Reflexiones
de Gimnasio 4
Menos mal que tengo a Mozart
“Si no existiera Dios, habría que inventarlo” Voltaire.
Escritor, historiador y filósofo francés de la Ilustración.
“Lo malo de que los hombres
hayan dejado de creer en Dios no es que ya no crean en nada, sino que están
dispuestos a creer en todo”. Gilbert
Keith Chesterton. Escritor y filósofo británico.
Hoy he empezado mi entrenamiento
abrumado por problemas personales que no consigo resolver. Nada graves, pero me
martillan la cabeza, el alma y el corazón. Y para consolarme, me dio por encomendarme
al Universo, pensar en mi espiritualidad y escuchar a Mozart. Me encanta tener
espiritualidad y no me gusta la gente demasiado objetiva y material. Me acordé
de mi padre cuando, ante un conflicto personal me aconsejó: Haz lo que te dicte
tu corazón. Y al final de su vida, le pregunté, con mucho tacto, que, a su
edad, cómo asumía la proximidad del fin, y me contestó que el rezar le
consolaba mucho. Nunca se me ha olvidado.
No he sido creyente ni practicante de ninguna
religión. Mi madre no lo era; mi padre sí, pero por etapas. Aunque ellos se
casaron por la iglesia (era la costumbre), en mi casa, de niño, que yo
recuerde, no se hablaba de Dios, ni había cuadros de deidades colgados en la
pared, ni nada por el estilo. Pero mis hermanos y yo fuimos bautizados, aunque nunca
llegamos a hacer la comunión, a pesar de que yo preguntaba por qué otros niños
de mi entorno sí lo hacían. Nunca tuve una respuesta clara. Pero sí le temía un
poquito a Papá Dios, el cual era utilizado por los padres de entonces para
contenernos en nuestras malacrianzas.
Como ya he contado en otras reflexiones, a la edad de 9
y 10 años, mi hermano Jorge y yo, después de vivir dos años y medio en Miami, regresamos
a Cuba y fuimos a estudiar música en la Escuela Nacional de Arte de La Habana (ENA),
en régimen de internado. Vivíamos en un chalet-albergue junto a otros veintitantos
niños de nuestra edad, de disímiles procedencias nacionales y condiciones
sociales. Y ya ahí, en los primeros días, en nuestros juegos y conversaciones
infantiles, mis compañeritos ya nos dejaron bien clarito que ni Dios ni los
Reyes magos existían. La verdad es que fue un poco triste descubrirlo.
En los fines de semana íbamos a casa de pase y yo
muchas veces me quedaba alguna noche en casa de mi madrina, mi abuela por parte
de padre, Caridad. Ella sí era muy creyente. Tenía devoción por San Lázaro
y por El Santo Cristo de Limpias. Recuerdo haberla acompañado alguna vez
a distintas iglesias y mientras ella en sus rezos se arrodillaba, yo, ya
convencido de la inexistencia de Dios, me quedaba sentado en el banco muy
tranquilito y respetuoso. Ella por las noches, antes de acostarse, se
arrodillaba delante del sofá-cama en que dormíamos y rezaba un rato. Yo le
preguntaba que para qué rezaba si Dios no existía, a lo que ella me contestaba:
–Tú duérmete tranquilito que yo ya rezo por ti también.
Y yo me quedaba dormido, porque en esos asuntos ella se
demoraba.
Ahora les hablo un poco de mi padre. Él fue criado en
la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana, atendida principalmente por las
Hijas de la Caridad de Cuba. En su juventud perteneció a una organización de Jóvenes
Católicos. Pero al triunfo de la Revolución cubana en 1959, se “integró”
completamente en el entonces pujante e ilusionante proceso social que más
pronto que tarde proclamó el comunismo como fin supremo. Entonces colgó un
cuadro de Fidel en la pared del salón de casa y Dios quedó apartado durante
algún tiempo de su cabeza.
Yo, ya joven y revolucionario (como no podía ser de
otra forma por mi educación familiar y estudiantil), en mi juventud tardía, fui
admitido, muy a mi pesar, en la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba (UJC). No es que yo no creyera en sus ideales, pero a
mi nunca me gustó verme sometido a una disciplina de partido ni organización. Pero
en Cuba, para conseguir prosperar, había que intentar integrarse, “estar dentro
del pastel”. De ahí que no me pude negar.
Entonces, estando en esas, apareció mi primera novia
formal. La visitaba en su casa, y si salía con ella, siempre iba acompañado de
su mamá. Hasta ahí todo bien. Pero esta chica y su mamá, que vivían solas, eran
muy católicas y visitaban cada sábado, yo con ellas, un convento de monjas en
la calle San Lázaro. Parece que Dios (sea lo que sea) me empezaba a rondar mi
vida. Eso era incompatible con mi condición de Joven Comunista y temí que esa
relación me trajera problemas. Eso, unido a que no estaba realmente enamorado,
terminó con esa relación. Lo siento mucho, pero realmente fue así.
Después le eché el ojo a otra muchacha que estudiaba
conmigo en el Bachillerato nocturno. Me acuerdo de su nombre y de su cara, a
pesar de los años. Era extremadamente inteligente y su persona me cautivó. Era
la mejor en la asignatura Filosofía marxista. Estrechando mis lazos seductores,
la invité a un concierto de la Sinfónica Nacional de la cual ya yo era músico.
Al terminar el concierto la quise acompañar a su casa y me dijo muy
cuidadosamente que otro día. Día a día le seguí insistiendo hasta que por fin
me invitó a su casa en un reparto muy lejos del mío. Hasta allá fui. ¿Y cual
fue mi sorpresa? Vivía en una casa perteneciente a una congregación de monjas y
con ella vivían otras tres, canadienses. O sea, religiosa o una especie de
novicia y, por lo tanto, pensé yo, incompatible con mi “condición”. Tengo que
decir que tampoco Cupido nos había apuntado bien. Descubrí que también había
otro tipo de jóvenes en Cuba. Pero mi vida siguió su camino.
Mi próximo encuentro con mi espiritualidad fue en
Leipzig, Alemania. Estaba allí formando parte del grupo musical “Nuestro
Tiempo” con el cual tuve la oportunidad de tocar en la sala de la Gewandhaus.
Como parte de nuestra estancia en esa ciudad -cómo no- fuimos a visitar la
iglesia de Santo Tomás en donde está la estatua y la tumba de Juan S. Bach. En
el momento que estábamos dentro, encendiendo algunas velas, comenzó a sonar el
órgano de la iglesia. Yo nunca había oído esos sonidos en mi vida. Lo primero
que me vino a la mente fue Dios. Claro, ya sé que las iglesias están hechas
para conseguir esos fines. A mi me cautivó.
Siendo yo un estudioso de los ritmos, instrumentos y
cultura afrocubanos, un día hablé con mi padre para que me consiguiera con sus
amigos del barrio de Guanabacoa una invitación a un Plante Abakuá, ceremonia
esta en donde se bautizan a los adeptos a esa Sociedad Religiosa masculina. Yo
solo quería ver sus cantos, bailes y toques de tambores. Y lo consiguió, y mis
hermanos y yo pudimos ver parte de la ceremonia. Me llamó la atención la
cantidad de personas asistentes a pesar de la latente coacción política en
contra de los religiosos.
Tengo muchísimas anécdotas al respecto, pero no quiero
aburrirlos.
Ya viviendo en España, vino mi padre, ya viejito, a
vivir con nosotros. Y aquí, de nuevo, empezó a ir a la iglesia; específicamente
al templo de los Jesuitas en Vigo. Allí se hizo amigo del párroco y hasta lo
visitaba en su casa. Y él, de buena fe, le prometió al cura que iba a hacer
todo lo posible por devolver a sus hijos a la iglesia. Cuando me lo contó yo le
respondí, casi enfadado, que no sabía por qué prometía esas cosas, que yo no
creía en iglesias y mucho menos en ningún cura. Y él, el pobre, avergonzado, bajó
su cabeza muy frustrado.
Y para los fines de este escrito, tengo que contarles
algo más. En una ocasión contraje la enfermedad de la Legionella, lo que me
provocó una neumonía severa, por la cual estuve muy grave, con peligro de
muerte. Tuvieron que someterme a respiración asistida y estuve 12 días en coma
inducido. El día que me sacaron del coma, mi hijo me explicó lo que me había
pasado y lo grave que había estado. Entonces tuve conciencia de lo mal que
seguía estando y a la noche, incómodamente entubado, en mi soledad…miré al
cielo. Específicamente pensé en la patrona de Cuba y de los cubanos, la
Virgencita de la Caridad del Cobre. Le prometí que si me libraba de esa
enfermedad le dedicaría una Misa musical. Ya sé que muchos de mis amigos ateos
y progres se sentirán frustrados conmigo, pero así fue.
Finalmente estoy a punto de cumplir la promesa. No he
podido escribir una Misa musical; es algo que está fuera de mi alcance por el
momento, pero sí he compuesto una pequeña Ofrenda que en lo fundamental está
terminada y ahora está en proceso de perfeccionamiento y terminación. Creo que
me está quedando muy bonita.
Si al final creo en “algo”, soy muy mal creyente, pero
tengo que confesarles que cuando me abruman mis pesares, cuando mi alma se
siente sola, miro al cielo, al universo, a la Virgencita, y escucho a Mozart
que es algo parecido a Dios. Y eso, aunque no se rezar, al igual que a mi
padre, me da mucho consuelo.