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viernes, 12 de septiembre de 2025

Mi padre Marco A. Valcárcel Domínguez. (La Habana 1926 - Vigo 2010).

 

            

Mi padre Marcos A. Valcárcel Domínguez. 

Mi  homenaje personal.


        








        Sobre mi padre se podría escribir una novela.

        Nació en La Habana, Cuba. Desde niño tuvo una vida dura ya que se quedó huérfano de padre a los 9 años. Su padre fue asesinado por una banda paramilitar en el año 1935. Entonces, por mediación de amigos, junto a su hermano Julio, ingresó en la antigua Casa de Beneficencia de La Habana la cual se encontraba en los terrenos que hoy ocupa el Hospital “Hermanos Ameijeiras”.

        En la banda de esa escuela comenzó sus primeros pasos en la música aprendiendo a tocar el clarinete. De ahí que José A. Méndez, su amigo del barrio Los Pinos, le pidiera que pusiera en música su canción La Gloria Eres Tu”.

        Terminados sus estudios generales en la Casa de Beneficencia, con altas calificaciones, recibió una beca para estudiar el bachillerato en el entonces prestigioso colegio habanero BALDOR.

        Ya graduado, con excelentes habilidades para la pintura y las artes en general, comenzó a estudiar arquitectura en la Universidad de La Habana. Pero poco duró, ya que tuvo que empezar a trabajar en una imprenta en la calle Obispo.

        Entonces se matriculó en el Conservatorio Municipal de La Habana (hoy Amadeo Roldán) en el cual empezó a recibir clases de percusión del destacado maestro Domingo Aragú.


 

 







 Mi padre junto a su maestro y amigo Domingo Aragú.



         Ya en el año 1948, por recomendación de Aragú, comenzó a trabajar en la Banda Nacional de la Policía de Cuba  Ahí desarrolló sus habilidades como timpanista y percusionista.


BANDA DE LA POLICÍA NACIONAL DE CUBA. Año 1950, aproximadamente Mi padre es el timpanista.


Un día el maestro Aragú le dijo que ya él no podía enseñarle más nada y le recomendó tratar de recibir clases de Saul Goodman, timpanista de la Filarmónica de Nueva York y profesor de la Julliard School.

         Ni Aragú ni mi padre conocían personalmente a Mr. Goodman. Pero mi padre, con su optimismo innato le pidió una carta de recomendación a Aragú, el cual que se decidió a escribirle, sin esperanza alguna de que este famoso profesor le contestara.

         Pero su sorpresa fue mayúscula cuando Mr. Saul Goodman, conocedor del trabajo de Aragú como timpanista  de la Filarmónica de La Habana, le contestó personalmente y le ofreció a mi papá la posibilidad de participar en un campamento de verano en Deerwood Camp, con los gastos del curso pagados. Sólo tendría que costearse el viaje.

         En un principio a mi padre no lo autorizaban en su trabajo de la Banda, pero al conseguir esta generosa invitación y sabiendo la dirección de la banda de quien procedía, inmediatamente le otorgaron el permiso.

         Y allá se fue mi padre, en el año 1956, a su primer viaje a Nueva York, sin apenas conocer el inglés. Hizo una travesía desde La Habana hasta Miami en avión y de esa ciudad hasta Nueva York en autobús de línea en donde lo esperó Saul Goodman para llevarlo a Deerwood Camp. La anécdota es que, mi padre, sin conocer Nueva York se bajó, de noche, en una estación cerca de Harlem. Desde allí telefoneó a Mr. Goodman. Este le preguntó en dónde estaba:

-I'm in Harlem, contestó mi padre.

-¡Oh, my God! ¡For Christ sake! ¡Tell me exactly where are you! ¡Get the hell out of there, for Christ sake! and take a taxi to my hotel!!...

        Mientras esperaba un taxi un mendigo le pidió una moneda y mi padre se hizo pasar por ruso y le dijo:

TRASCA VIRISKI! – le gritó simulando hablar como un ruso y no entender.

A lo que contestó el mendigo:

-¡Goddamn Russians!

Y así fue su primera travesía por EE.UU. y su primer encuentro con Saul Goodman.

Mi padre Marco A. Valcárcel y Saul Goodman en New York.





En su primer viaje a EE.UU. mi padre tuvo la oportunidad de conocer a Saul Goodman, timpanista de la Filarmónica de Nueva York y también saber de su labor como profesor, músico y constructor de timbales y baquetas.

Mi padre me cuenta que fue recibido en Deerwood Camp. con mucha distinción por parte de todos. Ahí se desarrollaron cursos de verano de distintas especialidades artísticas, durante varios años. Durante ese cursillo Mr. Goodman escribió una pieza cómica, su “Scherzo for Percussion”, que dedicó a mi padre. En realidad es un trío sencillo, corto, pero con mucha efectividad. Goodman quiso que mi padre tocara la parte de timpani con... ¡un tabaco (puro) en la boca! Mi padre odiaba el tabaco pero este detalle cómico pretendía identificarlo como cubano.













En clase con Goodman y otros colegas.


Este primer viaje sirvió para construir una amistad que duró años.

Al año siguiente se repitió la visita pero mi padre no pudo llegar a tiempo al cursillo por problemas de permiso laboral y visado. Entonces Mr. Goodman invitó personalmente a mi padre a alojarse en su propia casa y brindarle clases en la Julliard School of Music. Así mi padre tuvo el privilegio de asistir gratuitamente a ese prestigioso centro y además, acompañar a Mr. Goodman a los ensayos de la Filarmónica de Nueva York. Las clases las recibía lo mismo en la sede de la orquesta o en Julliard.

Recuerda mi padre que después de los almuerzos en casa del maestro, bajaban juntos al sótano de la casa y se tomaban un whisky. Después se ponían a ponerle los letreros a sus famosas baquetas de timpani con un artilugio.

También en ese viaje, de casi un mes, mi padre pudo conocer los timbales fabricados por Goodman. De ahí que se encargara un juego de 4 para la Filarmónica de La Habana. ¡Todavía existen!

Yo le he preguntado a mi padre el porqué de toda esa amabilidad personal de Mr. Goodman con él. Yo sé que mi viejo es capaz de ganarse la simpatía de cualquier persona en el mundo. Los que lo conocen saben que no miento. Pero él me responde que cree que Saul Goodman le tenía mucho aprecio profesional a Domingo Aragú. Aunque nunca tuvieron la oportunidad de conocerse personalmente, si se admiraban mucho uno y otro. Aragú tuvo oportunidad de escuchar grabaciones de la Orquesta Filarmónica de Nueva York pero quizá Mr. Goodman ninguna de la orquesta habanera. Lo que si es cierto es que algunos famosos directores de orquesta que pasaban por La Habana después iban a Nueva York y ahí comentaban sobre el gran timpanista mulato cubano. Quizá esto fue lo que movió a Saul Goodman a brindarle hospitalidad a mi padre, alumno recomendado por el admirado colega cubano.



Entre los L.P. que mi padre conservaba de su estancia en Nueva York estaba: Mallets, Melody, and Mayhem, Saul Goodman (Columbia). Este disco un día se lo prestó a un amigo y más nunca volvió a tenerlo entre sus manos, lo perdió. Mi padre tuvo un gran disgusto. En años recientes yo recuperé el disco a través de Internet y se lo regalé. De la emoción, mi padre se echó a llorar. Toda su vida se ha sentido muy agradecido a Saul Goodman y también muy orgulloso de haber podido recibir sus clases. 

Después de su segundo viaje a Nueva York la relación de mi padre con Saul Goodman ya se convirtió en una sincera amistad demostrada en el tiempo.

Corría el año 1958 y la situación en Cuba era complicada por la lucha de los rebeldes en la Sierra Maestra y también en las ciudades. Los policías tenían que cuidar las “guaguas” nocturnas o “confrontas”, como llamamos en nuestro país a las de servicio nocturno. Y a esa misión no escapaban ni los músicos de la Banda Nacional de Policía. Mi padre entonces decidió emigrar a los EE.UU. Para eso contó una vez más con la ayuda del Sr. Goodman. A los policías no les concedían la baja en las circunstancias políticas en que estaba Cuba. Gracias a Saul Goodman mi padre consiguió una carta de invitación para participar en un supuesto curso de verano. Solo así mi padre pudo conseguir la baja de la policía y emprender los trámites para emigrar a los EE.UU. Entonces fue cuando la familia se pudo trasladar a EE.UU. Casualmente nos tocó marcharnos en Febrero de 1959. Ya había triunfado la Revolución y Fidel Castro había entrado en La Habana hacía pocos días.

Se instaló en Miami y  buscó trabajo como pintor rotulista (su otra cuchara, como el decía)  y lo encontró en un taller de pintura llamado MOKA SINGS. Empezó a trabajar limpiando el taller y a las pocas semanas ya estaba a cargo del mismo.




Valcárceles recien llegados a Miami, febrero 1959.














Saul Goodman y su esposa Lilliam (de ahí el nombre de mi hermana), de visita en nuestra casa en Miami.


En EE.UU. vivimos hasta Junio de 1961. En ese año las relaciones entre EE.UU. y Cuba quedaron rotas y mi padre debía tomar una decisión: O se quedaba en EE.UU. o volvía a Cuba con toda la familia. Como muchos cubanos decidió regresar a su patria. En La Habana tenía trabajo en la música porque se estaba creando la orquesta del Teatro Lírico Nacional y su director y amigo personal, maestro Félix Guerrero, lo invitó a participar en el proyecto como timpanista principal de la orquesta. Así que no se lo pensó dos veces. Además, su amor a Cuba y el nuevo (ilusionante entonces) proyecto revolucionario terminaron por convencerlo. Recuerdo que muchos familiares y amigos le reprocharon llevar a la familia a "sufrir el comunismo". Hasta el empleado de la aerolínea de regreso a Cuba lo cuestionó. Él respondió: 

-It's not your business.

Saul Goodman (no sabemos porqué) tampoco le respondió más nunca a sus cartas.

Ya en Cuba mi padre volvió a lo que más le gustaba, la música, y además se integró  en todos los proyectos educativos que se pusieron en marcha al lado de su antiguo profesor y amigo personal Domingo Aragú. Junto a él y otros profesores diseñó los primeros planes de enseñanza de la Percusión en Cuba. Se fundaron nuevos conservatorios por municipios y a mi padre le correspondió ser director del conservatorio “Guillermo Tomás” de Guanabacoa, donde promovió importantes iniciativas como “El Combo Juvenil” en donde participaron siendo niños Frank Bejerano, Jorgito Reyes, Jorge Rubio, William Sánchez, Pedro Núñez, Delfina Acay, etc. y yo. También fundó la “Charanga Infantil” Esta labor la desarrolló durante algunos años. Más tarde fue director de la Escuela Vocacional Nocturna del mismo barrio.

Paralelamente desarrolló su afición por el teatro y la composición. Escribió varios libretos con música para el teatro vernáculo, entre ellos “El Amor Nació en la Plaza” y “El Coche de Malanga” ambas estrenadas en el teatro Martí de La Habana.

Recuerdo que habiendo yo terminado mis estudios e incorporado a la plantilla de la Orquesta Sinfónica Nacional, integré, junto a otros compañeros, la comisión nacional para la elaboración de los programas de estudio de la Percusión en Cuba. Esta comisión la dirigió fundamentalmente mi padre, siempre con la supervisión de Domingo Aragú, y en sus trabajos se establecieron por muchos años las pautas a seguir en esta especialidad. Hay que decir que toda esta labor se realizó de forma voluntaria y desinteresadamente. El tiempo y los resultados de este trabajo aún tienen sus frutos. Sentaron las bases para el constante desarrollo de la Percusión en Cuba cuyos resultados son innegables a nivel mundial.

Ya retirado, su segunda familia junto a la profesora de piano Juana Mora, se trasladó a Vigo, Galicia, en donde tuvo oportunidad de desarrollar otras soñadas habilidades.












Valcárceles en Valencia, España..


Hay muchísimas anécdotas que harían muy largo estos escritos que solo quieren rendir un homenaje a quien creo que lo tiene bien merecido. Un día le pregunté que por qué había regresado a Cuba si después de 2 años y medio en EE.UU. había conseguido su casa, su coche, su estabilidad, etc. Me contestó que la inseguridad laboral, su carrera musical, su amor a Cuba y el nuevo proyecto revolucionario le convencieron. Además me dijo: ...quizá también los libré  a Uds. de la guerra de Vietnam…

En fin, mi padre, músico, percusionista, pintor, profesor, compositor, director de escuelas y proyectos, bohemio y “jodedor cubano” creo que merece un lugarcito en la historia de la música en Cuba. Pero en fin...yo soy su hijo!

Marcos Valcárcel Gregorio. Octubre de 2009.

Mi padre falleció en Vigo, España, el 17 de Octubre de 2010. Yo estaba a su lado y les puedo decir que se marchó tranquilo, en paz consigo mismo y con todos.

Esto se escribió un año antes.

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lunes, 8 de septiembre de 2025

Caminando, pensando, reflexionando…

 



Caminando, pensando, reflexionando…


            Una vez tuve el inmenso honor de almorzar junto al gran pianista y jazzista Tete Montoliu y su esposa. Creo que fue en noviembre de 1996 en ocasión de su visita a la escuela en que yo trabajaba en Vigo y cuyo director Felipe Estévez me invitó a compartir.

            Durante la comida yo estuve muy emocionado y muy atento a todo lo que el maestro hablaba; todo interesantísimo. Entonces nuestro director, el anfitrión, le comentó la intención de crear una academia de Jazz asociada a nuestra institución, que llevara el nombre de TETE MONTOLIU. La respuesta del maestro Tete fue, que en su opinión, el Jazz no se enseñaba en academias, sino que se aprendía o no. Yo entonces no entendí su comentario ante la evidencia de la existencia de innumerables escuelas en el mundo dedicadas a la enseñanza del Jazz y otras músicas populares universales. Además, Tete comentó que había estudiado el piano a través de los clásicos. O sea, pensé, la técnica es la de siempre y después vienen las distintas formas de empleo, de decir, a través de la música. Nos contó también, jocosamente, que él aprendió Jazz escuchando su música y practicando la improvisación jazzística en medio de sus estudios académicos caseros, cuando no era observado por su padre.

            Esa noche nos deleitó con un fenomenal y espectacular concierto a piano solo, de más de una hora y media en el ahora Teatro Afundación de Vigo. Es una lástima que no lo hubiésemos podido grabar. Quizás fue uno de sus últimos conciertos. Ya estaba gravemente enfermo y falleció algunos meses más tarde.


            Y pensando… pensando, llegué a la conclusión que lo que quizás el maestro quiso decir aquel día en la comida fue que el jazz “que no se aprende en academias”, se aprehende con “h”, en las vivencias prácticas de la improvisación musical y jazzística.

            Pero yo creo, soy de la opinión, salvando las inmensas distancias con el maestro Tete, que las academias siempre nos ofrecen ese empujoncito, esa experiencia de otros, y nos acortan el camino hacia la búsqueda de la propia verdad. No todos tienen el talento suficiente para apropiarse de los conocimientos autodidacticamente, ni tampoco se trata de que todos sean unos genios musicales, como fue el caso de Tete Montoliu y otros, sino de tener acceso al disfrute de la música, tanto como intérpretes o como diletantes.


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miércoles, 13 de agosto de 2025

Hablando de “Músicas Contemporáneas”.

 

Hablando de “Músicas Contemporáneas”.

            En el marco de uno de los Festivales Internacionales de Música Contemporánea en La Habana en los años 80s, tuve la ocasión de tocar, junto a mi colega Luis Barrera, en una obra de un importante compositor latinoamericano. No recuerdo el nombre de la obra. Era para Soprano solista y dos percusionistas. Trataba de un texto "revolucionario". Y fue una de las obras más estrambóticas en la que he participado en mi vida. Y no lo digo por negación de su calidad artística, que a mi parecer algo merecía, sino por la cantidad de efectos sonoros que tuvimos que producir y experimentar en la ejecución. Para eso se tocan en ese tipo de Festivales.

            La obra comenzaba con un ¡zambombazo estruendoso!, producido por la caída conjunta, desde una altura aproximadamente de 10 metros de altura, de un montón de botellas de cervezas de cristal vacías (aproximadamente el contenido de 10 cajas de 24 botellas), previamente amarradas entre sí y elevadas por encima de las cortinas del escenario mediante una soga. En el escenario se situó un contenedor de los de basura debajo del mazo de botellas, en el cual debían caer todas al unísono produciendo el correspondiente bambinazo. Mi compañero Luis Barrera era el encargado de cortar la soga que sujetaba el “mazacote” de botellas. Al cortar la soga, este caía al contenedor y producía un estruendo tremendo.  Así empezaba la obra.

            La obra duraba unos 15 minutos y mientras la soprano cantaba la obra en un lenguaje musical completamente atonal y arritmático, los percusionistas íbamos acompañando. Yo recuerdo que, entre otros instrumentos de percusión, tuve que producir un sonido dejando caer un chorrito de agua en una pequeña hornilla eléctrica encendida, o sea, ¡shshshshshshshshsh! También, en un momento dado, tuve que producir unos sonidos a partir de mover un bombo pequeño con unas bolas canicas rodando por el parche. ¡Ah! Y en una parte de la obra el compositor necesitó un músico que tocara un violín. ¿Y a quien le tocó esa tarea? A este humilde percusionista. La suerte fue que solo había que tocar las 4 cuerdas al aire, sin ninguna melodía. Pero yo, atrevido y lanzado siempre, hubiera intentado tocar hasta una melodía simple.

            ¡Y es que cuando de músicas contemporáneas se trata no hay nada mejor que los percusionistas! Ellos se prestan a todo.

            El asunto fue que la obra abría la segunda parte del concierto del día. El efecto de las botellas, como es de suponer, nunca se pudo ensayar. Así que para todos los que participábamos había mucha expectación por el impacto que se produciría. Tampoco sabíamos si los cristales de las botellas nos salpicarían; mi colega Luis Barrera me dijo en privado que se apartaría corriendo cuando le dieran la orden de cortar la soga.

            Entonces, estábamos en el intermedio a cortina cerrada. El público, como es habitual, estaba tranquilamente en el vestíbulo del teatro. Cuando los tramoyistas estaban subiendo hacia las bambalinas el montón de botellas amarradas, algo salió mal, la soga cedió y… ¡todo aquello cayó! produciendo una explosión tremenda, escuchada en todo el teatro. O sea, que el susto para todos, por inesperado, incluyendo el público, fue tremendo, dando al traste con el efecto inicial deseado por el compositor. ¡Aquello sonó como una bomba! ¡Peor que la del famoso bombazo de Caruso de 1920, cantando “Aida”, en el mismo teatro!

            Pero al final, tocamos heroica y revolucionariamente la obra, empezando con la bombita de lo que quedó del bulto de botellas.  Y para más decepción tengo que decir que no salimos cargados del teatro, o sea, por la puerta ancha.

            Pero esta vez, sí nos lo pagaron.

 

            Marcos, M. Valcárcel, agosto 2025.

 

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lunes, 11 de agosto de 2025

La Habana, Cuba, año 1986. Gira Nacional de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba.

 


La Habana, Cuba, año 1986.


Gira Nacional de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba.

 

           

Por cortesía de mi amigo, casi hermano, Luis Barrera me recordé de esta anécdota de mi vida musical.

            La Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, de la cual yo era miembro, estaba organizando, configurando, su habitual gira nacional de un mes por todo el país y la dirección de la institución, encabezada en aquel entonces por el maestro Leo Brouwer, se dio a la tarea de confeccionar un par de programas al efecto. Para eso se habló con 3 músicos solistas de la orquesta para proponerles actuar como concertistas con las obras que ellos escogieran. A tal efecto el maestro Leo se reunió conmigo y me preguntó si quería participar en el proyecto. De inmediato dije que sí, ya que para mí constituía un honor. También el maestro me explicó que la obra que yo escogiera debía ser asequible para el tipo de público popular con el cual nos íbamos a encontrar en las distintos escenarios y provincias en las que actuaríamos. Le pedí unos días para pensar qué obra podría tocar ya que en aquellos tiempos teníamos en Cuba poco repertorio disponible para Percusión y Orquesta. Así que me fui a casa a pensar.

            Y pensando y pensando…, a mí se me ocurrió la “tremendísima idea”, la “genial idea” de tocar, nada más y nada menos, (valiente yo) que el Tercer Movimiento del flamante Concierto para Violín de Tchaikovsky, adaptado por mí, para ser tocado con una xilomarimba de la orquesta. Es que de siempre he sido un amante del violín.

             Días después, cuando se lo propuse al maestro Leo Brouwer, me miró con cara de dudas y asombro. Me dijo:

            –Me parece genial, sería perfecto para nuestros propósitos, pero… ¿TÚ ESTÁS SEGURO QUE PUEDES LOGRARLO? Mira que solo tienes 3 meses para prepararlo…     Ese fue el momento en que “me cagué”. Pensé en el lío en que me había metido yo solito, y más, que iba a ser dirigido por el maestro Manuel Duchesne Cuzán, al cual yo le tenía pánico por lo severo y estricto que era profesionalmente hablando. Pero tenía yo 34 años y toda la fuerza, los nervios y el atrevimiento de la juventud.

            –Sí maestro. Lo voy a intentar con todas mis fuerzas.

            Yo NO tenía un instrumento propio, así que a partir de aquel día me fui al local de ensayo (la Sinagoga) casi diariamente, a estudiar el susodicho movimiento del Concierto. Mientras más estudiaba, más me daba cuenta en el lío en que me había metido. Hubo días que pensaba que no podía, que no salía, pero mis propios compañeros violinistas de la orquesta me daban muchos ánimos y hasta le gustaban los resultados que oían.

            Y después casi 3 meses, llegó el primer día de ensayo con la orquesta y el maestro Duchesne. Yo fui lo mejor preparado que pude; hasta me sabía las entradas de los números de ensayo de memoria previendo las paradas habituales de un ensayo. Para mi suerte, todo transcurrió muy bien, casi sin percances y el maestro fue muy halagador con mi trabajo. ESO PARA MÍ FUE MUY IMPORTANTE.

            Y llegó el primer concierto, la prueba de fuego ante el público capitalino. Todo salió bien y yo quedé muy contento. Los programas que tocaríamos en la gira se completaban con otras obras “resultonas” del repertorio orquestal sin menoscabo de la calidad que el público popular merecía. En otros programas también actuaron mis compañeros Andrés Escalona (EPD), tocando un movimiento del Concierto para contrabajo de Sergei Koussevitzky y Francisco” Paquito” Santiago (EPD), tocando un movimiento de uno de los conciertos para Trompa de R. Strauss.

            Y empezó la Gira Nacional. Creo que toqué la obra unas 8 veces. Cuatro veces dirigido por el maestro Duchesne y las restantes dirigido por la maestra Zenaida Castro Romeu, que fue como directora invitada. Fue una experiencia tremenda. No tocaba todos los días, pero los días en que tocaba me iba 2 horas antes al teatro, junto con los utileros, para poder estudiar y repasar la música.

            Recuerdo especialmente un día en que tocamos en un … ¿teatro? … ¿o un cine? ...de un pueblo pequeño, cuyo escenario era muy alargado de costados y estrecho de fondo. Por lo tanto, la orquesta se explayó y la Xilomarimba me quedaba muy pegada al público. Cuando salí a escena tenía 5 o 6 cabecitas de niños justo delante del teclado del instrumento, casi rozándolo.  Pero se portaron muy bien.

            En fin, fue una experiencia inolvidable. Es una lástima que solo conserve esa malísima foto y que no haya podido grabar nada. Corrían esos tiempos…

 

Marcos M. Valcárcel Gregorio. Agosto, 2025.

 

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Estrené en Cuba el Concierto para Percusión y Orquesta del compositor catalán Xavier Benguerel

 


La Habana, Octubre de 1984.
Toqué y estrené en Cuba el Concierto para Percusión y Orquesta del compositor catalán Xavier Benguerel, en el marco del Primer Festival Internacional de Música Contemporánea de La Habana.

            Esta pobre foto es el único recuerdo que conservo del día en que estrené el Concierto para Percusión y Orquesta del compositor catalán Xavier Benguerel, por encargo y dirigido por el maestro Manuel Duchesne Cuzán, junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba en el marco del Primer Festival Internacional de Música Contemporánea de La Habana, 1984.
            Creo recordar que fue la primera obra interpretada en el programa inaugural. Ese día, además, debuté como concertista solista con acompañamiento de orquesta.
            Tres meses antes el maestro Duchesne Cuzán (director principal de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba), me había dado la responsabilidad de este estreno en Cuba, bajo su batuta, y me entregó la partitura de percusión y un vinilo con la grabación creo que interpretado por Siegfried Fink. Fue toda la información que recibí.
            Todavía me preguntó por qué se me concedió ese “honor”. No era mi especialidad. Yo me consideraba más un músico de orquesta, un timpanista y no un percusionista concertista. Pero no podía decir que no porque como dije antes, se iba a estrenar en Cuba en el marco del Primer Festival Internacional de Música Contemporánea en Cuba. Supongo que sería porque yo pertenecía al Conjunto Instrumental Nuestro Tiempo dedicado a las “músicas de vanguardia” y dirigido por aquel entonces por el maestro Duchesne Cuzán.
            Bueno, para no hacer largo este escrito. Era una época en que los compositores a nivel mundial empezaban a experimentar con todo tipo de artefactos nuevos como eran, por ejemplo, las botellas colgadas y las torres de platillos que apenas se ven en la foto y cosas por el estilo, etc. En la Cuba de la época (creo que ahora menos) no teníamos tampoco las mejores condiciones materiales ni instrumentales para ese tipo de trabajos musicales. Había que inventarse los artefactos (no existía Thomann, Tam Tam ni Temu). En total, un set de 22 instrumentos. Y la música que se hacía era lo que se llamaba “la vanguardia” con todo tipo de experimentos sonoros muy poco habituales y de “esos que no se enseñaban en las escuelas”. Y al tratarse de PERCUSIÓN y PERCUSIONISTAS, los compositores se volvían locos. ¡Qué me perdonen todos esos colegas que hoy en día se dedican a esas labores! Sé que es un trabajo que estamos obligados a hacer los músicos y es muy importante para el desarrollo de la música.
            Pero aquel concierto, que estudié con respeto, con profesionalidad y con esmero, NADIE ME LO EXPLICÓ, NUNCA LO ENTENDÍ, NUNCA ME GUSTÓ y NO ME SIRVIÓ DE NADA, NI COMO EXPERIENCIA. Que me perdone el maestro Benguerel (EPD). Y miren que en aquella época toqué todo lo que pasó por Cuba y todo que se escribió en Cuba, algunas cosas muy buenas y muchas otras no tanto. Y entonces ¿POR QUÉ LO HICISTE?, se preguntarán algunos. Pues porque era una oportunidad que se me ofrecía y pensaba que profesionalmente me convenía hacerlo. Por suerte salió bastante decente al parecer. Al Festival asistió una pequeña delegación de 2 ó 3 compositores catalanes entre los que se encontraba el maestro Joan Guinjoan el cual me felicitó. El maestro Benguerel, para mi suerte, no estuvo.
            En otro escrito contaré otra anécdota relacionada con “músicas de vanguardia”.
            Para terminar. Estudié el concierto durante 3 meses, en la Sinagoga de la calle 17 y E (local en que ensayaba la Sinfónica Nacional) con un calor cubano “de peliculón”. La partitura quedó desfigurada de tantas marcas que le hice. Seguramente bajé algunas libras.     Lo toqué solo una vez en mi vida, sin penas ni glorias, y no me pagaron ni un centavo adicional a mi sueldo de la orquesta. Era un honor concedido.
            Así eran las cosas…
Marcos M. Valcárcel Gregorio, agosto 2025.

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LA PRIMERA VEZ QUE ASISTÍ A UN CONCIERTO Y VI A UN PERCUSIONISTA. MIAMI, 1961.

 


LA PRIMERA VEZ QUE ASISTÍ A UN CONCIERTO Y VI A UN PERCUSIONISTA.
MIAMI, 1961.


            La primera vez que fui a un concierto fue de niño, viviendo en Miami. Tenía yo casi 9 años y en la escuela primaria en que estudiaba nos ofrecieron la actuación de un percusionista en el teatro del propio centro escolar.
            Lo que recuerdo es que el señor, que iba vestido elegante, con tirantes y pajarita, habló primero un poco de los distintos instrumentos de Percusión que estaban en el escenario, de las baquetas y del tambor (militar), el cual posteriormente se lo colgó de su cuerpo e hizo una demostración de cómo se hacía un redoble abierto, del tipo “ma ma - da da”, con agarre tradicional, (los percusionistas me entienden) o sea, tocando 2 golpes empezando con la derecha seguidos de 2 golpes con la izquierda y así sucesivamente, DD II DD II DD II DD II, etc. acelerando desde muy despacio y poco a poco cogiendo mucha velocidad con las baquetas. A mí me impresionó mucho su habilidad ya que a mis ojos de niño (creo que de todos los niños) era casi un truco de prestidigitador de circo. A los niños nos animó a seguirlo diciendo “ma ma – da da” con la boca, etc. ¡Imagínense el alboroto que se armó entre los niños cuando el golpeteo cogió la velocidad endiablada de un redoble! También me llamaron la atención los diversos “cacharros” percusivos.
            A continuación, se puso detrás de un grupo de instrumentos de percusión previamente preparados y tocó una o dos obras acompañado de un pianista. Años después, de mayor, mis recuerdos me llevan a asociarlas con con “The Worried Drummer” (en alemán “Der Pauker In Angsten”) de Adolph Schreiner, que mi padre me hizo oír por primera vez en un LP de Saul Goodman, el timpanista de la Filarmónica de Nueva York, "Mallets, Melody & Mayhem”, (https://www.youtube.com/watch?v=e6e43Kmqiiw)  y a continuación algo parecido al “Concierto de Percusión” (versión con Piano) de Darius Milhaud. No lo sé exactamente. De cualquier manera, me gustó mucho la actuación.
            Pero, sinceramente, para mí, en aquellos momentos, no me sirvió de inspiración porque no pasaba por mi cabeza que la vida me llevaría a estudiar Percusión ni dedicarme a la música y, además, que llegaría a tocar varios conciertos como solista delante de una orquesta. Mi padre, que años después nos metería en esta maravilla que es la música, en aquel momento en Miami se buscaba la vida como pintor rotulista, pintando vallas de publicidad o cuanta cosa apareciera, y tampoco tenía claro a qué se iban a dedicar sus hijos de mayores.
            ¿Y a qué viene este escrito entonces? Es que fue el primer concierto al que asistí en mi vida y eso no lo olvidé nunca. Y creo que los otros niños tampoco.
            ¡Qué casualidad que fue de Percusión!

martes, 22 de abril de 2025

DE FÚTBOL.





DE FÚTBOL.
De entre todas las cosas que me gustan hacer en mi vida de jubilado activo: leer, ver películas y documentales, pasear, escuchar música, enseñar, ir al gimnasio, quedar con amigos, cocinar, comer, beber, estudiar Literatura, Ajedrez, Música (sigo estudiando), etc., también está ver, solito, el fútbol en la TV de mi casa. Y en esto del fútbol me gusta disfrutar del arte de los grandes jugadores, sus maravillosas jugadas, las combinaciones más espectaculares, las estrategias y tácticas que emplean los entrenadores. Sigo a mis equipos favoritos y también me maravillo por el oficio conque juegan y se defienden los equipos con menos recursos.
Y cómo no, involuntariamente me convierto en entrenador virtual, haciéndome a la idea de que, después de años de ver fútbol lo conozco todo sobre él y además, que sé por qué sí y por qué no, si los jugadores, entrenadores y equipos juegan bien o mal, intercambiando soluciones imaginarias con mi hijo a través del WhatsApp sobre qué haría yo como entrenador en tales o mas cuales circunstancias. Y lo mejor de todo es que yo, el engreído sabelotodo, jamás en mi vida he tenido un balón entre mis pies…
¿O sí?...
Pues sí. Hoy al despertar, todavía en cama, me acordé de la única vez en mi vida de casi 73 años, que jugué al fútbol.
Fue en el internado de la ENA (Escuela Nacional de Arte de Las Habana), cuando apenas tenía 13 o 14 años. Resulta ser que a Luís, el legendario viejo conserje, al cual todos los coleguitas de estudio de entonces aún hoy seguimos recordando con mucho cariño, se le ocurrió hacer un equipo de fútbol de niños y planificó un primer partido nada más y nada menos que contra un equipo infantil de un orfanato cercano, debidamente organizado y entrenado. Mi hermano Jorge y yo, los Valcarcitos, nos apuntamos y como éramos gorditos y lentos, nuestro querido Luís nos puso en la defensa. Quiero decirles que en nuestra vida nunca habíamos jugado al fútbol y solo malamente al béisbol. O sea, no teníamos la más mínima idea de qué hacer; solo sabíamos que no debíamos permitir que la pelota entrara en nuestra portería.
Pues bien, el partido, creo recordar, solo se desarrolló en un tiempo. ¡Aquellos niños, más pequeños que nosotros, nos dieron una soberana paliza de 21 – 0! La pelota, creo (y estoy seguro), que no la tocamos ni una sola vez. Los defensores, los Valcarcitos, fueron un coladero. ¡Y nos hubieran podido meter 40 goles, que no nos hubiésemos enterado!
¡Para que ahora yo, sabihondo futbolero, esté calentándome la cabeza y opinando de lo que hay que hacer o no en mi equipo de fútbol favorito! Y eso, sin que me paguen nada.
Saludos, Marcos.

sábado, 15 de marzo de 2025

Reflexiones de Gimnasio 4

  

Reflexiones de Gimnasio 4

Menos mal que tengo a Mozart




“Si no existiera Dios, habría que inventarlo” Voltaire. Escritor, historiador y filósofo francés de la Ilustración.

            “Lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en Dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en todo”. Gilbert Keith Chesterton. Escritor y filósofo británico.

 

            Hoy he empezado mi entrenamiento abrumado por problemas personales que no consigo resolver. Nada graves, pero me martillan la cabeza, el alma y el corazón. Y para consolarme, me dio por encomendarme al Universo, pensar en mi espiritualidad y escuchar a Mozart. Me encanta tener espiritualidad y no me gusta la gente demasiado objetiva y material. Me acordé de mi padre cuando, ante un conflicto personal me aconsejó: Haz lo que te dicte tu corazón. Y al final de su vida, le pregunté, con mucho tacto, que, a su edad, cómo asumía la proximidad del fin, y me contestó que el rezar le consolaba mucho. Nunca se me ha olvidado.

No he sido creyente ni practicante de ninguna religión. Mi madre no lo era; mi padre sí, pero por etapas. Aunque ellos se casaron por la iglesia (era la costumbre), en mi casa, de niño, que yo recuerde, no se hablaba de Dios, ni había cuadros de deidades colgados en la pared, ni nada por el estilo. Pero mis hermanos y yo fuimos bautizados, aunque nunca llegamos a hacer la comunión, a pesar de que yo preguntaba por qué otros niños de mi entorno sí lo hacían. Nunca tuve una respuesta clara. Pero sí le temía un poquito a Papá Dios, el cual era utilizado por los padres de entonces para contenernos en nuestras malacrianzas.

Como ya he contado en otras reflexiones, a la edad de 9 y 10 años, mi hermano Jorge y yo, después de vivir dos años y medio en Miami, regresamos a Cuba y fuimos a estudiar música en la Escuela Nacional de Arte de La Habana (ENA), en régimen de internado. Vivíamos en un chalet-albergue junto a otros veintitantos niños de nuestra edad, de disímiles procedencias nacionales y condiciones sociales. Y ya ahí, en los primeros días, en nuestros juegos y conversaciones infantiles, mis compañeritos ya nos dejaron bien clarito que ni Dios ni los Reyes magos existían. La verdad es que fue un poco triste descubrirlo.

En los fines de semana íbamos a casa de pase y yo muchas veces me quedaba alguna noche en casa de mi madrina, mi abuela por parte de padre, Caridad. Ella sí era muy creyente. Tenía devoción por San Lázaro y por El Santo Cristo de Limpias. Recuerdo haberla acompañado alguna vez a distintas iglesias y mientras ella en sus rezos se arrodillaba, yo, ya convencido de la inexistencia de Dios, me quedaba sentado en el banco muy tranquilito y respetuoso. Ella por las noches, antes de acostarse, se arrodillaba delante del sofá-cama en que dormíamos y rezaba un rato. Yo le preguntaba que para qué rezaba si Dios no existía, a lo que ella me contestaba:

–Tú duérmete tranquilito que yo ya rezo por ti también.

Y yo me quedaba dormido, porque en esos asuntos ella se demoraba.

Ahora les hablo un poco de mi padre. Él fue criado en la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana, atendida principalmente por las Hijas de la Caridad de Cuba. En su juventud perteneció a una organización de Jóvenes Católicos. Pero al triunfo de la Revolución cubana en 1959, se “integró” completamente en el entonces pujante e ilusionante proceso social que más pronto que tarde proclamó el comunismo como fin supremo. Entonces colgó un cuadro de Fidel en la pared del salón de casa y Dios quedó apartado durante algún tiempo de su cabeza.

Yo, ya joven y revolucionario (como no podía ser de otra forma por mi educación familiar y estudiantil), en mi juventud tardía, fui admitido, muy a mi pesar, en la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba (UJC).  No es que yo no creyera en sus ideales, pero a mi nunca me gustó verme sometido a una disciplina de partido ni organización. Pero en Cuba, para conseguir prosperar, había que intentar integrarse, “estar dentro del pastel”. De ahí que no me pude negar.

Entonces, estando en esas, apareció mi primera novia formal. La visitaba en su casa, y si salía con ella, siempre iba acompañado de su mamá. Hasta ahí todo bien. Pero esta chica y su mamá, que vivían solas, eran muy católicas y visitaban cada sábado, yo con ellas, un convento de monjas en la calle San Lázaro. Parece que Dios (sea lo que sea) me empezaba a rondar mi vida. Eso era incompatible con mi condición de Joven Comunista y temí que esa relación me trajera problemas. Eso, unido a que no estaba realmente enamorado, terminó con esa relación. Lo siento mucho, pero realmente fue así.

Después le eché el ojo a otra muchacha que estudiaba conmigo en el Bachillerato nocturno. Me acuerdo de su nombre y de su cara, a pesar de los años. Era extremadamente inteligente y su persona me cautivó. Era la mejor en la asignatura Filosofía marxista. Estrechando mis lazos seductores, la invité a un concierto de la Sinfónica Nacional de la cual ya yo era músico. Al terminar el concierto la quise acompañar a su casa y me dijo muy cuidadosamente que otro día. Día a día le seguí insistiendo hasta que por fin me invitó a su casa en un reparto muy lejos del mío. Hasta allá fui. ¿Y cual fue mi sorpresa? Vivía en una casa perteneciente a una congregación de monjas y con ella vivían otras tres, canadienses. O sea, religiosa o una especie de novicia y, por lo tanto, pensé yo, incompatible con mi “condición”. Tengo que decir que tampoco Cupido nos había apuntado bien. Descubrí que también había otro tipo de jóvenes en Cuba. Pero mi vida siguió su camino.

Mi próximo encuentro con mi espiritualidad fue en Leipzig, Alemania. Estaba allí formando parte del grupo musical “Nuestro Tiempo” con el cual tuve la oportunidad de tocar en la sala de la Gewandhaus. Como parte de nuestra estancia en esa ciudad -cómo no- fuimos a visitar la iglesia de Santo Tomás en donde está la estatua y la tumba de Juan S. Bach. En el momento que estábamos dentro, encendiendo algunas velas, comenzó a sonar el órgano de la iglesia. Yo nunca había oído esos sonidos en mi vida. Lo primero que me vino a la mente fue Dios. Claro, ya sé que las iglesias están hechas para conseguir esos fines. A mi me cautivó.

Siendo yo un estudioso de los ritmos, instrumentos y cultura afrocubanos, un día hablé con mi padre para que me consiguiera con sus amigos del barrio de Guanabacoa una invitación a un Plante Abakuá, ceremonia esta en donde se bautizan a los adeptos a esa Sociedad Religiosa masculina. Yo solo quería ver sus cantos, bailes y toques de tambores. Y lo consiguió, y mis hermanos y yo pudimos ver parte de la ceremonia. Me llamó la atención la cantidad de personas asistentes a pesar de la latente coacción política en contra de los religiosos.

Tengo muchísimas anécdotas al respecto, pero no quiero aburrirlos.

Ya viviendo en España, vino mi padre, ya viejito, a vivir con nosotros. Y aquí, de nuevo, empezó a ir a la iglesia; específicamente al templo de los Jesuitas en Vigo. Allí se hizo amigo del párroco y hasta lo visitaba en su casa. Y él, de buena fe, le prometió al cura que iba a hacer todo lo posible por devolver a sus hijos a la iglesia. Cuando me lo contó yo le respondí, casi enfadado, que no sabía por qué prometía esas cosas, que yo no creía en iglesias y mucho menos en ningún cura. Y él, el pobre, avergonzado, bajó su cabeza muy frustrado.

Y para los fines de este escrito, tengo que contarles algo más. En una ocasión contraje la enfermedad de la Legionella, lo que me provocó una neumonía severa, por la cual estuve muy grave, con peligro de muerte. Tuvieron que someterme a respiración asistida y estuve 12 días en coma inducido. El día que me sacaron del coma, mi hijo me explicó lo que me había pasado y lo grave que había estado. Entonces tuve conciencia de lo mal que seguía estando y a la noche, incómodamente entubado, en mi soledad…miré al cielo. Específicamente pensé en la patrona de Cuba y de los cubanos, la Virgencita de la Caridad del Cobre. Le prometí que si me libraba de esa enfermedad le dedicaría una Misa musical. Ya sé que muchos de mis amigos ateos y progres se sentirán frustrados conmigo, pero así fue.

Finalmente estoy a punto de cumplir la promesa. No he podido escribir una Misa musical; es algo que está fuera de mi alcance por el momento, pero sí he compuesto una pequeña Ofrenda que en lo fundamental está terminada y ahora está en proceso de perfeccionamiento y terminación. Creo que me está quedando muy bonita.

Si al final creo en “algo”, soy muy mal creyente, pero tengo que confesarles que cuando me abruman mis pesares, cuando mi alma se siente sola, miro al cielo, al universo, a la Virgencita, y escucho a Mozart que es algo parecido a Dios. Y eso, aunque no se rezar, al igual que a mi padre, me da mucho consuelo.

 

 

El Señor X

  El Señor X. A cada rato recuerdo al Sr. X.,  nuestro vecino del barrio en que vivíamos en La Habana. Este Sr. viudo, estaba tratando de ...