENA. De ahí que yo “hijo de gato” formé parte del Combo como pianista. Aunque yo estudiaba Percusión, me defendía suficientemente en el piano gracias a las clases que había recibido en la ENA.

De izq. a der: William Sánchez, Román, Marcos M. Valcárcel Gregorio, Pedro Núñez, Jorge Reyes, Frank Bejerano, Francisco Peñalver y mi papá Marco A. Valcárcel.

Aquel Combo lo formaron alumnos que años más tarde se convertirían en su mayoría en grandes músicos y profesores.
Veamos la lista, por orden alfabético:
Ana Gloria Pérez (Pegui) – Cantante.
Delfina Acay – Cantante.
Francisco Peñalver - Saxo alto.
Frank Bejerano – Batería.
Jorge Rubio – Trompeta.
Jorgito Reyes - Bajo eléctrico.
Lazarita. Cantante.
Marcos M. Valcárcel – Piano.
Paquito Tomás – Trompeta.
Pedro Núñez “Buenoqué” - Cantante.
Raúl Huerta – Organeta y cantante.
Román – Guitarra y cantante.
William Sánchez - Guitarra prima.
 
            En esa época no teníamos organeta ni piano eléctrico. Había que tocar en pianos acústicos. El problema es que ensayábamos en los pianos del conservatorio afinados y después, en las actuaciones generalmente los pianos que nos ponían estaban desafinados, ¡medio tono o un tono bajo! O sea, que el pianista -este menda- tenía que tocar transportando ya que era más fácil que tener que adaptar y desafinar todos los demás instrumentos. Gracias a eso adquirí cierta habilidad para transportar a otras tonalidades. De todo se aprende.
 
El repertorio que tocábamos estaba formado por canciones de Los Beatles (
A Hard Day’s Night, And I Love Her, Any Time At All), Los Brincos (Un Sorbito de Champagne), Los Fórmula V (Cuéntame, Eva María se Fue), Juan y Junior (Anduriña), La Orquesta Cubana de Música Moderna (Pastilla de Menta, El Manisero y Guantanamera), y piezas por el estilo. Música cubana, poca, la verdad. Y mi padre incluyó un par de caprichos suyos: Abril en Portugal, en tiempo de Fox Trox y la sambita Eu Vou Pra Maracangalha de Dorival Caimmi; esta última nos la montó un músico cubano, César Sánchez, que había actuado por Sudamérica. Sinceramente, estas dos últimas a nosotros no nos gustaban. Pero en donde quiera que las tocábamos ¡tenían un éxito tremendo!


        De pie: William Sánchez, Marcos M. Valcárcel Gregorio, Román.                 Sentados: El primero, no me acuerdo, Frank Bejerano y Raúl Huerta.
 
Tocábamos fundamentalmente en centros de trabajo, centros estudiantiles, teatros y alguna vez nos invitaron a la TV, pero… no llegamos actuar, porque la directora de aquel programa dijo que con melenas (en realidad eran melenitas) no podíamos salir en la TV, que teníamos que pelarnos. Y mi padre le contestó que NO y dirigiéndose a nosotros nos dijo:
–¡Recojan y vámonos! –. Y, con disgusto, nos fuimos.
 
Siempre nos movíamos en una furgoneta pequeña descapotable que por aquellos años en Cuba se llamaban “polaquitas”. Instrumentos y músicos-estudiantes íbamos detrás al aire libre y los jefes delante, bajo techo. Aquellas eran unas aventuras juveniles formidables.
 
Un día fuimos a actuar en un Círculo Social perteneciente a un centro laboral. Los asistentes empezaron su fiesta a base cervezas, rones, etc. Al final de la fiesta, durante nuestra actuación, comenzó una bronca descomunal a botellazos, pedradas, sillas, palos, etc. Y mi padre nos dio el grito de guerra:
–¡Recojan todo y a la polaquita!
Pero la bronca se trasladó a las afueras del local y los contendientes empezaron a combatir con cuantos utensilios se encontraban, ¡incluyendo nuestros instrumentos! Platillos, atriles, estuches, etc. Y mi padre se empezó a fajar también. Un tipo lo amenazó con un atril de platillo nuestro y mi padre cogió un ladrillo para defenderse. Después de recuperar todo lo que pudimos, tuvimos que frenar a mi padre entre cuatro y casi cargarlo para la polaquita que ya arrancaba. En eso sonó un tiro de un guardia que disparo al aire, pero ya nuestro vehículo y nosotros habíamos doblado la esquina a toda velocidad. ¡Ja Ja Ja!

 
En otra ocasión fuimos a actuar a Nueva Gerona, la capital de la Isla de la Juventud, al sur de Cuba, supuestamente invitados por el gobierno municipal. Fuimos en avión y llegamos al aeropuerto. Pero allí no había nadie esperándonos y el gobierno local nos dijo que no sabían nada de nada y se desentendió de nosotros. Así, nos quedamos tirados en una calle de la pequeña ciudad, mientras que nuestros responsables, mi padre y Juan, el administrador del conservatorio se ocupaban de resolver el problema. Ya a la noche, después de algunas horas y gestiones, nos mandaron a albergarnos en… ¡un reformatorio para delincuentes menores!, cerca de la playa Bibijagua. Allí nos llevaron. Los pelos se nos pusieron de punta. Aquellos “menores” estaban MUY FEOS, pelados al rape y llenos de cicatrices por todos lados, producto de broncas a machetazos, cuchilladas, etc. Parecían verdaderos asesinos. Nos cagamos. Pero allí nos metieron en unas habitaciones, similares a las que ellos usaban, con unas literas que tenían bastidores hechos con telas de sacos de azúcar. O sea, casi nos sentimos como unos delincuentes más.
 
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Haciendo un aparte de este relato, años después, formando parte de un grupo folclórico gallego, asistí a un festival de folk en la Bretaña francesa y nos hospedaron en una escuela que tenía las mismas literas de madera con casi los mismos bastidores. Mi habitación parecía un zulo.
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Pero para sorpresa de nosotros, todo nos fue muy bien y aquellos jóvenes “delincuentes” se portaron maravillosamente con nosotros y se mostraron muy agradecidos de tenernos allí y que además tocáramos para ellos. Por las mañanas nos íbamos a la playa cercana y los 3 ó 4 días que allí estuvimos comimos muy bien. Por supuesto en esos días, también nos organizaron actuaciones en la calle y en un teatro. Una experiencia increíble. Todo se arreglo gracias al optimista de mi padre que se metía por el ojo de una aguja.
 
Tuvimos muchas más experiencias y habría muchas más anécdotas de este Combo: Un toro que nos embistió en campo abierto y tuvimos que refugiarnos en una pequeña caseta dejando sin querer al viejo Juan, el administrador, fuera. ¡Del susto se acordó de todas nuestras madres! Por suerte, salió ileso.
 
Lo cierto es que aquel Combo, aquella experiencia, que duró aproximadamente un par de años, nos sirvió muchísimo a todos aquellos jóvenes como práctica musical y escénica. Aprendimos a tocar un poco de todo lo que NO nos enseñaban en las academias y conocimos por primera vez la “vida de músico”. Aprendí más de Armonía musical que en las clases del conservatorio. Muchos años más tarde apliqué esas experiencias en mis clases de Armonía, combinando lo académico -claro que sí- con lo popular, lo cual muchos alumnos me lo agradecieron.
 
                         ¡Ay Juventud, Juventud!
 
 
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sábado, 22 de febrero de 2025

Reflexiones de gimnasio 2 Observando a mis colegas.

 












Reflexiones de gimnasio 2

Observando a mis colegas.

Desde el primer día que asistí al gimnasio me puse a observar a todos mis compañeros y compañeras de rutinas y sus comportamientos. A mi gimnasio asisten personas de todas las edades y condiciones. Los supongo trabajadores, funcionarios, médicos, abogados, dueños de negocios, jubilados y estudiantes, los cuales disfrutan de diferentes tipos de aparatos y artilugios aconsejados según experiencias y edades.

Les cuento un poco. El primer día que entré en las taquillas di los buenos días y nadie me contestó; por el contrario, algunos me miraron con cara de “este bicho de donde salió”. Cada cual estaba a lo suyo. Los más jóvenes, con caras de expertos, llenos de energías; mientras que los más viejos con su calma, sus dolores y sus pensamientos encima.  Alguno de todos, más exhibicionista que otros.

Ya, entrando en funciones vi distintos comportamientos. Normalmente casi nadie habla con nadie y lo entiendo, porque al menos yo, voy a lo que voy y tampoco hablo con nadie.  

Lo que más me llamó poderosamente la atención es que muchos no pueden separarse del móvil ni haciendo ejercicios. Algunos de ellos se ponen la ropa deportiva, entran a la sala y se sientan cómodamente a mirar el móvil y de vez en cuando, se acuerdan que fueron a entrenarse.  Otros hacen sus rutinas y en vez de darle oportunidad a otros, se quedan placenteramente sentados en el aparato, embelesados mirando el móvil interrumpiendo e impidiendo las rutinas de los demás. Hay otro que parece que es un jefe de negocio, porque mientras pedalea en la elíptica se le escucha dando órdenes y consignas telefónicas. En fin…                                                                                    

Hay un señor que yo internamente le llamo Salustiano y al cual yo admiro mucho por su constancia y deseos de vivir. Debe tener al menos 80 años. Cuando yo llego sobre las 12 del día ya él se está duchando para marcharse después de haber estado haciendo fundamentalmente Cinta. Mientras se ducha, deja toda la ropa fuera de la taquilla, ocupando el espacio de tres, como si fuera su casa.

Hay dos hermanas que parecen jimaguas y las dos parecen modelos. Son muy simpáticas al parecer. Van juntas y pasan un par de horas ejercitándose.

Hay otra, debe tener unos 50 años, muy pija (me encantan las pijas) que llega al gimnasio casi todos los días, vestida con trajecito y zapatos de tacón forrados, tiene aspecto de ejecutiva. Se cambia de ropa, hace media hora de cinta (mirando los chismes de una televisora), y otra media hora de artilugios. Termina y se va, sin mirar a ningún lado ni a nadie. Tiene tipo de dueña de algún negocio cercano. Me encanta.

Hay un viejo, que, si lo soplan, de lo flaco que está, sale volando. Ese hace un poquito de todo, salteado, según se le vaya ocurriendo, sin ningún orden y después hace media hora de yoga en el suelo y termina.

Hay una que llega ya directamente vestida para hacer media hora de Cinta. Luce pelazo negro y un cuerpo muy bonito y sus movimientos semejan a una modelo en la pasarela. Como mismo llega, se va.

Hay un aparato que son unas escaleras y es bastante fuerte. Bueno, pues hay una señora que solamente hace eso durante una hora y cuando termina no hace más nada; se va.

Hay algunos jóvenes que, por el olor que desprenden, parecen que no se han duchado en una semana.

Hay una señora gorda que viene al gimnasio con pantalón-saya, como las tenistas, y se coge los ejercicios con mucha, pero con muchísima calma. Se pasa todo el tiempo caminando por las distintas áreas. Al menos yo la veo así cada vez que echo una mirada alrededor. Me pregunto a qué viene. Pero, en fin, cada cual con su locura.

Hay algunos que cada vez que terminan una serie de 20 repeticiones en un aparato, se trasladan al otro caminando como si hubieran hecho 200.

Hay otros y otras a los cuales yo los llamo ¡¡¡toca c……!!! ¿Por qué? Porque a mi me recomendaron al principio un orden de aparatos a hacer diariamente y las frecuencias. Pues estos camaradas los hacen en el orden que les da la gana y se te “atraviesan” en tu camino. Yo les huyo.

Y luego, hay un instructor que cuando da sus clases en una pista externa, pone la música muy alta y forma tremenda gritería.

Y, por último, para no cansarlos, hay un viejo como de 70 años aproximadamente, medio gordo, con media calva, barrigoncito, que llega al gimnasio, con sus camisetas de colores y letreros llamativos, se pone a oír música con sus auriculares (no inalámbricos) y anda observando a todo el mundo; el tipo se cree que es una mezcla de Kevin Costner con La Roca. Habla poco, pero es muy orgulloso; va por ahí diciéndole a todo el mundo que es músico y que ha tocado con y en sepetecientos lugares. No sé qué se cree. ¡Ja Ja Ja!

En fin, es el mundo de los gimnasios en donde, eso sí, casi todo el mundo va a buscar salud y bienestar. Yo al menos estoy muy contento. Por cierto: ya todos me contestan los buenos días.

Si alguien se reconoce aquí, que no se lo tome a mal. Este escrito es un pequeño homenaje a mis colegas gimnásticos a los cuales, en el fondo, les tengo mucha admiración.

No pierdan tiempo y apúntense a un gimnasio. Se pasa muy bien y se sale nuevo.



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martes, 18 de febrero de 2025

Reflexiones de Gimnasio 1

 













Reflexiones de Gimnasio 1

“Blood Sweat & Tears” 

    Asisto a un gimnasio de Vigo dos o tres veces a la semana. Una vez que empiezo mis rutinas me pongo a escuchar mis músicas preferidas del día. Hoy me dio por oír la música del segundo LP del grupo “Blood Sweat & Tears” (Columbia 1969) el cual he escuchado más de mil veces, y enseguida conecté con mi juventud, con mis 17 años.

    Hay quien dice por ahí que “…se debe vivir el presente y olvidar el pasado, que pasado está…”, etc. Lo siento. Yo cuando me pongo a escuchar estas músicas me transporto. Recuerdo que este LP, estéreo, lo escuché por primera vez en la Escuela Nacional de Arte (ENA) de La Habana, Cuba, en la cual yo era alumno interno de la escuela de Música. En aquel tiempo estudiábamos en tres o cuatro casas-chalets asignadas a ese fin. En una de ellas (posteriormente demolida para construir el llamado Palacio de las Convenciones de La Habana) estaba la Biblioteca de Música y ella también se impartían materias teóricas de música. Había uno o dos tocadiscos Estéreo.

    Ese LP estaba calientico, casi recién salido en EE.UU. y llegó a nuestros oídos gracias a nuestro colega de estudios Pablo “El Americano” Menéndez, que por entonces compartía internado con nosotros. Él era hijo de la famosa cantautora norteamericana Bárbara Dane y por eso, en aquellos años convulsos (y en Cuba ¿cuándo no han sido convulsos?), el podía viajar anualmente a su país, de vacaciones y a su regreso el compartía sus “tesoros” musicales con todos nosotros sus colegas de estudios. Recuerdo que aquel LP lo escuchamos casi en secreto porque nuestros maestros eran muy academicistas y rechazaban la música popular de todo tipo. Aparte, aquella era LA MÚSICA DEL ENEMIGO “que nos quería neocolonizar culturalmente”.

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Wikipedia:

“…Publicaron su disco más exitoso, Blood, Sweat & Tears (1969), que incluyó verdaderos hits como «Spinning Wheel» o «And when I die», aparte de revisiones como la versión de «God bless the Child», el tema clásico de la cantante de jazz Billie Holiday. En estas grabaciones se plasma de forma clara y novedosa el concepto musical que animó al grupo: Bases potentes, arreglos poderosos para los metales, improvisaciones de corte claramente jazzístico y, por encima, una voz carismática e identificable. BS&T fue una de las bandas que actuó en el mítico Festival de Woodstock. El disco llegó al N.º 1 en álbumes, y obtuvo el Grammy al mejor disco R&B del año, y ello a pesar de lo ambicioso de la propuesta, incluso para los cánones de la época”.

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    Entonces hoy en el gimnasio recordé mi juventud y la tremenda impresión que me causaron las piezas de este LP. Me colonizó. Me gustó completo porque era una perfecta combinación de Clásico, Rock, Jazz y Latin. También por la calidad de sus músicos, especialmente el cantante David Clayton-Thomas. Significó un cambio en mi mapa sonoro casi hasta entonces exclusivamente relacionado con Los Beatles. A partir de ese momento empecé a oír la música de otra forma. Por cierto, escribiendo esto, estoy escuchando por primera vez lo que se supone que fue el tercer LP de la Banda (1970) y me estoy quedando tan impresionado como entonces con el segundo LP.

    En aquel entonces no había MP3 ni nada por el estilo. Tampoco teníamos a nuestro alcance grabadoras ni casetes, etc. Nada. Eso quiere decir que oíamos los discos muchísimas veces hasta reventarlos y nos aprendíamos de memoria todos los arreglos, sus armonías, solos, giros melódicos, cortes. Nos sabíamos al detalle todas nuestras piezas favoritas. Como decíamos en Cuba: las fusilábamos. Era un trabajo casi de equipo. Lo que no escuchaba un colega lo escuchaba otro y después compartíamos “descubrimientos”. Así aprendimos mucho.

    Y hoy, mientras me ejercitaba en la cinta del aparato del gimnasio, me acordé de muchos de mis compañeros que ya no están y también de los que
todavía están. Incluso, a través de la cristalera que tenía delante creo que vi pasar alguno por la calle. Hoy fui feliz.

    Quería compartirlo Uds.

    Fueron mis mejores años en aquella maravillosa escuela.

    Marcos M. Valcárcel Gregorio. Febrero, 2025.


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viernes, 11 de agosto de 2023

 


50 años y antes que termine el año. (2020)

                      

   De izq. a der: Maestro Guillermo Cortina, Marcos M. Valcárcel, Ramón Cancio,                                           Amalia Marín, Efraín Amador y Alfonso López.





Hace unos meses, mi hermano Jorge, casi de mí misma edad, me recordó que en este año 2020 se cumplirían 50 años de nuestro primer trabajo. Se dice rápido... ¡cuántas cosas!

Empecé a trabajar en noviembre de 1970 en la Escuela Provincial de Arte de Camagüey a donde me enviaron a cumplir mis tres años de Servicio Social con un primer sueldo: 132,15 pesos (la mitad de uno normalito de la época)

Me vinieron a la mente mis primeros compañeros de trabajo: Alfonso López (EPD), Ramón Cancio, Efraín Amador, Amalia Marín, Raimundo Orozco, Jose Villa, Danilo Hernández y Evelio Lecour (estos últimos A. Plásticas). Los profesores Humberto “Nené” Zaldívar: trompeta y director de la Escuela de Música; Nelson Betancourt: trompeta; Nelson Florat: trombón; Rafael Cos: percusión; Alfonso Morán: clarinete; Martínez: clarinete y saxofón; Pedro Luis: trompa; Manuel Wambrú: flauta; Gabino: oboe, Orta: solfeo y el viejo Licea: portero. Además, los trabajadores de la escuela: Juventino el director, Rodolfo: jefe de internado, La China: Cocinera; Mario: Cocinero. No me gustaría olvidar a nadie...

También me acordé de cuando me mandaron a pelar y cortarme la barba porque mis alumnos del internado me imitaban; de cuando me quedé sin zapatos y estuve un mes con unos prestados; de la escasez de cigarros; de mi primera aula con un cacho de batería Trowa y unos timpani coreanos rotatorios de hierro ¡casi hechos a mandarriazos!; mis viajes a Santiago de Cuba en el Il 14 soviético, y ¡cómo no! de mi primer y malogrado gran amor, ¡Conchita! y su tía, etc.

También recordé a muchos de los primeros alumnos ¡que me sufrieron!, algunos de los cuales hoy son grandes músicos.

Pero tengo algunos grandes recuerdos: Mis compañeros y colegas, el entrañable Rafael Cos y Carlos de La Fuente. Este último, junto a su esposa Doris, me acogieron en su casa casi cada domingo.

También de Alfredito, fundador del Lágrimas Negras, del Casino, del estadio de béisbol “Cándido González”, en fin.

Y también quiero acordarme de alguien muy especial para mí: el maestro Jorge Luis Betancourt que me brindó la oportunidad de tocar en su incipiente Orquesta Sinfónica de Camagüey. Recuerdo como la construyó casi desde cero, con pocos recursos, con su sabiduría y tesón.

Una pequeña anécdota para terminar:

Comíamos muy bien, pero vivíamos muy mal, alojados en un sitio con mucha humedad y a punto de derrumbe. Protestamos. Entonces un día, mientras echábamos una siesta en nuestras literas, en paños menores, recibimos una visita sin aviso previo: ¡el mismísimo ministro de Educación Belarmino Castilla acompañado por el “celebérrimo” (para algunos, el mismísimo diablo) Mario Hidalgo!, director de la ENA y autoridades de la escuela. Nos saludaron, miraron todo, se despidieron y en los 2 años que estuve allí, nada cambió. ¡Ja Ja Ja!

Después de 50 años: ¡Gracias por todo, Camagüey!


sábado, 18 de marzo de 2023

 


 
Reflexión apurada sobre un reciente programa de entrevistas en TV.

¿Son los músicos de orquesta un rebaño de ovejas?
Rotundamente no. Algunos músicos, sobre todo los que respetablemente quieren tener vuelo propio, no soportan la disciplina de una orquesta y se sienten como ovejas dentro de un rebaño. A mí particularmente me encantaba tocar en la orquesta y disfruté mucho durante los años en que pude hacerlo. Aprendí muchísimo.
¿Son los músicos de orquestas inferiores a otros?
No. Los músicos de orquesta tocan semanalmente muchas obras tan complejas como los mismísimos conciertos para solistas. Las orquestas tocan desde 30 hasta 50 programas distintos en cada temporada mientras que un concertista se concentra en preparar y tocar cada año tres o cuatro programas distintos conformados con obras de su repertorio. Y en una orquesta sinfónica actual se toca casi todo tipo de música y sus músicos están preparados para asumirlas. En las buenas orquestas hay grandísimos músicos con tan altos niveles interpretativos como los que se dedican a la carrera de concertistas. Desde luego, dentro de estos últimos los hay que parecen seres sobrenaturales.
¿Son los directores de orquesta unos payasos?
No, aunque algunos se comporten así. Los directores son necesarios. Son los entrenadores del equipo y proponen su propia versión de las obras a tocar. Vienen siendo un “médium” entre el compositor y el público. La orquesta es su instrumento. En el programa mencionado en el título de esta reflexión, ponen un fragmento de un video (muy mal traído) de Ricardo Mutti en el cual el maestro sarcásticamente habla de “lo fácil que es dirigir una orquesta”.
Sigo. Hay directores de orquesta que no tienen una depurada técnica de dirección, pero tienen sabiduría y controlan el oficio para sacar los trabajos adelante.
Hay otros directores que poseen buena técnica (hay varias) y ahí se quedan y no convencen ni a los músicos ni al público. Yo particularmente alguna vez toqué con uno que, por razones políticas o diplomáticas, nos dirigió, y no sabía ¡NADA DE NADA! Fue una experiencia vergonzosa para el pobre hombre. Afortunadamente cada vez son menos porque el nivel en general ha subido mucho. Y créanme: los músicos somos bastantes intransigentes con los infelices ignorantes que se paran delante de una orquesta. Recordemos que “La ignorancia es atrevida”.
Y finalmente hay directores, los verdaderos “Maestros”, que tienen una excelente técnica de dirección y además lo saben -LO SABEN- absolutamente todo, “de la pe a pa”, acerca de las obras que dirigen, de la historia, de la orquestación, etc., como también la psicología de una masa de sesenta hasta ochenta músicos con opiniones distintas. Antes que directores fueron grandes músicos y seguramente pasaron por el atril de alguna orquesta. Esos son los verdaderos, con una impresionante personalidad, capaces de desentrañar las más difíciles partituras; esos son los que logran la excelencia, los milagros, en las orquestas más modestas.
Marcos M. Valcárcel Gregorio. Marzo 17, 2023.

viernes, 25 de noviembre de 2022

"Los dos Valcarcitos y el ballet Giselle"



 

Corría el año 1966. Yo (Marcos M. Valcárcel) con 14 años y mi hermano (Jorge L. Valcárcel) con 13. Éramos estudiantes de Percusión del conservatorio Amadeo Roldán de La Habana.

Mi padre, Marco A. Valcárcel, timpanista de la Orquesta del Gran Teatro "García Lorca" de La Habana, llegó a casa agitado un sábado por la tarde y nos dijo que nos bañáramos  y vistiéramos para ir a tocar con él esa noche, el Ballet Giselle.

¿Que QUÉ?!…¿Qué teníamos que tocar esa noche ¿el queeÉ?!

Nos contó que el percusionista  que tenía que tocar esa noche junto a él (ni más ni menos que nuestro maestro Domingo Aragú) había sufrido un accidente y no podía tocar. Así que teníamos que ir a sustituirlo porque no había podido conseguir a más nadie.

Nos quedamos con la boca abierta. Era una urgencia de casi última hora. Nunca habíamos tocado profesionalmente y nunca habíamos ensayado ese ballet ni ningún otro. Solo teníamos la experiencia de la orquesta de la escuela y de cuando nos llevaba de niños a ver los ensayos de la orquesta y nos sentaba a su lado en el foso. ¡Y esa noche teníamos que tocar el Bombo y los Platillos! Además el Triángulo y el Campanólogo…Qué emocionante!

Jóvenes al fin y con la única poca práctica de la orquesta de la escuela, nos dispusimos, nerviosos pero decididos, a lanzarnos al precipicio, como si de una hazaña se tratara. Allá fuimos mi hermano y yo, ¡a la batalla! Esa noche nos convertiríamos en héroes ante nuestros compañeros de escuela. Eso creíamos…

Llegamos al teatro un poco antes que el resto de los músicos y nuestro padre, nervioso pero optimista y confiado en sus hijos, nos dio las mínimas instrucciones necesarias en el foso: miren la manos del director, miren la batuta, oigan la música, estén atentos a lo que yo les indique, no tengan miedo que “más vale pecar de valientes que de cobardes”, Uds. son unos Valcárceles! Los demás músicos, aunque nos conocían de niños, nos miraban con caras asustadas y decían: Valcárcel! Ay Dios mío! ¿Los muchachos van a tocar el bombo y los platillos? ¿Sabrán seguir la batuta? Mira que en el ballet hay que estar muy atentos a los cierres…Valcárcel, tú estás loco! Cómo vas a meter a estos niños en esto? ¿Chemón*(el director de la orquesta) lo sabe? Y mi padre: Oye chico!, no hay más nadie, ¿Qué tu quieres que haga? Ya verás cómo ellos lo hacen bien….y allá fue eso!

¿Alguien puede imaginarse cómo fue eso? Pasó lo que tenía que pasar. Nos lanzamos a tocar bombazos y platillazos donde eran y también, como no, donde no eran. De mirar mano nada. Ya bastante teníamos con ver la partitura y oír a mi padre gritándonos: Prepárense,…ahora! …no, ahí no!… esperen! …paren, paren!…con mi mano!…mira pa’cá!…mira pa’llá! …ahora sí…espera, espera! Bueno, hasta creo que tocamos más campanas que las 12 que están escritas en el inicio del 2º acto. No sé si en algún momento tocamos el pobre triángulo.

En fin, no sé cómo llegamos al final de la función. Destrozamos el ballet. Por poco no salimos presos de allí! Los pobres bailarines locos. Nuestro padre y el pobre Chemón * (con toda razón) terminaron peleados al final de la función. Recuerdo a Maruja Sánchez (concertino) defendiéndonos por lo amiga que era de mi padre y por defensora de los jóvenes y de las causas perdidas. ¡La gran Maruja!

Pero para mi hermano Jorge y para mí fue una experiencia tremenda que nunca olvidamos. Aquel día, a pesar de todo, fuimos más músicos. Y nuestro padre…feliz y orgulloso!

*El director de la orquesta, Maestro José Ramón Urbay.


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jueves, 28 de abril de 2022

El Juego está "perdío"





¡El juego está "perdío"!

Esta frase la puso de moda en la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba el maestro Antonio Linares, trombonista y maestro de maestros.

Todos los que entendemos un poco el juego de Béisbol sabemos que “cuando hay pitcher no hay bateador” Para los menos entendidos, cuando el “pitcher” -el lanzador de las bolas- viene con buen control, es muy difícil batear la pelota por el bateador. Por el contrario, si el “pitcher” no controla los lanzamientos se dice que está “wild”, o sea, salvaje o descontrolado. En el caso de una orquesta el director es el “pitcher”, el que le lanza la bola a los músicos que a su vez tratamos de batearle la bola. ¡Ja Ja Ja!

El caso es que en los años en que yo pertenecí a la OSN se celebraban conciertos semanales, con programas diferentes. Lo más jodido era que muchas veces nos enterábamos de las obras a ensayar el mismo día del primer ensayo. Así que aquello era de… Sálvese Quien Pueda.

También había un director diferente en cada concierto. Y dos o tres veces al mes venían directores de orquesta invitados extranjeros. Los músicos de la orquesta no siempre tocábamos en todos los conciertos. Rotábamos. Todo dependía del desconocido programa de cada semana. Por eso el primer día de ensayo teníamos que asistir todos, por si era necesario completar la plantilla normal.

Entonces en el primer ensayo se producía lo que supongo se produce en muchas orquestas: El director invitado, a medida que va a avanzando el ensayo, evalúa a los músicos y a la orquesta, para él desconocidos. Y a su vez los músicos, los que tocan y los que no, hacen lo mismo con el director. Es una evaluación mutua. Los que hemos pertenecido a una orquesta sabemos descubrir en media hora de ensayo a qué “pitcher” nos enfrentamos y él a su vez, si es un buen director también descubre quiénes son los mejores músicos, los mejores “bateadores”, y qué equipo tiene.

El caso es que en nuestra orquesta, a la media hora del primer ensayo ya nuestro querido maestro Linares daba su veredicto. Si el director era bueno el comentario era que “el pitcher viene por la goma” (en el argot pelotero quiere decir que el pitcher viene con control de sus lanzamientos) pero si el director no mostraba suficiente sapiencia y carácter, no era bueno, entonces decía: …¡Señores!…!El juego está perdío! ¡El “pitcher” está “wild”! Ja Ja Ja!

¡Qué buenos momentos pasamos junto al simpático y carismático maestro de maestros Antonio Linares! ¡Qué el Señor lo tenga en la Gloria!

Marcos Valcárcel Gregorio, Octubre 2014



lunes, 7 de marzo de 2022

 Percusionista moderno

¡Qué lugarcito este Tata!
    Esta frase la pronunció un día el maestro Roberto Sánchez López (Tercer Clarinete y Clarinete Bajo) durante un ensayo de una obra de la llamada “música contemporánea”, “de vanguardia”, “moderna”, “nuevas músicas”, etc.  Por favor, no empecemos a discutir sobre el término.
    Nunca me he olvidado de mis viejos compañeros, profesores y colegas de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba. Los he extrañado mucho a lo largo de mis últimos años en España. Y por eso, a cada rato, recuerdo muchas anécdotas de mis 20 años de estancia en esa prestigiosa institución. Claro…de la que yo recuerdo…de la que yo fui miembro hace ya mucho tiempo.
    Recuerdo a todos los viejos profesores de mi juventud. Muchos fueron nuestros profesores.
    Pero para esta anécdota que quiero contar, me vienen a la mente tres de ellos en especial: Roberto Sánchez López, tercer Clarinete y Clarinete Bajo; Marcos Urbay Serafín, primer Trompetista; y el director de orquesta y destacadísimo compositor Felix Guerrero.
    Cuando yo entré en la OSN en el año 1972 se tocaba mucha “música contemporánea”. Semana sí y semana no, se estrenaba alguna obra de algún compositor cubano o extranjero de moda. Creo que estaba establecido, como política cultural interna, que cada director cubano, titular o invitado, debía tocar o estrenar alguna obra contemporánea de compositores nacionales. Generalmente los directores seleccionaban las que ellos consideraban merecedoras de ser tocadas y quizás, aquel antes mencionado, era el único filtro cuasi obligatorio.
    Pero los viejos maestros de la orquesta eran bastante reacios a ese tipo de “música rara”,”experimental”, que los obligaba a emplear técnicas de ejecución poco ortodoxas y sonidos ‘desagradables’, etc. El rechazo era mayor cuando se desarrollaba alguno de los festivales que anualmente se celebraban en La Habana. En esos festivales era cuando se tocaban más obras. La mitad de ellas bastante buenas o muy buenas y la otra mitad francamente muy malas e insoportables al oído y a toda comprensión y ejecución. Por eso el maestro Marcos Urbay las bautizó (supongo que se refería a los peores experimentos) como…¡MÚSICA DE PEJEPALO! El término se quedó para siempre en el anecdotario de los músicos sinfónicos cubanos. Al menos los de mi generación.
    Entonces, recuerdo que durante un Festival le tocó al viejo maestro Felix Guerrero dirigir un concierto de esos conciertos. A pesar de que era un director muy tradicional, dedicado más a la zarzuela y a la ópera, por algún motivo no le quedó más remedio que aceptar dirigir uno de ‘esos’ conciertos. Y también le tocó dirigir una ‘obrita’ de un compositor cubano bastante extraña y poco agradable. Para hablar en claro UN PEJEPALO de los gordos. Cuando llevábamos media hora ensayando el hastío de los músicos era total, los bostezos continuos y el PEJEPALO ¡insoportable! Entonces el maestro Guerrero, al darse cuenta de la situación dijo: …Señores, perdonen, pero Uds. saben que yo soy director de de 2 x 4 y Do mayor (compás y tonalidad de aparente sencillez musical), así que me perdonan…En ese momento se oyó la sufrida voz del maestro Roberto Sánchez que nunca hablaba:  …¡Ay Dios mío! ¡Qué lugarcito este Tata! 
    ¡Todos morimos de la risa!
Y yo todavía me estoy riendo! Muchas veces, ante la impotencia, en situaciones similares, me acuerdo de la dichosa frase: Ay Dios mío ¡Qué lugarcito este Tata!
    Maestro Sánchez, ¡que el Señor te bendiga dondequiera que estés!
 
Marcos Valcárcel Gregorio. Octubre 2014


viernes, 25 de febrero de 2022

Kiev 1979

KIEV. 1979.

Kiev, bellísima ciudad. Tuve la oportunidad de tocar allí con el Conjunto Instrumental Nuestro Tiempo, cuando todavía Ucrania pertenecía a la antigua URSS, durante una gira que abarcó otras ciudades soviéticas, entre ellas Moscú. En aquel entonces, sin estar al tanto de la política, Kiev, repito, bellísima, me pareció una ciudad completamente occidental. Me sentía identificado.
Estuve solo un par de días y creo que tocamos en el teatro de la Filarmónica. Recuerdo que las autoridades culturales también nos invitaron a la Ópera, a una impresionante representación de “Jovánschina” de Mussorgsky. Como curiosidad, pude comprobar que en los intermedios los relajados músicos de ópera hacían lo mismo que nosotros en Cuba: jugar a las cartas, ajedrez, dominó, tomando el té o el café.
Teníamos entonces una dieta de 12 rublos diarios para “comer”. Pero esa dieta había que dedicarla también a las ‘pacotillas imprescindibles’ para la familia en Cuba. Entonces, para ahorrar, aprovechaba el desayuno abundante incluido con el hotel, después almorzaba caliente y en la noche comía bocadillos en la habitación. La suerte es que en la antigua URSS, la comida era muy barata. Con 5 rublos podían comer dos personas en el restaurante, por ejemplo, del antiguo céntrico hotel Rossiya de Moscú. Y si te ibas a una Estalóvaya (cafetería popular)  podías comer por 1 rublo.
Pero el primer día en Kiev, almorcé (comí) en el propio hotel. Fue la primera vez que probé el famoso y delicioso Borsch ucraniano, entre otras cosas. Y al siguiente día me pasó una cosa curiosa. Me fui a un restaurante cercano al hotel, por cambiar, y allí coincidí almorzar (comer) con un grupo organizado de turistas norteamericanos. En aquella época eran “el enemigo” aunque en mi fuero interno yo no lo sintiera así, pero ya saben de una frase famosa de la época de la guerra fría: ¡Al imperialismo, ni un tantito así!...
Ellos, los yanquis, se sentaron en una mesa larga contigua a la mía y los camareros les pusieron una banderita norteamericana en la mesa. Y aquí viene el detalle, cosas que pasan sin saber uno por qué: cuando me sirvieron mi comida ¡también me pusieron mi banderita cubana! Yo no la había solicitado pero la verdad es que me sentí muy orgulloso de estar sentado al lado del “enemigo” con mi banderita.
Hoy oro por Kiev y sus ciudadanos. 
Marcos M. Valcárcel Gregorio. 25 de febrero 2022.

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lunes, 18 de octubre de 2021

Elena, la pianista de mi barrio



De izq. a der: Jorge, Marcos, Julio Valcárcel y Magaly, una vecina del edificio

            Cuando mi hermano y yo empezamos a estudiar música, a los 9 y 10 años respectivamente, mi padre tuvo la brillante idea de comprarnos un piano de uso tipo espineta, bastante extraño, pero sonaba, que al fin y al cabo era lo que interesaba. Probablemente fue el único piano en todo el barrio por muchos años. Y ahí en ese piano tocábamos los fines de semana cuando salíamos de pase del internado en que estudiábamos: la flamante Escuela Nacional de Arte (ENA). Pero en casa tocábamos lo que nos daba la gana y de oído. Nuestro repertorio consistía fundamentalmente de las canciones de los grupos pop de moda de entonces: The Beatles, Los Fórmula V, Los Bravos, Los Brincos, Paul Anka, etc. Mi hermano generalmente tocaba las melodías y yo los acompañamientos. Ya saben, tocábamos para los abuelos, los tíos, los vecinos y todo el que se asomara por la puerta de casa que casi siempre estaba abierta a la calle.        

            Uno de esos días apareció en la puerta de casa una señora de unos 50 años, mulata, gorda, con una parte de la cara hinchada o deformada, vestida con una bata de casa de florines barata y vieja, con una jaba de mandados de tela, en fin, un ama de casa de aspecto bastante pobre. No la conocíamos. Se quedó mirando y escuchando cómo mi hermano y yo tocábamos el piano. En una parada que hicimos nos preguntó si podía entrar y tocar el piano. Nosotros nos quedamos incrédulos con la señora porque no parecía pianista ni maestra, ni nada por el estilo. Le preguntamos si sabía tocar el piano y nos dijo que sí. La dejamos entrar en casa, dejó su jaba de mandados en el suelo, se sentó en el piano y comenzó a tocar. Y todos los que estábamos allí nos quedamos sorprendidos porque aquel piano comenzó a sonar como si lo tocara una profesional. Creo que lo primero que tocó fue una canción popular cubana.

            –Y Ud.… ¿dónde aprendió a tocar el piano?

            –Solita en mi casa.

            – ¿Cómo?

            –Sí. En mi casa del barrio de Marianao todas mis hermanas tocan el piano. Pero cuando me casé ya vine a vivir aquí en la Habana del Este.

            ¿Ud. tiene piano?

            –No, por eso cuando pasé por aquí oí el piano y me entraron ganas de tocar.

            – ¿Cómo Ud. se llama…en qué edificio vive?

            –Me llamo Elena y vivo en el Edificio 13 con mi marido que es albañil y mi hijo.

            –Pues siga tocando si quiere…

            Entonces Elena nos dio casi un recital.

            Ella lo mismo tocaba una Guaracha cubana, un Tango, un Bolero, una canción famosa, un Vals y lo que más nos llamaba la atención es que tocaba en varias tonalidades diferentes. Mi hermano y yo, que generalmente tocábamos en tonalidades fáciles, nos quedamos sorprendidos. Cuando tocaba un Son cubano se acompañaba de acordes y bajos a contratiempo en la mano izquierda, con tremenda efectividad.

            A partir de ese día Elena se hizo amiga de mi familia y especialmente de mi papá, que en muchas ocasiones la invitó a tocar en actividades culturales del barrio organizadas por él. Pero desgraciadamente mi padre no pudo ofrecerle más a Elena. Ella no podía dedicarse profesionalmente a la música porque solo tocaba de oído y no era capaz de leer una sola nota de música. ¡Ni falta que le hacía!

            Recuerdo un día, en uno de esos actos culturales que organizaba mi padre, estaba acompañando a una cantante y yo le dije que la canción a interpretar estaba en Mi bemol mayor a lo que ella me contestó:

            –Mijito, yo de eso no sé. Que empiece a cantar y yo la sigo…

            ¡Y así fue! La cantante empezó a cantar y cuando Elena puso las manos en el piano, cayó directo en la tonalidad. ¡Elena tenía oído absoluto! ¡Ja Ja Ja! Un fenómeno de músico aficionado.

            Pero Elena siguió su vida junto a su marido albañil y su hijo. Hace muchos años se enfermó y falleció. Elena nunca pudo tener su piano.

            EPD Elena. Nunca olvidaré sus enseñanzas.


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sábado, 16 de octubre de 2021

Carmine Coppola en La Habana

 



What the fuck are you doing?!!...”

Así recuerdo la expresión. Eso fue lo que me gritó Carmine Coppola  (padre de F.F. Coppola) en el segundo ensayo de su primer concierto en La Habana al frente de la Sinfónica Nacional de Cuba.*  La presencia de la familia Coppola en Cuba era un acontecimiento en medio de las siempre conflictivas relaciones políticas y de todo tipo (ya duran más de 60 años) entre los gobiernos de EE.UU. y Cuba y viceversa. Por eso el concierto de Coppola padre era casi un asunto de estado. El concierto, enmarcado dentro de las actividades del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, se haría en la sala Avellaneda del llamado Teatro Nacional de Cuba enclavado en la famosa Plaza de la Revolución con todas las facilidades solicitadas por los invitados.

Para este primer concierto de dos horas de duración se hicieron dos ensayos de cuatro horas en dos mañanas seguidas. Como era habitual en la Cuba de entonces, nos enteramos de la música a tocar el mismo día del primer ensayo. En el atril me encontré un libraco grueso y rojo supuestamente con la música en orden de ejecución. Era un como una “suite” en dos partes en forma de “collage” de música de cine compuesta por Carmine Coppola para las películas de su hijo, mezcladas con otras músicas relativas al cine. Naturalmente que empezaba como con una especie de obertura tipo Hollywood.

Sucedió que era necesario un baterista y para eso el director titular de la orquesta, el maestro Duchesne, recomendó a Guillermo Barreto, baterista muy bueno y de amplia experiencia en esos menesteres. Pero resultó que estaba enfermo y entonces vino otro baterista, muy bueno, pero que era muy mal lector a primera vista. Yo, enseguida le advertí al maestro Duchesne que ese baterista, que repito era muy bueno, no iba a poder con el libraco y los saltos de páginas además de los pocos ensayos para tanta música. Tal como lo había pronosticado, el pobre no dio pie con bola durante el primer ensayo. Terminado este, a la salida del edificio veo que el maestro Coppola estaba muy molesto con algunos músicos (entre ellos el baterista) y pedía cambios para el segundo ensayo:

You fix this or tomorrow I'm going fucking California!!! –le oí decir enfadado ante la cara del inspector de la orquesta Mario Gorostiza y del maestro Duchesne. Este viró la cara, me vio a mí y se acercó. ¿Qué hacemos? me preguntó. Yo me encogí de hombros y me cagué porque sabía lo que me venía encima. ¿Podrás hacerlo tú?, me volvió a preguntar. Y yo, que he sido muy atrevido en mi vida profesional y que en aquellos momentos me comía el mundo, me volví loco y le dije que sí. Quedaba solo un ensayo. Volví a entrar en el teatro y cogí la partitura del baterista, le eché una hojeada y me dio la impresión que no era un típico papel de baterista sino más bien de percusión, o sea, bombo caja y platillo. Y de tan atrevido que yo era, también era muy confiado. Entonces dejé la partitura en el teatro. Total, en casa no tenía Batería y después del almuerzo apurado del día iba a tener que seguir trabajando en un conservatorio y no llegaría a casa hasta bien entrada la noche. Así que...mañana sería otro día, pensé.

Al otro día traté de llegar temprano al ensayo, en medio de las dificultades del transporte urbano. Llegué al teatro y armé la batería. El papel que yo había ensayado lo haría otro percusionista de la orquesta. Empezó el ensayo y todo iba bastante bien, entre interrupciones normales e indicaciones del director. Continuaba el maestro su ensayo y AQUÍ es cuando me encuentro con un salto de página de la 88 a la 107, por ejemplo, y lo que seguía no era ni más ni menos que la entrada de tambores de la famosa cabecera de las películas de la 20th Century FOX - Metro-Goldwyn-Mayer:

Rrrran pan... Rrrran pan...Rrrrrrrrrrrrrrrrr...Rrrran pan y las trompetas, tat taratá, etc.

¿Qué pasó? ¿Q U É   P A S O O O Ó? Que cuando el maestro bajo la mano para dar la entrada de tambor el pobre Marquito (menda) todavía estaba pasando la página y nadie tocó y se quedó con las manos sin música, una de las peores cosas que le puede pasar a un director.

Ahí el maestro metió un manotazo en el atril y espetó:

–Where is the fucking drummer?? What the fuck are you doing?!!...”

Déjenme decirles que tal parecía que el que me lo gritaba era el mismísimo "Godfather" de la mafia. Yo me debatía entre la vergüenza propia y ante mis compañeros. Tauro al fin, no sabía si tirarle la silla por la cabeza o...someterme a la ortodoxia de la disciplina colectiva del debido respeto al MAESTRO que mi profesor Aragú me había inculcado. Todo eso en cinco segundos. Al final opté por lo último. Bajé cabeza y le dije:

Excuse me sir. It will not happen again

Gruñó el maestro, bajó la vista a la partitura y continuó el ensayo. Yo sabía que a mí ya no me podría sustituir. ¡No habría más ensayos!

Si le hubiera dicho otra cosa no hubiera podido más levantar la cabeza en Cuba.

Esa noche, llegué al teatro dos horas antes del concierto. Ya en casa había estado revisando bien el dichoso libro. Lo volví a revisar y marqué todas las entradas lo mejor que pude. Felizmente el concierto fue un éxito y no tuve ningún tropiezo. El maestro Duchesne me felicitó.

Un año más tarde tuve la suerte de reivindicarme en mi fuero interno. Volvió a Cuba el maestro Carmine Coppola para dirigir un concierto. Esta vez la música duraba casi cuatro horas porque íbamos a acompañar una película silente: “Napoleón”. La música también era un “collage” entre música propia de C. Coppola y otros compositores. Entre esas partes estaba un fragmento del cuarto movimiento de la Sinfonía Fantástica de Berlioz en donde intervienen dos timpanistas en combinación. En el arreglo de C. Coppola este unió las dos partes de Timpani en una sola. Me tocó tocar ser el timpanista de ese concierto. En el primer ensayo, al terminar el fragmento en el que yo toqué las dos partes sintetizadas en una, paró el ensayo y me miró quitándose las gafas y alzando la ceja del ojo derecho. Me volví a cagar otra vez al sentir la mirada del “Godfather”. Pero acto seguido miró a la orquesta y les dijo:

– ¿Saben una cosa? Normalmente eso lo tocan entre dos timpanistas y él lo ha hecho muy bien. Y con la misma, siguió ensayando.

Y yo les cuento que no era nada difícil. Pero me sentí muy halagado. Nada,...cosas que tiene el oficio.

Marcos M. Valcárcel Gregorio Octubre de 2021.

*ORQUESTA SINFONICA NACIONAL DE CUBA.  Concierto.  Carmine Coppola, director.  La Habana, Teatro Nacional, Sala Avellaneda,  jul. 31, ag. 1, 1987.  

 

 

domingo, 10 de octubre de 2021



La Viejita Flora


La viejita Flora. Cortesía de su nieta Isis Cambeiro.





Cuando tenía casi 13 años caí en una profunda depresión. Se me metió una “matraquilla”, o sea, una idea recurrente en mi mente. Me dio por pensar en la Muerte (Tanatofobia según Google) y en su inevitabilidad lo cual, a mi edad de entonces, no era aceptable ni comprensible para mí de ninguna de las maneras, por mucho que mis amigos y familiares se empeñaran en explicármelo y hacérmelo entender. Con la caída de la tarde me sumía poco a poco en pensamientos fúnebres terribles de los cuales no era capaz de escapar. Fueron días muy tristes para mí y marcaron mi vida para siempre. Mi mente era capaz de mostrarme mi entierro, cómo se veía mi cuerpo en el ataúd, como me introducían en la tumba, como revivía dentro de ella, sin posibilidad de rescate, etc. Tampoco aceptaba que un día mis padres fueran a morir. En fin, todo era terrorífico cuando llegaba la tarde. Y para más sufrimiento, justo en esos días mi padre me compró, con mucho sacrificio (como todo en Cuba desde 1959) y sin margen de escoger para gustos juveniles, unos zapatos carmelita de cuero, tipo Oxford (en Cuba, tipo Amadeo), buenísimos pero para mi gusto “de viejos”, que no hubo manera humana que me los quisiera poner, por más que me insistieran.


        Mis padres pensaron que aquello que me pasaba sería algo pasajero, que pronto lo olvidaría y seguiría siendo el niño alegre y retozón de siempre. Pero aquello se extendió por semanas y hasta meses, hasta que decidieron pedir ayuda médica. Hablaron con mis responsables en el internado en que estudiaba (la Escuela Nac. de Arte de La Habana, ENA) y estos me llevaron a una consulta psiquiátrica de un doctor gordo, con bigote, fumándose un tabaco, con bata blanca y pluma en el bolsillo, que me recibió sentado detrás de una mesa tipo escritorio de abogado, lleno de libros a ambos lados, etc. El doctor me preguntó por lo que me pasaba y yo le expliqué lo mejor que pude. En seguida detectó mi problema. Después de pensar un poco me miró con su cara tipo García Márquez y me dijo tranquilamente:

      –Mira. La muerte es una cosa inevitable. Aquí nadie -óyeme bien- nadie va a quedar para semilla. Todos nos vamos a morir algún día. Lo que te está pasando es que estás cambiando de edad: te estás convirtiendo de niño a joven. A algunos niños les da por jugar demasiado a la pelota, a otros por pintar y a otros, por otras cosas o manías. Pero todos, escúchame bien, absolutamente todos, nos moriremos algún día. Aquí nadie se salvará -y sonrió-  ni siquiera los ricos o famosos.

        Se tomó una pequeña pausa, se tocó un poco el bigote y siguió:

        –Tú lo que tienes que pensar es que cuando llegue ese día, seguramente dentro de muchísimos años, probablemente vas a dar una hojeada hacia atrás al libro de tu vida. Para aceptar la muerte y morir en paz tienes que pensar en “a qué has venido a este mundo”. A este mundo se viene a vivir y a crear, dejar una huella...  Otros pasan por este mundo a sobrevivir, a sufrir solamente, o sea, a comer mierda y eso si es triste.

        Hizo otra pausa, respiró profundamente y mirándome a los ojos me dijo:

        –Piensa en tu realización personal, en dejar huella, en tener familia. Tus hijos y tus obras son los que perduran en el tiempo. Es la única fórmula para la inmortalidad. En eso es en lo que tienes que pensar y hacer. Mira, tómate una pastillita de estas diariamente a la hora del almuerzo, durante un par de semanas para que te tranquilices un poco. Tu verás que eso que tienes se te quita y si no, vuelve y seguimos hablando.

        Salí de la consulta no muy convencido pero con sus palabras en mi cabeza y la receta de la pastilla supongo que antidepresiva. La tomé solo durante 3 días porque al llegar el fin de semana vinieron unas pequeñas vacaciones y sucedió algo extraordinario. En esos días me tocó pasarme dos o tres en casa de mis familiares en el barrio de Los Pinos. Un día, de camino para la casa de mi tía Joaquina pasé por delante de la casa de la viejita Flora. Como siempre, estaba sentada, meciéndose en su sillón de madera, en el portal de su casa. Siempre se alegraba de verme y yo la saludaba.

        –Ven mijito, entra –me dijo ese día con su peculiar hablar rápido y nervioso.

        Abrí la pequeña reja de hierro, entré y me senté en otro sillón junto a ella.

        –A ver, cuéntame. ¿Qué tal la música? –me preguntó.

        –La música muy bien pero yo no y me han llevado a un psiquiatra.

        –¡Ah ¿Síiii?! –me dijo sorprendida– ¿Por qué? ¿Qué te pasa?

        Le expliqué todo lo que me estaba sucediendo y fue entonces que ella, la viejita Flora, ama de casa toda su vida, mujer de pueblo, sin una gran cultura, me dio la fórmula mágica para acabar con mis sufrimientos.

        –Mira mijito, a ti lo que te pasa es que tienes una “matraquilla” metida en la cabeza.

        –¿Cómo? ¿Una “matraquilla”?

        –Sí, esos pensamientos que te vienen a la mente cada tarde y te torturan. Lo que tienes que hacer cuando te vengan a la cabeza es decirle: ¡Pa’llá! ¡Pa’llá! ¡No quiero pensar en eso! Entonces piensa enseguida en otra cosa y ponte a jugar o a hacer algo. Tu verás cómo poco a poco, en unos días, se te quita la matraquilla.

        Así lo hice. ¡Remedio Santo! Ese día, a la hora de la “matraquilla” me pasé todo el tiempo diciéndole a mi mente ¡Pa’llá! ¡Pa’llá! y pensé en otra cosa. A la siguiente tarde igual. No pasaron ni dos días y…¡Se obró el milagro! Me curé sin pastilla. Pero tampoco olvidé los consejos del psiquiatra gordo con bata blanca: Los objetivos de vida que me marqué entonces los sobrecumplí. No obstante, todos los días, entre las 6 y las 8 de la tarde, me entra un ...no sé qué…

                                                    Octubre, 2021

 

 

El Señor X

  El Señor X. A cada rato recuerdo al Sr. X.,  nuestro vecino del barrio en que vivíamos en La Habana. Este Sr. viudo, estaba tratando de ...