viernes, 11 de agosto de 2023

 


50 años y antes que termine el año. (2020)

                      

   De izq. a der: Maestro Guillermo Cortina, Marcos M. Valcárcel, Ramón Cancio,                                           Amalia Marín, Efraín Amador y Alfonso López.





Hace unos meses, mi hermano Jorge, casi de mí misma edad, me recordó que en este año 2020 se cumplirían 50 años de nuestro primer trabajo. Se dice rápido... ¡cuántas cosas!

Empecé a trabajar en noviembre de 1970 en la Escuela Provincial de Arte de Camagüey a donde me enviaron a cumplir mis tres años de Servicio Social con un primer sueldo: 132,15 pesos (la mitad de uno normalito de la época)

Me vinieron a la mente mis primeros compañeros de trabajo: Alfonso López (EPD), Ramón Cancio, Efraín Amador, Amalia Marín, Raimundo Orozco, Jose Villa, Danilo Hernández y Evelio Lecour (estos últimos A. Plásticas). Los profesores Humberto “Nené” Zaldívar: trompeta y director de la Escuela de Música; Nelson Betancourt: trompeta; Nelson Florat: trombón; Rafael Cos: percusión; Alfonso Morán: clarinete; Martínez: clarinete y saxofón; Pedro Luis: trompa; Manuel Wambrú: flauta; Gabino: oboe, Orta: solfeo y el viejo Licea: portero. Además, los trabajadores de la escuela: Juventino el director, Rodolfo: jefe de internado, La China: Cocinera; Mario: Cocinero. No me gustaría olvidar a nadie

También me acordé de cuando me mandaron a pelar y cortarme la barba porque mis alumnos del internado me imitaban; de cuando me quedé sin zapatos y estuve un mes con unos prestados; de la escasez de cigarros; de mi primera aula con un cacho de batería Trowa y unos timpani coreanos rotatorios de hierro ¡casi hechos a mandarriazos!; mis viajes a Santiago de Cuba en el Il 14 soviético, y ¡cómo no! de mi primer y malogrado gran amor, Conchita, etc.

También recordé a muchos de los primeros alumnos ¡que me sufrieron!, algunos de los cuales hoy son grandes músicos.

Pero tengo algunos grandes recuerdos: Mis compañeros y colegas, el entrañable Rafael Cos y Carlos de La Fuente. Este último, junto a su esposa Doris, me acogieron en su casa casi cada domingo.

También de Alfredito, fundador del Lágrimas Negras, del Casino, del estadio de béisbol “Cándido González”, en fin.

Y también quiero acordarme de alguien muy especial para mí: el maestro Jorge Luis Betancourt que me brindó la oportunidad de tocar en su incipiente Orquesta Sinfónica de Camagüey. Recuerdo como la construyó casi desde cero, con pocos recursos, con su sabiduría y tesón.

Una pequeña anécdota para terminar:

Comíamos muy bien, pero vivíamos muy mal, alojados en un sitio con mucha humedad y a punto de derrumbe. Protestamos. Entonces un día, mientras echábamos una siesta en nuestras literas, en paños menores, recibimos una visita sin aviso previo: ¡el mismísimo ministro de Educación Belarmino Castilla acompañado por el “celebérrimo” (para algunos, el mismísimo diablo) Mario Hidalgo!, director de la ENA y autoridades de la escuela. Nos saludaron, miraron todo, se despidieron y en los 2 años que estuve allí, nada cambió. ¡Ja Ja Ja!

Después de 50 años: ¡Gracias por todo, Camagüey!


sábado, 18 de marzo de 2023

 
 
Reflexión apurada sobre un reciente programa de entrevistas en TV.

¿Son los músicos de orquesta un rebaño de ovejas?
Rotundamente no. Algunos músicos, sobre todo los que respetablemente quieren tener vuelo propio, no soportan la disciplina de una orquesta y se sienten como ovejas dentro de un rebaño. A mí particularmente me encantaba tocar en la orquesta y disfruté mucho durante los años en que pude hacerlo. Aprendí muchísimo.
¿Son los músicos de orquestas inferiores a otros?
No. Los músicos de orquesta tocan semanalmente muchas obras tan complejas como los mismísimos conciertos para solistas. Las orquestas tocan desde 30 hasta 50 programas distintos en cada temporada mientras que un concertista se concentra en preparar y tocar cada año tres o cuatro programas distintos conformados con obras de su repertorio. Y en una orquesta sinfónica actual se toca casi todo tipo de música y sus músicos están preparados para asumirlas. En las buenas orquestas hay grandísimos músicos con tan altos niveles interpretativos como los que se dedican a la carrera de concertistas. Desde luego, dentro de estos últimos los hay que parecen seres sobrenaturales.
¿Son los directores de orquesta unos payasos?
No, aunque algunos se comporten así. Los directores son necesarios. Son los entrenadores del equipo y proponen su propia versión de las obras a tocar. Vienen siendo un “médium” entre el compositor y el público. La orquesta es su instrumento. En el programa mencionado en el título de esta reflexión, ponen un fragmento de un video (muy mal traído) de Ricardo Mutti en el cual el maestro sarcásticamente habla de “lo fácil que es dirigir una orquesta”.
Sigo. Hay directores de orquesta que no tienen una depurada técnica de dirección, pero tienen sabiduría y controlan el oficio para sacar los trabajos adelante.
Hay otros directores que poseen buena técnica (hay varias) y ahí se quedan y no convencen ni a los músicos ni al público. Yo particularmente alguna vez toqué con uno que, por razones políticas o diplomáticas, nos dirigió, y no sabía ¡NADA DE NADA! Fue una experiencia vergonzosa para el pobre hombre. Afortunadamente cada vez son menos porque el nivel en general ha subido mucho. Y créanme: los músicos somos bastantes intransigentes con los infelices ignorantes que se paran delante de una orquesta. Recordemos que “La ignorancia es atrevida”.
Y finalmente hay directores, los verdaderos “Maestros”, que tienen una excelente técnica de dirección y además lo saben (LO SABEN) absolutamente todo, “de la pe a pa”, acerca de las obras que dirigen, de la historia, de la orquestación, etc., como también la psicología de una masa de sesenta hasta ochenta músicos con opiniones distintas. Antes que directores fueron grandes músicos y seguramente pasaron por el atril de alguna orquesta. Esos son los verdaderos, con una impresionante personalidad, capaces de desentrañar las más difíciles partituras; esos son los que logran la excelencia, los milagros, en las orquestas más modestas.
Marcos Valcárcel Gregorio. Marzo 17, 2023.
 
 

viernes, 25 de noviembre de 2022

"Los dos Valcarcitos y el ballet Giselle"

 


 

Corría el año 1966. Yo (Marcos M. Valcárcel) con 14 años y mi hermano (Jorge L. Valcárcel) con 13. Éramos estudiantes de Percusión del conservatorio Amadeo Roldán de La Habana.

Mi padre, Marco A. Valcárcel, timpanista de la Orquesta del Gran Teatro "García Lorca" de La Habana, llegó a casa agitado un sábado por la tarde y nos dijo que nos bañáramos  y vistiéramos para ir a tocar con él esa noche, el Ballet Giselle.

¿Que QUÉ?!…¿Qué teníamos que tocar esa noche ¿el queeÉ?!

Nos contó que el percusionista  que tenía que tocar esa noche junto a él (ni más ni menos que nuestro maestro Domingo Aragú) había sufrido un accidente y no podía tocar. Así que teníamos que ir a sustituirlo porque no había podido conseguir a más nadie.

Nos quedamos con la boca abierta. Era una urgencia de casi última hora. Nunca habíamos tocado profesionalmente y nunca habíamos ensayado ese ballet ni ningún otro. Solo teníamos la experiencia de cuando nos llevaba de niños a ver los ensayos de la orquesta y nos sentaba a su lado en el foso. ¡Y esa noche teníamos que tocar el Bombo y los Platillos! Además el Triángulo y el Campanólogo…Qué emocionante!

Jóvenes al fin y con la única poca práctica de la orquesta de la escuela, nos dispusimos, nerviosos pero decididos, a lanzarnos al precipicio, como si de una hazaña se tratara. Allá fuimos mi hermano y yo, ¡a la batalla! Esa noche nos convertiríamos en héroes ante nuestros compañeros de escuela. Eso creíamos…

Llegamos al teatro un poco antes que el resto de los músicos y nuestro padre, nervioso pero optimista y confiado en sus hijos, nos dio las mínimas instrucciones necesarias en el foso: miren la manos del director, miren la batuta, oigan la música, estén atentos a lo que yo les indique, no tengan miedo que “más vale pecar de valientes que de cobardes”, Uds. son unos Valcárceles! Los demás músicos, aunque nos conocían de niños, nos miraban con caras asustadas y decían: Valcárcel! Ay Dios mío! ¿Los muchachos van a tocar el bombo y los platillos? ¿Sabrán seguir la batuta? Mira que en el ballet hay que estar muy atentos a los cierres…Valcárcel, tú estás loco! Cómo vas a meter a estos niños en esto? ¿Chemón*(el director de la orquesta) lo sabe? Y mi padre: Oye chico!, no hay más nadie, ¿Qué tu quieres que haga? Ya verás cómo ellos lo hacen bien….y allá fue eso!

¿Alguien puede imaginarse cómo fue eso? Pasó lo que tenía que pasar. Nos lanzamos a tocar bombazos y platillazos donde eran y también, como no, donde no eran. De mirar mano nada. Ya bastante teníamos con ver la partitura y oír a mi padre gritándonos: Prepárense,…ahora! …no, ahí no!… esperen! …paren, paren!…con mi mano!…mira pa’cá!…mira pa’llá! …ahora sí…espera, espera! Bueno, hasta creo que tocamos más campanas que las 12 que están escritas en el inicio del 2º acto. No sé si en algún momento tocamos el pobre triángulo.

En fin, no sé cómo llegamos al final de la función. Destrozamos el ballet. Por poco no salimos presos de allí! Los pobres bailarines locos. Nuestro padre y el pobre Chemón (con toda razón) terminaron peleados al final de la función. Recuerdo a Maruja Sánchez (concertino) defendiéndonos por lo amiga que era de mi padre y por defensora de los jóvenes y de las causas perdidas. ¡La gran Maruja!

Pero para mi hermano Jorge y para mí fue una experiencia tremenda que nunca olvidamos. Aquel día, a pesar de todo, fuimos más músicos. Y nuestro padre…feliz y orgulloso!

*El director de la orquesta, Maestro José Ramón Urbay.


jueves, 28 de abril de 2022

El Juego está "perdío"





¡El juego está "perdío"!

Esta frase la puso de moda en la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba el maestro Antonio Linares, trombonista y maestro de maestros.

Todos los que entendemos un poco el juego de Béisbol sabemos que “cuando hay pitcher no hay bateador” Para los menos entendidos, cuando el “pitcher” -el lanzador de las bolas- viene con buen control, es muy difícil batear la pelota por el bateador. Por el contrario, si el “pitcher” no controla los lanzamientos se dice que está “wild”, o sea, salvaje o descontrolado. En el caso de una orquesta el director es el “pitcher”, el que le lanza la bola a los músicos que a su vez tratamos de batearle la bola. ¡Ja Ja Ja!

El caso es que en los años en que yo pertenecí a la OSN se celebraban conciertos semanales, con programas diferentes. Lo más jodido era que muchas veces nos enterábamos de las obras a ensayar el mismo día del primer ensayo. Así que aquello era de… Sálvese Quien Pueda.

También había un director diferente en cada concierto. Y dos o tres veces al mes venían directores de orquesta invitados extranjeros. Los músicos de la orquesta no siempre tocábamos en todos los conciertos. Rotábamos. Todo dependía del desconocido programa de cada semana. Por eso el primer día de ensayo teníamos que asistir todos, por si era necesario completar la plantilla normal.

Entonces en el primer ensayo se producía lo que supongo se produce en muchas orquestas: El director invitado, a medida que va a avanzando el ensayo, evalúa a los músicos y a la orquesta, para él desconocidos. Y a su vez los músicos, los que tocan y los que no, hacen lo mismo con el director. Es una evaluación mutua. Los que hemos pertenecido a una orquesta sabemos descubrir en media hora de ensayo a qué “pitcher” nos enfrentamos y él a su vez, si es un buen director también descubre quiénes son los mejores músicos, los mejores “bateadores”, y qué equipo tiene.

El caso es que en nuestra orquesta, a la media hora del primer ensayo ya nuestro querido maestro Linares daba su veredicto. Si el director era bueno el comentario era que “el pitcher viene por la goma” (en el argot pelotero quiere decir que el pitcher viene con control de sus lanzamientos) pero si el director no mostraba suficiente sapiencia y carácter, no era bueno, entonces decía: …¡Señores!…!El juego está perdío! ¡El “pitcher” está “wild”! Ja Ja Ja!

¡Qué buenos momentos pasamos junto al simpático y carismático maestro de maestros Antonio Linares! ¡Qué el Señor lo tenga en la Gloria!

Marcos Valcárcel Gregorio, Octubre 2014

lunes, 7 de marzo de 2022

 Percusionista moderno

¡Qué lugarcito este Tata!
    Esta frase la pronunció un día el maestro Roberto Sánchez López (Tercer Clarinete y Clarinete Bajo) durante un ensayo de una obra de la llamada “música contemporánea”, “de vanguardia”, “moderna”, “nuevas músicas”, etc.  Por favor, no empecemos a discutir sobre el término.
    Nunca me he olvidado de mis viejos compañeros, profesores y colegas de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba. Los he extrañado mucho a lo largo de mis últimos años en España. Y por eso, a cada rato, recuerdo muchas anécdotas de mis 20 años de estancia en esa prestigiosa institución. Claro…de la que yo recuerdo…de la que yo fui miembro hace ya mucho tiempo.
    Recuerdo a todos los viejos profesores de mi juventud. Muchos fueron nuestros profesores.
    Pero para esta anécdota que quiero contar, me vienen a la mente tres de ellos en especial: Roberto Sánchez López, tercer Clarinete y Clarinete Bajo; Marcos Urbay Serafín, primer Trompetista; y el director de orquesta y destacadísimo compositor Felix Guerrero.
    Cuando yo entré en la OSN en el año 1972 se tocaba mucha “música contemporánea”. Semana sí y semana no, se estrenaba alguna obra de algún compositor cubano o extranjero de moda. Creo que estaba establecido, como política cultural interna, que cada director cubano, titular o invitado, debía tocar o estrenar alguna obra contemporánea de compositores nacionales. Generalmente los directores seleccionaban las que ellos consideraban merecedoras de ser tocadas y quizás, aquel antes mencionado, era el único filtro cuasi obligatorio.
    Pero los viejos maestros de la orquesta eran bastante reacios a ese tipo de “música rara”,”experimental”, que los obligaba a emplear técnicas de ejecución poco ortodoxas y sonidos ‘desagradables’, etc. El rechazo era mayor cuando se desarrollaba alguno de los festivales que anualmente se celebraban en La Habana. En esos festivales era cuando se tocaban más obras. La mitad de ellas bastante buenas o muy buenas y la otra mitad francamente muy malas e insoportables al oído y a toda comprensión y ejecución. Por eso el maestro Marcos Urbay las bautizó (supongo que se refería a los peores experimentos) como…¡MÚSICA DE PEJEPALO! El término se quedó para siempre en el anecdotario de los músicos sinfónicos cubanos. Al menos los de mi generación.
    Entonces, recuerdo que durante un Festival le tocó al viejo maestro Felix Guerrero dirigir un concierto de esos conciertos. A pesar de que era un director muy tradicional, dedicado más a la zarzuela y a la ópera, por algún motivo no le quedó más remedio que aceptar dirigir uno de ‘esos’ conciertos. Y también le tocó dirigir una ‘obrita’ de un compositor cubano bastante extraña y poco agradable. Para hablar en claro UN PEJEPALO de los gordos. Cuando llevábamos media hora ensayando el hastío de los músicos era total, los bostezos continuos y el PEJEPALO ¡insoportable! Entonces el maestro Guerrero, al darse cuenta de la situación dijo: …Señores, perdonen, pero Uds. saben que yo soy director de de 2 x 4 y Do mayor (compás y tonalidad de aparente sencillez musical), así que me perdonan…En ese momento se oyó la sufrida voz del maestro Roberto Sánchez que nunca hablaba:  …¡Ay Dios mío! ¡Qué lugarcito este Tata! 
    ¡Todos morimos de la risa!
Y yo todavía me estoy riendo! Muchas veces, ante la impotencia, en situaciones similares, me acuerdo de la dichosa frase: Ay Dios mío ¡Qué lugarcito este Tata!
    Maestro Sánchez, ¡que el Señor te bendiga dondequiera que estés!
 
Marcos Valcárcel Gregorio. Octubre 2014

viernes, 25 de febrero de 2022

Kiev 1979

KIEV. 1979.
Kiev, bellísima ciudad. Tuve la oportunidad de tocar allí con el Conjunto Instrumental Nuestro Tiempo, cuando todavía Ucrania pertenecía a la antigua URSS, durante una gira que abarcó otras ciudades soviéticas, entre ellas Moscú. En aquel entonces, sin estar al tanto de la política, Kiev, repito, bellísima, me pareció una ciudad completamente occidental. Me sentía identificado.
Estuve solo un par de días y creo que tocamos en el teatro de la Filarmónica. Recuerdo que las autoridades culturales también nos invitaron a la Ópera, a una impresionante representación de “Jovánschina” de Mussorgsky. Como curiosidad, pude comprobar que en los intermedios los relajados músicos de ópera hacían lo mismo que nosotros en Cuba: jugar a las cartas, ajedrez, dominó, tomando el té o el café.
Teníamos entonces una dieta de 12 rublos diarios para “comer”. Pero esa dieta había que dedicarla también a las ‘pacotillas imprescindibles’ para la familia en Cuba. Entonces, para ahorrar, aprovechaba el desayuno abundante incluido con el hotel, después almorzaba caliente y en la noche comía bocadillos en la habitación. La suerte es que en la antigua URSS, la comida era muy barata. Con 5 rublos podían comer dos personas en el restaurante, por ejemplo, del antiguo céntrico hotel Rossiya de Moscú. Y si te ibas a una Estalóvaya (cafetería popular)  podías comer por 1 rublo.
Pero el primer día en Kiev, almorcé (comí) en el propio hotel. Fue la primera vez que probé el famoso y delicioso Borsch ucraniano, entre otras cosas. Y al siguiente día me pasó una cosa curiosa. Me fui a un restaurante cercano al hotel, por cambiar, y allí coincidí almorzar (comer) con un grupo organizado de turistas norteamericanos. En aquella época eran “el enemigo” aunque en mi fuero interno yo no lo sintiera así, pero ya saben de una frase famosa de la época de la guerra fría: ¡Al imperialismo, ni un tantito así!...
Ellos, los yanquis, se sentaron en una mesa larga contigua a la mía y los camareros les pusieron una banderita norteamericana en la mesa. Y aquí viene el detalle, cosas que pasan sin saber uno por qué: cuando me sirvieron mi comida ¡también me pusieron mi banderita cubana! Yo no la había solicitado pero la verdad es que me sentí muy orgulloso de estar sentado al lado del “enemigo” con mi banderita.
Hoy oro por Kiev y sus ciudadanos. 
Marcos M. Valcárcel Gregorio. 25 de febrero 2022.

  

lunes, 18 de octubre de 2021

Elena, la pianista de mi barrio



De izq. a der: Jorge, Marcos, Julio Valcárcel y Magaly, una vecina del edificio

            Cuando mi hermano y yo empezamos a estudiar música, a los 9 y 10 años respectivamente, mi padre tuvo la brillante idea de comprarnos un piano de uso tipo espineta, bastante extraño, pero sonaba, que al fin y al cabo era lo que interesaba. Probablemente fue el único piano en todo el barrio por muchos años. Y ahí en ese piano tocábamos los fines de semana cuando salíamos de pase del internado en que estudiábamos: la flamante Escuela Nacional de Arte (ENA). Pero en casa tocábamos lo que nos daba la gana y de oído. Nuestro repertorio consistía fundamentalmente de las canciones de los grupos pop de moda de entonces: The Beatles, Los Fórmula V, Los Bravos, Los Brincos, Paul Anka, etc. Mi hermano generalmente tocaba las melodías y yo los acompañamientos. Ya saben, tocábamos para los abuelos, los tíos, los vecinos y todo el que se asomara por la puerta de casa que casi siempre estaba abierta a la calle.        

            Uno de esos días apareció en la puerta de casa una señora de unos 50 años, mulata, gorda, con una parte de la cara hinchada o deformada, vestida con una bata de casa de florines barata y vieja, con una jaba de mandados de tela, en fin, un ama de casa de aspecto bastante pobre. No la conocíamos. Se quedó mirando y escuchando cómo mi hermano y yo tocábamos el piano. En una parada que hicimos nos preguntó si podía entrar y tocar el piano. Nosotros nos quedamos incrédulos con la señora porque no parecía pianista ni maestra, ni nada por el estilo. Le preguntamos si sabía tocar el piano y nos dijo que sí. La dejamos entrar en casa, dejó su jaba de mandados en el suelo, se sentó en el piano y comenzó a tocar. Y todos los que estábamos allí nos quedamos sorprendidos porque aquel piano comenzó a sonar como si lo tocara una profesional. Creo que lo primero que tocó fue una canción popular cubana.

            –Y Ud.… ¿dónde aprendió a tocar el piano?

            –Solita en mi casa.

            – ¿Cómo?

            –Sí. En mi casa del barrio de Marianao todas mis hermanas tocan el piano. Pero cuando me casé ya vine a vivir aquí en la Habana del Este.

            ¿Ud. tiene piano?

            –No, por eso cuando pasé por aquí oí el piano y me entraron ganas de tocar.

            – ¿Cómo Ud. se llama…en qué edificio vive?

            –Me llamo Elena y vivo en el Edificio 13 con mi marido que es albañil y mi hijo.

            –Pues siga tocando si quiere…

            Entonces Elena nos dio casi un recital.

            Ella lo mismo tocaba una Guaracha cubana, un Tango, un Bolero, una canción famosa, un Vals y lo que más nos llamaba la atención es que tocaba en varias tonalidades diferentes. Mi hermano y yo, que generalmente tocábamos en tonalidades fáciles, nos quedamos sorprendidos. Cuando tocaba un Son cubano se acompañaba de acordes y bajos a contratiempo en la mano izquierda, con tremenda efectividad.

            A partir de ese día Elena se hizo amiga de mi familia y especialmente de mi papá, que en muchas ocasiones la invitó a tocar en actividades culturales del barrio organizadas por él. Pero desgraciadamente mi padre no pudo ofrecerle más a Elena. Ella no podía dedicarse profesionalmente a la música porque solo tocaba de oído y no era capaz de leer una sola nota de música. ¡Ni falta que le hacía!

            Recuerdo un día, en uno de esos actos culturales que organizaba mi padre, estaba acompañando a una cantante y yo le dije que la canción a interpretar estaba en Mi bemol mayor a lo que ella me contestó:

            –Mijito, yo de eso no sé. Que empiece a cantar y yo la sigo…

¡Y así fue! La cantante empezó a cantar y cuando Elena puso las manos en el piano, cayó directo en la tonalidad. ¡Elena tenía oído absoluto! ¡Ja Ja Ja! Un fenómeno de músico aficionado.

            Pero Elena siguió su vida junto a su marido albañil y su hijo. Hace muchos años se enfermó y falleció. Elena nunca pudo tener su piano.

            EPD Elena. Nunca olvidaré sus enseñanzas.


sábado, 16 de octubre de 2021

Carmine Coppola en La Habana

 



What the fuck are you doing?!!...”

Así recuerdo la expresión. Eso fue lo que me gritó Carmine Coppola  (padre de F.F. Coppola) en el segundo ensayo de su primer concierto en La Habana al frente de la Sinfónica Nacional de Cuba.*  La presencia de la familia Coppola en Cuba era un acontecimiento en medio de las siempre conflictivas relaciones políticas y de todo tipo (ya duran más de 60 años) entre los gobiernos de EE.UU. y Cuba y viceversa. Por eso el concierto de Coppola padre era casi un asunto de estado. El concierto, enmarcado dentro de las actividades del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, se haría en la sala Avellaneda del llamado Teatro Nacional de Cuba enclavado en la famosa Plaza de la Revolución con todas las facilidades solicitadas por los invitados.

Para este primer concierto de dos horas de duración se hicieron dos ensayos de cuatro horas en dos mañanas seguidas. Como era habitual en la Cuba de entonces, nos enteramos de la música a tocar el mismo día del primer ensayo. En el atril me encontré un libraco grueso y rojo supuestamente con la música en orden de ejecución. Era un como una “suite” en dos partes en forma de “collage” de música de cine compuesta por Carmine Coppola para las películas de su hijo, mezcladas con otras músicas relativas al cine. Naturalmente que empezaba como con una especie de obertura tipo Hollywood.

Sucedió que era necesario un baterista y para eso el director titular de la orquesta, el maestro Duchesne, recomendó a Guillermo Barreto, baterista muy bueno y de amplia experiencia en esos menesteres. Pero resultó que estaba enfermo y entonces vino otro baterista, muy bueno, pero que era muy mal lector a primera vista. Yo, enseguida le advertí al maestro Duchesne que ese baterista, que repito era muy bueno, no iba a poder con el libraco y los saltos de páginas además de los pocos ensayos para tanta música. Tal como lo había pronosticado, el pobre no dio pie con bola durante el primer ensayo. Terminado este, a la salida del edificio veo que el maestro Coppola estaba muy molesto con algunos músicos (entre ellos el baterista) y pedía cambios para el segundo ensayo:

You fix this or tomorrow I'm going fucking California!!! –le oí decir enfadado ante la cara del inspector de la orquesta Mario Gorostiza y del maestro Duchesne. Este viró la cara, me vio a mí y se acercó. ¿Qué hacemos? me preguntó. Yo me encogí de hombros y me cagué porque sabía lo que me venía encima. ¿Podrás hacerlo tú?, me volvió a preguntar. Y yo, que he sido muy atrevido en mi vida profesional y que en aquellos momentos me comía el mundo, me volví loco y le dije que sí. Quedaba solo un ensayo. Volví a entrar en el teatro y cogí la partitura del baterista, le eché una hojeada y me dio la impresión que no era un típico papel de baterista sino más bien de percusión, o sea, bombo caja y platillo. Y de tan atrevido que yo era, también era muy confiado. Entonces dejé la partitura en el teatro. Total, en casa no tenía Batería y después del almuerzo apurado del día iba a tener que seguir trabajando en un conservatorio y no llegaría a casa hasta bien entrada la noche. Así que...mañana sería otro día, pensé.

Al otro día traté de llegar temprano al ensayo, en medio de las dificultades del transporte urbano. Llegué al teatro y armé la batería. El papel que yo había ensayado lo haría otro percusionista de la orquesta. Empezó el ensayo y todo iba bastante bien, entre interrupciones normales e indicaciones del director. Continuaba el maestro su ensayo y AQUÍ es cuando me encuentro con un salto de página de la 88 a la 107, por ejemplo, y lo que seguía no era ni más ni menos que la entrada de tambores de la famosa cabecera de las películas de la 20th Century FOX - Metro-Goldwyn-Mayer:

Rrrran pan... Rrrran pan...Rrrrrrrrrrrrrrrrr...Rrrran pan y las trompetas, tat taratá, etc.

¿Qué pasó? ¿Q U É   P A S O O O Ó? Que cuando el maestro bajo la mano para dar la entrada de tambor el pobre Marquito (menda) todavía estaba pasando la página y nadie tocó y se quedó con las manos sin música, una de las peores cosas que le puede pasar a un director.

Ahí el maestro metió un manotazo en el atril y espetó:

–Where is the fucking drummer?? What the fuck are you doing?!!...”

Déjenme decirles que tal parecía que el que me lo gritaba era el mismísimo "Godfather" de la mafia. Yo me debatía entre la vergüenza propia y ante mis compañeros. Tauro al fin, no sabía si tirarle la silla por la cabeza o...someterme a la ortodoxia de la disciplina colectiva del debido respeto al MAESTRO que mi profesor Aragú me había inculcado. Todo eso en cinco segundos. Al final opté por lo último. Bajé cabeza y le dije:

Excuse me sir. It will not happen again

Gruñó el maestro, bajó la vista a la partitura y continuó el ensayo. Yo sabía que a mí ya no me podría sustituir. ¡No habría más ensayos!

Si le hubiera dicho otra cosa no hubiera podido más levantar la cabeza en Cuba.

Esa noche, llegué al teatro dos horas antes del concierto. Ya en casa había estado revisando bien el dichoso libro. Lo volví a revisar y marqué todas las entradas lo mejor que pude. Felizmente el concierto fue un éxito y no tuve ningún tropiezo. El maestro Duchesne me felicitó.

Un año más tarde tuve la suerte de reivindicarme en mi fuero interno. Volvió a Cuba el maestro Carmine Coppola para dirigir un concierto. Esta vez la música duraba casi cuatro horas porque íbamos a acompañar una película silente: “Napoleón”. La música también era un “collage” entre música propia de C. Coppola y otros compositores. Entre esas partes estaba un fragmento del cuarto movimiento de la Sinfonía Fantástica de Berlioz en donde intervienen dos timpanistas en combinación. En el arreglo de C. Coppola este unió las dos partes de Timpani en una sola. Me tocó tocar ser el timpanista de ese concierto. En el primer ensayo, al terminar el fragmento en el que yo toqué las dos partes sintetizadas en una, paró el ensayo y me miró quitándose las gafas y alzando la ceja del ojo derecho. Me volví a cagar otra vez al sentir la mirada del “Godfather”. Pero acto seguido miró a la orquesta y les dijo:

– ¿Saben una cosa? Normalmente eso lo tocan entre dos timpanistas y él lo ha hecho muy bien. Y con la misma, siguió ensayando.

Y yo les cuento que no era nada difícil. Pero me sentí muy halagado. Nada,...cosas que tiene el oficio.

Marcos M. Valcárcel Gregorio Octubre de 2021.

*ORQUESTA SINFONICA NACIONAL DE CUBA.  Concierto.  Carmine Coppola, director.  La Habana, Teatro Nacional, Sala Avellaneda,  jul. 31, ag. 1, 1987.  

 

 

domingo, 10 de octubre de 2021

La viejita Flora

La viejita Flora. Cortesía de su nieta Isis Cambeiro.





        Cuando tenía casi 13 años caí en una profunda depresión. Se me metió una “matraquilla”, o sea, una idea recurrente en mi mente. Me dio por pensar en la Muerte (Tanatofobia según Google) y en su inevitabilidad lo cual, a mi edad de entonces, no era aceptable ni comprensible para mí de ninguna de las maneras, por mucho que mis amigos y familiares se empeñaran en explicármelo y hacérmelo entender. Con la caída de la tarde me sumía poco a poco en pensamientos fúnebres terribles de los cuales no era capaz de escapar. Fueron días muy tristes para mí y marcaron mi vida para siempre. Mi mente era capaz de mostrarme mi entierro, cómo se veía mi cuerpo en el ataúd, como me introducían en la tumba, como revivía dentro de ella, sin posibilidad de rescate, etc. Tampoco aceptaba que un día mis padres fueran a morir. En fin, todo era terrorífico cuando llegaba la tarde. Y para más sufrimiento, justo en esos días mi padre me compró, con mucho sacrificio (como todo en Cuba desde 1959) y sin margen de escoger para gustos juveniles, unos zapatos carmelita de cuero, tipo Oxford (en Cuba, tipo Amadeo), buenísimos pero para mi gusto “de viejos”, que no hubo manera humana que me los quisiera poner, por más que me insistieran.


        Mis padres pensaron que aquello que me pasaba sería algo pasajero, que pronto lo olvidaría y seguiría siendo el niño alegre y retozón de siempre. Pero aquello se extendió por semanas y hasta meses, hasta que decidieron pedir ayuda médica. Hablaron con mis responsables en el internado en que estudiaba (la Escuela Nac. de Arte de La Habana, ENA) y estos me llevaron a una consulta psiquiátrica de un doctor gordo, con bigote, fumándose un tabaco, con bata blanca y pluma en el bolsillo, que me recibió sentado detrás de una mesa tipo escritorio de abogado, lleno de libros a ambos lados, etc. El doctor me preguntó por lo que me pasaba y yo le expliqué lo mejor que pude. En seguida detectó mi problema. Después de pensar un poco me miró con su cara tipo García Márquez y me dijo tranquilamente:

      –Mira. La muerte es una cosa inevitable. Aquí nadie -óyeme bien- nadie va a quedar para semilla. Todos nos vamos a morir algún día. Lo que te está pasando es que estás cambiando de edad: te estás convirtiendo de niño a joven. A algunos niños les da por jugar demasiado a la pelota, a otros por pintar y a otros, por otras cosas o manías. Pero todos, escúchame bien, absolutamente todos, nos moriremos algún día. Aquí nadie se salvará -y sonrió-  ni siquiera los ricos o famosos.

        Se tomó una pequeña pausa, se tocó un poco el bigote y siguió:

        –Tú lo que tienes que pensar es que cuando llegue ese día, seguramente dentro de muchísimos años, probablemente vas a dar una hojeada hacia atrás al libro de tu vida. Para aceptar la muerte y morir en paz tienes que pensar en “a qué has venido a este mundo”. A este mundo se viene a vivir y a crear, dejar una huella...  Otros pasan por este mundo a sobrevivir, a sufrir solamente, o sea, a comer mierda y eso si es triste.

        Hizo otra pausa, respiró profundamente y mirándome a los ojos me dijo:

        –Piensa en tu realización personal, en dejar huella, en tener familia. Tus hijos y tus obras son los que perduran en el tiempo. Es la única fórmula para la inmortalidad. En eso es en lo que tienes que pensar y hacer. Mira, tómate una pastillita de estas diariamente a la hora del almuerzo, durante un par de semanas para que te tranquilices un poco. Tu verás que eso que tienes se te quita y si no, vuelve y seguimos hablando.

        Salí de la consulta no muy convencido pero con sus palabras en mi cabeza y la receta de la pastilla supongo que antidepresiva. La tomé solo durante 3 días porque al llegar el fin de semana vinieron unas pequeñas vacaciones y sucedió algo extraordinario. En esos días me tocó pasarme dos o tres en casa de mis familiares en el barrio de Los Pinos. Un día, de camino para la casa de mi tía Joaquina pasé por delante de la casa de la viejita Flora. Como siempre, estaba sentada, meciéndose en su sillón de madera, en el portal de su casa. Siempre se alegraba de verme y yo la saludaba.

        –Ven mijito, entra –me dijo ese día con su peculiar hablar rápido y nervioso.

        Abrí la pequeña reja de hierro, entré y me senté en otro sillón junto a ella.

        –A ver, cuéntame. ¿Qué tal la música? –me preguntó.

        –La música muy bien pero yo no y me han llevado a un psiquiatra.

        –¡Ah ¿Síiii?! –me dijo sorprendida– ¿Por qué? ¿Qué te pasa?

        Le expliqué todo lo que me estaba sucediendo y fue entonces que ella, la viejita Flora, ama de casa toda su vida, mujer de pueblo, sin una gran cultura, me dio la fórmula mágica para acabar con mis sufrimientos.

        –Mira mijito, a ti lo que te pasa es que tienes una “matraquilla” metida en la cabeza.

        –¿Cómo? ¿Una “matraquilla”?

        –Sí, esos pensamientos que te vienen a la mente cada tarde y te torturan. Lo que tienes que hacer cuando te vengan a la cabeza es decirle: ¡Pa’llá! ¡Pa’llá! ¡No quiero pensar en eso! Entonces piensa enseguida en otra cosa y ponte a jugar o a hacer algo. Tu verás cómo poco a poco, en unos días, se te quita la matraquilla.

        Así lo hice. ¡Remedio Santo! Ese día, a la hora de la “matraquilla” me pasé todo el tiempo diciéndole a mi mente ¡Pa’llá! ¡Pa’llá! y pensé en otra cosa. A la siguiente tarde igual. No pasaron ni dos días y…¡Se obró el milagro! Me curé sin pastilla. Pero tampoco olvidé los consejos del psiquiatra gordo con bata blanca: Los objetivos de vida que me marqué entonces los sobrecumplí. No obstante, todos los días, entre las 6 y las 8 de la tarde, me entra un ...no sé qué…

                                                    Octubre, 2021

 

 

miércoles, 30 de diciembre de 2020

El Secreto de un Pequeño Percusionista

    

        Hace unos días aprendí algo de mi pequeño alumno David, de 8 años. Es un niño pequeño y delgadito. Se sienta frente al tambor en el asiento más bajito que tengo en clase. Inmediatamente se encorva debido a su constitución menuda y se cansa muy pronto; ya sabemos que los niños tienen poca capacidad de concentración.

        En sus primeras clases intenté que no se aburriera y me desesperé un poco al ver que no reaccionaba durante los primeros ejercicios y lecciones y que el ruido de los golpes le hacía cerrar los ojos.

        Hace dos semanas, en el desarrollo de una clase le enseñé un pequeño ejercicio de combinaciones de manos. Él lo entendió perfectamente pero le resultaba difícil. Lo intentaba una y otra vez y nada. Francamente frustrante. Entonces se me ocurrió decirle algo, una frase mágica:

        -David, te voy a enseñar un secreto pero... no se lo digas a nadie.

        Se me quedó mirando fijamente.

        -¡Toca eso fácil! Dije.

        Me dijo que sí, se enderezó en el asiento y tocó el ejercicio bien, a la primera vez, a la segunda y a la tercera. Yo mismo me quedé sorprendido con la facilidad que lo hizo.

        Le dije:

        -¿Ves? Ahora te salió muy bien.

        Entonces le expliqué una lección de lectura y terminó la clase.

        A la semana siguiente volvió en su turno de costumbre y me dispuse a repasarle lo de la semana anterior porque ya sé que los niños practican poco en casa. Pero increíblemente, algo había practicado porque todo le estaba saliendo mucho mejor. Lo quise estimular y le dije que estaba impresionado porque todo estaba bien, a lo que me contestó:

         -Es que yo hice el ‘secreto’ que tu me dijiste.

        Yo, que ya no me acordaba del secreto, le dije que me lo repitiera. Me contestó:

        -Me dijiste que lo ‘tocara fácil’ y por eso me sale bien...

        Me reí interiormente y quedé asombrado. Comprobé que la mente de un niño, ese milagro abierto al conocimiento, es capaz de interpretar perfectamente la abstracción de una frase mágica.

        David ya ha empezado a hacer las cosas fácilmente.

Marcos Valcárcel Gregorio, Mi Blog "Percuseando"

Noviembre, 2009.

  50 años y antes que termine el año. (2020)                                De izq. a der: Maestro Guillermo Cortina, Marcos M. Valcárcel, R...