sábado, 15 de marzo de 2025

  

Reflexiones de Gimnasio 4

Menos mal que tengo a Mozart




“Si no existiera Dios, habría que inventarlo” Voltaire. Escritor, historiador y filósofo francés de la Ilustración.

            “Lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en Dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en todo”. Gilbert Keith Chesterton. Escritor y filósofo británico.

 

            Hoy he empezado mi entrenamiento abrumado por problemas personales que no consigo resolver. Nada graves, pero me martillan la cabeza, el alma y el corazón. Y para consolarme, me dio por encomendarme al Universo, pensar en mi espiritualidad y escuchar a Mozart. Me encanta tener espiritualidad y no me gusta la gente demasiado objetiva y material. Me acordé de mi padre cuando, ante un conflicto personal me aconsejó: Haz lo que te dicte tu corazón. Y al final de su vida, le pregunté, con mucho tacto, que, a su edad, cómo asumía la proximidad del fin, y me contestó que el rezar le consolaba mucho. Nunca se me ha olvidado.

No he sido creyente ni practicante de ninguna religión. Mi madre no lo era; mi padre sí, pero por etapas. Aunque ellos se casaron por la iglesia (era la costumbre), en mi casa, de niño, que yo recuerde, no se hablaba de Dios, ni había cuadros de deidades colgados en la pared, ni nada por el estilo. Pero mis hermanos y yo fuimos bautizados, aunque nunca llegamos a hacer la comunión, a pesar de que yo preguntaba por qué otros niños de mi entorno sí lo hacían. Nunca tuve una respuesta clara. Pero sí le temía un poquito a Papá Dios, el cual era utilizado por los padres de entonces para contenernos en nuestras malacrianzas.

Como ya he contado en otras reflexiones, a la edad de 9 y 10 años, mi hermano Jorge y yo, después de vivir dos años y medio en Miami, regresamos a Cuba y fuimos a estudiar música en la Escuela Nacional de Arte de La Habana (ENA), en régimen de internado. Vivíamos en un chalet-albergue junto a otros veintitantos niños de nuestra edad, de disímiles procedencias nacionales y condiciones sociales. Y ya ahí, en los primeros días, en nuestros juegos y conversaciones infantiles, mis compañeritos ya nos dejaron bien clarito que ni Dios ni los Reyes magos existían. La verdad es que fue un poco triste descubrirlo.

En los fines de semana íbamos a casa de pase y yo muchas veces me quedaba alguna noche en casa de mi madrina, mi abuela por parte de padre, Caridad. Ella sí era muy creyente. Tenía devoción por San Lázaro y por El Santo Cristo de Limpias. Recuerdo haberla acompañado alguna vez a distintas iglesias y mientras ella en sus rezos se arrodillaba, yo, ya convencido de la inexistencia de Dios, me quedaba sentado en el banco muy tranquilito y respetuoso. Ella por las noches, antes de acostarse, se arrodillaba delante del sofá-cama en que dormíamos y rezaba un rato. Yo le preguntaba que para qué rezaba si Dios no existía, a lo que ella me contestaba:

–Tú duérmete tranquilito que yo ya rezo por ti también.

Y yo me quedaba dormido, porque en esos asuntos ella se demoraba.

Ahora les hablo un poco de mi padre. Él fue criado en la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana, atendida principalmente por las Hijas de la Caridad de Cuba. En su juventud perteneció a una organización de Jóvenes Católicos. Pero al triunfo de la Revolución cubana en 1959, se “integró” completamente en el entonces pujante e ilusionante proceso social que más pronto que tarde proclamó el comunismo como fin supremo. Entonces colgó un cuadro de Fidel en la pared del salón de casa y Dios quedó apartado durante algún tiempo de su cabeza.

Yo, ya joven y revolucionario (como no podía ser de otra forma por mi educación familiar y estudiantil), en mi juventud tardía, fui admitido, muy a mi pesar, en la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba (UJC).  No es que yo no creyera en sus ideales, pero a mi nunca me gustó verme sometido a una disciplina de partido ni organización. Pero en Cuba, para conseguir prosperar, había que intentar integrarse, “estar dentro del pastel”. De ahí que no me pude negar.

Entonces, estando en esas, apareció mi primera novia formal. La visitaba en su casa, y si salía con ella, siempre iba acompañado de su mamá. Hasta ahí todo bien. Pero esta chica y su mamá, que vivían solas, eran muy católicas y visitaban cada sábado, yo con ellas, un convento de monjas en la calle San Lázaro. Parece que Dios (sea lo que sea) me empezaba a rondar mi vida. Eso era incompatible con mi condición de Joven Comunista y temí que esa relación me trajera problemas. Eso, unido a que no estaba realmente enamorado, terminó con esa relación. Lo siento mucho, pero realmente fue así.

Después le eché el ojo a otra muchacha que estudiaba conmigo en el Bachillerato nocturno. Me acuerdo de su nombre y de su cara, a pesar de los años. Era extremadamente inteligente y su persona me cautivó. Era la mejor en la asignatura Filosofía marxista. Estrechando mis lazos seductores, la invité a un concierto de la Sinfónica Nacional de la cual ya yo era músico. Al terminar el concierto la quise acompañar a su casa y me dijo muy cuidadosamente que otro día. Día a día le seguí insistiendo hasta que por fin me invitó a su casa en un reparto muy lejos del mío. Hasta allá fui. ¿Y cual fue mi sorpresa? Vivía en una casa perteneciente a una congregación de monjas y con ella vivían otras tres, canadienses. O sea, religiosa o una especie de novicia y, por lo tanto, pensé yo, incompatible con mi “condición”. Tengo que decir que tampoco Cupido nos había apuntado bien. Descubrí que también había otro tipo de jóvenes en Cuba. Pero mi vida siguió su camino.

Mi próximo encuentro con mi espiritualidad fue en Leipzig, Alemania. Estaba allí formando parte del grupo musical “Nuestro Tiempo” con el cual tuve la oportunidad de tocar en la sala de la Gewandhaus. Como parte de nuestra estancia en esa ciudad -cómo no- fuimos a visitar la iglesia de Santo Tomás en donde está la estatua y la tumba de Juan S. Bach. En el momento que estábamos dentro, encendiendo algunas velas, comenzó a sonar el órgano de la iglesia. Yo nunca había oído esos sonidos en mi vida. Lo primero que me vino a la mente fue Dios. Claro, ya sé que las iglesias están hechas para conseguir esos fines. A mi me cautivó.

Siendo yo un estudioso de los ritmos, instrumentos y cultura afrocubanos, un día hablé con mi padre para que me consiguiera con sus amigos del barrio de Guanabacoa una invitación a un Plante Abakuá, ceremonia esta en donde se bautizan a los adeptos a esa Sociedad Religiosa masculina. Yo solo quería ver sus cantos, bailes y toques de tambores. Y lo consiguió, y mis hermanos y yo pudimos ver parte de la ceremonia. Me llamó la atención la cantidad de personas asistentes a pesar de la latente coacción política en contra de los religiosos.

Tengo muchísimas anécdotas al respecto, pero no quiero aburrirlos.

Ya viviendo en España, vino mi padre, ya viejito, a vivir con nosotros. Y aquí, de nuevo, empezó a ir a la iglesia; específicamente al templo de los Jesuitas en Vigo. Allí se hizo amigo del párroco y hasta lo visitaba en su casa. Y él, de buena fe, le prometió al cura que iba a hacer todo lo posible por devolver a sus hijos a la iglesia. Cuando me lo contó yo le respondí, casi enfadado, que no sabía por qué prometía esas cosas, que yo no creía en iglesias y mucho menos en ningún cura. Y él, el pobre, avergonzado, bajó su cabeza muy frustrado.

Y para los fines de este escrito, tengo que contarles algo más. En una ocasión contraje la enfermedad de la Legionella, lo que me provocó una neumonía severa, por la cual estuve muy grave, con peligro de muerte. Tuvieron que someterme a respiración asistida y estuve 12 días en coma inducido. El día que me sacaron del coma, mi hijo me explicó lo que me había pasado y lo grave que había estado. Entonces tuve conciencia de lo mal que seguía estando y a la noche, incómodamente entubado, en mi soledad…miré al cielo. Específicamente pensé en la patrona de Cuba y de los cubanos, la Virgencita de la Caridad del Cobre. Le prometí que si me libraba de esa enfermedad le dedicaría una Misa musical. Ya sé que muchos de mis amigos ateos y progres se sentirán frustrados conmigo, pero así fue.

Finalmente estoy a punto de cumplir la promesa. No he podido escribir una Misa musical; es algo que está fuera de mi alcance por el momento, pero sí he compuesto una pequeña Ofrenda que en lo fundamental está terminada y ahora está en proceso de perfeccionamiento y terminación. Creo que me está quedando muy bonita.

Si al final creo en “algo”, soy muy mal creyente, pero tengo que confesarles que cuando me abruman mis pesares, cuando mi alma se siente sola, miro al cielo, al universo, a la Virgencita, y escucho a Mozart que es algo parecido a Dios. Y eso, aunque no se rezar, al igual que a mi padre, me da mucho consuelo.

 

 

martes, 11 de marzo de 2025

 

 

Reflexiones de Gimnasio 3

Mis primeros recuerdos musicales.

 

En estos días, mientras entreno en el gimnasio, he estado escuchando distintas versiones de las Sinfonías de Beethoven. Tengo en mi móvil versiones de George Solti con la Sinfónica de Chicago, las de John E. Gardiner con la Orchestre Révolutionnaire Et Romantique y finalmente las versiones de Arturo Toscanini con la Orquesta de la NBC. Como músico profesional amante de la Orquestación, la Composición y la Dirección Orquestal disfruto y analizo muchísimo, oyendo y comparando las distintas interpretaciones que han hecho los grandes maestros de la batuta de las obras de los grandes compositores.

Y claro, siempre me viene a mi mente el recuerdo de mi padre, que fue quién nos introdujo a mis hermanos y a mi en este mundo de la música. Él, en un viaje de estudios que hizo a New York en el año 1957 (tenía yo 5 años) de regreso a La Habana se trajo varios LP  (Vinilos) y recuerdo 4 de estos en concreto:

·  Debussy “La Mer”, dirigido por Ernest Ansermet, que también incluía otras obras del mismo autor.

·   Concierto para Violín de Beethoven con Isaac Stern - Bernstein y La Filarmónica de New York.

·   El Concierto Nº 5 para piano “Emperador”, de Beethoven, con Casadesus al piano.

·   La colección de las 9 Sinfonías de Beethoven por Arturo Toscanini con la NBC.


 





Mi padre escuchaba esos discos en casa casi diariamente, y con mucho entusiasmo se ponía a silbar sus melodías, y subliminalmente, a nosotros, los dos niños (mis otros hermanos no habían nacido), nos iban entrando esas melodías en las entrañas de nuestro cerebro, mientras jugábamos a los camioncitos, tirados por el suelo de la casa.

¿Quién nos iba a decir que con los años esas melodías nos iban a emocionar tanto e íbamos a tener la oportunidad, como músicos de orquesta, de tocarlas y disfrutarlas muchísimas veces con distintos directores e intérpretes?

¿Y quién me iba a decir a mi que, 60 y pico de años después, yo iba a estar en un gimnasio de Vigo escuchando y disfrutando mucho más de todas esas obras e interpretaciones por enésima vez? Y con cada escucha, claro…el recuerdo de mi padre.










martes, 25 de febrero de 2025

 
Un recuerdo para El Combo de Guanabacoa.
 
La Habana. Año 1967.
 
A mi padre Marco A. Valcárcel Domínguez, siendo director del conservatorio “Guillermo Tomás” de Guanabacoa, La Habana, se le ocurrió crear un Combo de Música Popular formado por jóvenes alumnos al cual nombró Combo de Guanabacoa. Yo tuve la suerte de formar parte de ese Combo, aunque no era alumno del nombrado conservatorio. En aquel año mi hermano Jorge y sobre todo yo, le habíamos pedido a nuestros padres que nos dieran un respiro del internado (la Escuela Nacional de Arte, ENA) y complaciéndonos nos matricularon en el conservatorio “Amadeo Roldán”, en régimen externo, pero prácticamente con la misma calidad de profesores que en la ENA. De ahí que yo “hijo de gato” formé parte del Combo como pianista. Aunque yo estudiaba Percusión, me defendía suficientemente en el piano gracias a las clases que había recibido en la ENA.

De izq. a der: William Sánchez, Román, Marcos M. Valcárcel Gregorio, Pedro Núñez, Jorge Reyes, Frank Bejerano, Francisco Peñalver y mi papá Marco A. Valcárcel.

Aquel Combo lo formaron alumnos que años más tarde se convertirían en su mayoría en grandes músicos y profesores.
Veamos la lista, por orden alfabético:
Ana Gloria Pérez (Pegui) – Cantante.
Delfina Acay – Cantante.
Francisco Peñalver - Saxo alto.
Frank Bejerano – Batería.
Jorge Rubio – Trompeta.
Jorgito Reyes - Bajo eléctrico.
Lazarita. Cantante.
Marcos M. Valcárcel – Piano.
Paquito Tomás – Trompeta.
Pedro Núñez “Buenoqué” - Cantante.
Raúl Huerta – Organeta y cantante.
Román – Guitarra y cantante.
William Sánchez - Guitarra prima.
 
            En esa época no teníamos organeta ni piano eléctrico. Había que tocar en pianos acústicos. El problema es que ensayábamos en los pianos del conservatorio afinados y después, en las actuaciones generalmente los pianos que nos ponían estaban desafinados, ¡medio tono o un tono bajo! O sea, que el pianista -este menda- tenía que tocar transportando ya que era más fácil que tener que adaptar y desafinar todos los demás instrumentos. Gracias a eso adquirí cierta habilidad para transportar a otras tonalidades. De todo se aprende.
 
El repertorio que tocábamos estaba formado por canciones de Los Beatles (
A Hard Day’s Night, And I Love Her, Any Time At All), Los Brincos (Un Sorbito de Champagne), Los Fórmula V (Cuéntame, Eva María se Fue), Juan y Junior (Anduriña), La Orquesta Cubana de Música Moderna (Pastilla de Menta, El Manisero y Guantanamera), y piezas por el estilo. Música cubana, poca, la verdad. Y mi padre incluyó un par de caprichos suyos: Abril en Portugal, en tiempo de Fox Trox y la sambita Eu Vou Pra Maracangalha de Dorival Caimmi; esta última nos la montó un músico cubano, César Sánchez, que había actuado por Sudamérica. Sinceramente, estas dos últimas a nosotros no nos gustaban. Pero en donde quiera que las tocábamos ¡tenían un éxito tremendo!


        De pie: William Sánchez, Marcos M. Valcárcel Gregorio, Román.                 Sentados: El primero, no me acuerdo, Frank Bejerano y Raúl Huerta.
 
Tocábamos fundamentalmente en centros de trabajo, centros estudiantiles, teatros y alguna vez nos invitaron a la TV, pero… no llegamos actuar, porque la directora de aquel programa dijo que con melenas (en realidad eran melenitas) no podíamos salir en la TV, que teníamos que pelarnos. Y mi padre le contestó que NO y dirigiéndose a nosotros nos dijo:
–¡Recojan y vámonos! –. Y, con disgusto, nos fuimos.
 
Siempre nos movíamos en una furgoneta pequeña descapotable que por aquellos años en Cuba se llamaban “polaquitas”. Instrumentos y músicos-estudiantes íbamos detrás al aire libre y los jefes delante, bajo techo. Aquellas eran unas aventuras juveniles formidables.
 
Un día fuimos a actuar en un Círculo Social perteneciente a un centro laboral. Los asistentes empezaron su fiesta a base cervezas, rones, etc. Al final de la fiesta, durante nuestra actuación, comenzó una bronca descomunal a botellazos, pedradas, sillas, palos, etc. Y mi padre nos dio el grito de guerra:
–¡Recojan todo y a la polaquita!
Pero la bronca se trasladó a las afueras del local y los contendientes empezaron a combatir con cuantos utensilios se encontraban, ¡incluyendo nuestros instrumentos! Platillos, atriles, estuches, etc. Y mi padre se empezó a fajar también. Un tipo lo amenazó con un atril de platillo nuestro y mi padre cogió un ladrillo para defenderse. Después de recuperar todo lo que pudimos, tuvimos que frenar a mi padre entre cuatro y casi cargarlo para la polaquita que ya arrancaba. En eso sonó un tiro de un guardia que disparo al aire, pero ya nuestro vehículo y nosotros habíamos doblado la esquina a toda velocidad. ¡Ja Ja Ja!

 
En otra ocasión fuimos a actuar a Nueva Gerona, la capital de la Isla de la Juventud, al sur de Cuba, supuestamente invitados por el gobierno municipal. Fuimos en avión y llegamos al aeropuerto. Pero allí no había nadie esperándonos y el gobierno local nos dijo que no sabían nada de nada y se desentendió de nosotros. Así, nos quedamos tirados en una calle de la pequeña ciudad, mientras que nuestros responsables, mi padre y Juan, el administrador del conservatorio se ocupaban de resolver el problema. Ya a la noche, después de algunas horas y gestiones, nos mandaron a albergarnos en… ¡un reformatorio para delincuentes menores!, cerca de la playa Bibijagua. Allí nos llevaron. Los pelos se nos pusieron de punta. Aquellos “menores” estaban MUY FEOS, pelados al rape y llenos de cicatrices por todos lados, producto de broncas a machetazos, cuchilladas, etc. Parecían verdaderos asesinos. Nos cagamos. Pero allí nos metieron en unas habitaciones, similares a las que ellos usaban, con unas literas que tenían bastidores hechos con telas de sacos de azúcar. O sea, casi nos sentimos como unos delincuentes más.
 
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Haciendo un aparte de este relato, años después, formando parte de un grupo folclórico gallego, asistí a un festival de folk en la Bretaña francesa y nos hospedaron en una escuela que tenía las mismas literas de madera con casi los mismos bastidores. Mi habitación parecía un zulo.
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Pero para sorpresa de nosotros, todo nos fue muy bien y aquellos jóvenes “delincuentes” se portaron maravillosamente con nosotros y se mostraron muy agradecidos de tenernos allí y que además tocáramos para ellos. Por las mañanas nos íbamos a la playa cercana y los 3 ó 4 días que allí estuvimos comimos muy bien. Por supuesto en esos días, también nos organizaron actuaciones en la calle y en un teatro. Una experiencia increíble. Todo se arreglo gracias al optimista de mi padre que se metía por el ojo de una aguja.
 
Tuvimos muchas más experiencias y habría muchas más anécdotas de este Combo: Un toro que nos embistió en campo abierto y tuvimos que refugiarnos en una pequeña caseta dejando sin querer al viejo Juan, el administrador, fuera. ¡Del susto se acordó de todas nuestras madres! Por suerte, salió ileso.
 
Lo cierto es que aquel Combo, aquella experiencia, que duró aproximadamente un par de años, nos sirvió muchísimo a todos aquellos jóvenes como práctica musical y escénica. Aprendimos a tocar un poco de todo lo que NO nos enseñaban en las academias y conocimos por primera vez la “vida de músico”. Aprendí más de Armonía musical que en las clases del conservatorio. Muchos años más tarde apliqué esas experiencias en mis clases de Armonía, combinando lo académico -claro que sí- con lo popular, lo cual muchos alumnos me lo agradecieron.
 
                         ¡Ay Juventud, Juventud!
 
 
 
 

sábado, 22 de febrero de 2025

 

Reflexiones de gimnasio 2

Observando a mis colegas.

Desde el primer día que asistí al gimnasio me puse a observar a todos mis compañeros y compañeras de rutinas y sus comportamientos. A mi gimnasio asisten personas de todas las edades y condiciones. Los supongo trabajadores, funcionarios, médicos, abogados, dueños de negocios, jubilados y estudiantes, los cuales disfrutan de diferentes tipos de aparatos y artilugios aconsejados según experiencias y edades.

Les cuento un poco. El primer día que entré en las taquillas di los buenos días y nadie me contestó; por el contrario, algunos me miraron con cara de “este bicho de donde salió”. Cada cual estaba a lo suyo. Los más jóvenes, con caras de expertos, llenos de energías; mientras que los más viejos con su calma, sus dolores y sus pensamientos encima.  Alguno de todos, más exhibicionista que otros.

Ya, entrando en funciones vi distintos comportamientos. Normalmente casi nadie habla con nadie y lo entiendo, porque al menos yo, voy a lo que voy y tampoco hablo con nadie.  

Lo que más me llamó poderosamente la atención es que muchos no pueden separarse del móvil ni haciendo ejercicios. Algunos de ellos se ponen la ropa deportiva, entran a la sala y se sientan cómodamente a mirar el móvil y de vez en cuando, se acuerdan que fueron a entrenarse.  Otros hacen sus rutinas y en vez de darle oportunidad a otros, se quedan placenteramente sentados en el aparato, embelesados mirando el móvil interrumpiendo e impidiendo las rutinas de los demás. Hay otro que parece que es un jefe de negocio, porque mientras pedalea en la elíptica se le escucha dando órdenes y consignas telefónicas. En fin…                                                                                    

Hay un señor que yo internamente le llamo Salustiano y al cual yo admiro mucho por su constancia y deseos de vivir. Debe tener al menos 80 años. Cuando yo llego sobre las 12 del día ya él se está duchando para marcharse después de haber estado haciendo fundamentalmente Cinta. Mientras se ducha, deja toda la ropa fuera de la taquilla, ocupando el espacio de tres, como si fuera su casa.

Hay dos hermanas que parecen jimaguas y las dos parecen modelos. Son muy simpáticas al parecer. Van juntas y pasan un par de horas ejercitándose.

Hay otra, debe tener unos 50 años, muy pija (me encantan las pijas) que llega al gimnasio casi todos los días, vestida con trajecito y zapatos de tacón forrados, tiene aspecto de ejecutiva. Se cambia de ropa, hace media hora de cinta (mirando los chismes de una televisora), y otra media hora de artilugios. Termina y se va, sin mirar a ningún lado ni a nadie. Tiene tipo de dueña de algún negocio cercano. Me encanta.

Hay un viejo, que, si lo soplan, de lo flaco que está, sale volando. Ese hace un poquito de todo, salteado, según se le vaya ocurriendo, sin ningún orden y después hace media hora de yoga en el suelo y termina.

Hay una que llega ya directamente vestida para hacer media hora de Cinta. Luce pelazo negro y un cuerpo muy bonito y sus movimientos semejan a una modelo en la pasarela. Como mismo llega, se va.

Hay un aparato que son unas escaleras y es bastante fuerte. Bueno, pues hay una señora que solamente hace eso durante una hora y cuando termina no hace más nada; se va.

Hay algunos jóvenes que, por el olor que desprenden, parecen que no se han duchado en una semana.

Hay una señora gorda que viene al gimnasio con pantalón-saya, como las tenistas, y se coge los ejercicios con mucha, pero con muchísima calma. Se pasa todo el tiempo caminando por las distintas áreas. Al menos yo la veo así cada vez que echo una mirada alrededor. Me pregunto a qué viene. Pero, en fin, cada cual con su locura.

Hay algunos que cada vez que terminan una serie de 20 repeticiones en un aparato, se trasladan al otro caminando como si hubieran hecho 200.

Hay otros y otras a los cuales yo los llamo ¡¡¡toca c……!!! ¿Por qué? Porque a mi me recomendaron al principio un orden de aparatos a hacer diariamente y las frecuencias. Pues estos camaradas los hacen en el orden que les da la gana y se te “atraviesan” en tu camino. Yo les huyo.

Y luego, hay un instructor que cuando da sus clases en una pista externa, pone la música muy alta y forma tremenda gritería.

Y, por último, para no cansarlos, hay un viejo como de 70 años aproximadamente, medio gordo, con media calva, barrigoncito, que llega al gimnasio, con sus camisetas de colores y letreros llamativos, se pone a oír música con sus auriculares (no inalámbricos) y anda observando a todo el mundo; el tipo se cree que es una mezcla de Kevin Costner con La Roca. Habla poco, pero es muy orgulloso; va por ahí diciéndole a todo el mundo que es músico y que ha tocado con y en sepetecientos lugares. No sé qué se cree. ¡Ja Ja Ja!

En fin, es el mundo de los gimnasios en donde, eso sí, casi todo el mundo va a buscar salud y bienestar. Yo al menos estoy muy contento. Por cierto: ya todos me contestan los buenos días.

Si alguien se reconoce aquí, que no se lo tome a mal. Este escrito es un pequeño homenaje a mis colegas gimnásticos a los cuales, en el fondo, les tengo mucha admiración.

No pierdan tiempo y apúntense a un gimnasio. Se pasa muy bien y se sale nuevo.

martes, 18 de febrero de 2025

 Reflexiones de Gimnasio 1

“Blood Sweat & Tears” 

    Asisto a un gimnasio de Vigo dos o tres veces a la semana. Una vez que empiezo mis rutinas me pongo a escuchar mis músicas preferidas del día. Hoy me dio por oír la música del segundo LP del grupo “Blood Sweat & Tears” (Columbia 1969) el cual he escuchado más de mil veces, y enseguida conecté con mi juventud, con mis 17 años.

    Hay quien dice por ahí que “…se debe vivir el presente y olvidar el pasado, que pasado está…”, etc. Lo siento. Yo cuando me pongo a escuchar estas músicas me transporto. Recuerdo que este LP, estéreo, lo escuché por primera vez en la Escuela Nacional de Arte (ENA) de La Habana, Cuba, en la cual yo era alumno interno de la escuela de Música. En aquel tiempo estudiábamos en tres o cuatro casas-chalets asignadas a ese fin. En una de ellas (posteriormente demolida para construir el llamado Palacio de las Convenciones de La Habana) estaba la Biblioteca de Música y ella también se impartían materias teóricas de música. Había uno o dos tocadiscos Estéreo.

    Ese LP estaba calientico, casi recién salido en EE.UU. y llegó a nuestros oídos gracias a nuestro colega de estudios Pablo “El Americano” Menéndez, que por entonces compartía internado con nosotros. Él era hijo de la famosa cantautora norteamericana Bárbara Dane y por eso, en aquellos años convulsos (y en Cuba ¿cuándo no han sido convulsos?), el podía viajar anualmente a su país, de vacaciones y a su regreso el compartía sus “tesoros” musicales con todos nosotros sus colegas de estudios. Recuerdo que aquel LP lo escuchamos casi en secreto porque nuestros maestros eran muy academicistas y rechazaban la música popular de todo tipo. Aparte, aquella era LA MÚSICA DEL ENEMIGO “que nos quería neocolonizar culturalmente”.

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Wikipedia:

“…Publicaron su disco más exitoso, Blood, Sweat & Tears (1969), que incluyó verdaderos hits como «Spinning Wheel» o «And when I die», aparte de revisiones como la versión de «God bless the Child», el tema clásico de la cantante de jazz Billie Holiday. En estas grabaciones se plasma de forma clara y novedosa el concepto musical que animó al grupo: Bases potentes, arreglos poderosos para los metales, improvisaciones de corte claramente jazzístico y, por encima, una voz carismática e identificable. BS&T fue una de las bandas que actuó en el mítico Festival de Woodstock. El disco llegó al N.º 1 en álbumes, y obtuvo el Grammy al mejor disco R&B del año, y ello a pesar de lo ambicioso de la propuesta, incluso para los cánones de la época”.

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    Entonces hoy en el gimnasio recordé mi juventud y la tremenda impresión que me causaron las piezas de este LP. Me colonizó. Me gustó completo porque era una perfecta combinación de Clásico, Rock, Jazz y Latin. También por la calidad de sus músicos, especialmente el cantante David Clayton-Thomas. Significó un cambio en mi mapa sonoro casi hasta entonces exclusivamente relacionado con Los Beatles. A partir de ese momento empecé a oír la música de otra forma. Por cierto, escribiendo esto, estoy escuchando por primera vez lo que se supone que fue el tercer LP de la Banda (1970) y me estoy quedando tan impresionado como entonces con el segundo LP.

    En aquel entonces no había MP3 ni nada por el estilo. Tampoco teníamos a nuestro alcance grabadoras ni casetes, etc. Nada. Eso quiere decir que oíamos los discos muchísimas veces hasta reventarlos y nos aprendíamos de memoria todos los arreglos, sus armonías, solos, giros melódicos, cortes. Nos sabíamos al detalle todas nuestras piezas favoritas. Como decíamos en Cuba: las fusilábamos. Era un trabajo casi de equipo. Lo que no escuchaba un colega lo escuchaba otro y después compartíamos “descubrimientos”. Así aprendimos mucho.

    Y hoy, mientras me ejercitaba en la cinta del aparato del gimnasio, me acordé de muchos de mis compañeros que ya no están y también de los que
todavía están. Incluso, a través de la cristalera que tenía delante creo que vi pasar alguno por la calle. Hoy fui feliz.

    Quería compartirlo Uds.

    Fueron mis mejores años en aquella maravillosa escuela.

    Marcos M. Valcárcel Gregorio. Febrero, 2025.

 


viernes, 11 de agosto de 2023

 


50 años y antes que termine el año. (2020)

                      

   De izq. a der: Maestro Guillermo Cortina, Marcos M. Valcárcel, Ramón Cancio,                                           Amalia Marín, Efraín Amador y Alfonso López.





Hace unos meses, mi hermano Jorge, casi de mí misma edad, me recordó que en este año 2020 se cumplirían 50 años de nuestro primer trabajo. Se dice rápido... ¡cuántas cosas!

Empecé a trabajar en noviembre de 1970 en la Escuela Provincial de Arte de Camagüey a donde me enviaron a cumplir mis tres años de Servicio Social con un primer sueldo: 132,15 pesos (la mitad de uno normalito de la época)

Me vinieron a la mente mis primeros compañeros de trabajo: Alfonso López (EPD), Ramón Cancio, Efraín Amador, Amalia Marín, Raimundo Orozco, Jose Villa, Danilo Hernández y Evelio Lecour (estos últimos A. Plásticas). Los profesores Humberto “Nené” Zaldívar: trompeta y director de la Escuela de Música; Nelson Betancourt: trompeta; Nelson Florat: trombón; Rafael Cos: percusión; Alfonso Morán: clarinete; Martínez: clarinete y saxofón; Pedro Luis: trompa; Manuel Wambrú: flauta; Gabino: oboe, Orta: solfeo y el viejo Licea: portero. Además, los trabajadores de la escuela: Juventino el director, Rodolfo: jefe de internado, La China: Cocinera; Mario: Cocinero. No me gustaría olvidar a nadie...

También me acordé de cuando me mandaron a pelar y cortarme la barba porque mis alumnos del internado me imitaban; de cuando me quedé sin zapatos y estuve un mes con unos prestados; de la escasez de cigarros; de mi primera aula con un cacho de batería Trowa y unos timpani coreanos rotatorios de hierro ¡casi hechos a mandarriazos!; mis viajes a Santiago de Cuba en el Il 14 soviético, y ¡cómo no! de mi primer y malogrado gran amor, ¡Conchita! y su tía, etc.

También recordé a muchos de los primeros alumnos ¡que me sufrieron!, algunos de los cuales hoy son grandes músicos.

Pero tengo algunos grandes recuerdos: Mis compañeros y colegas, el entrañable Rafael Cos y Carlos de La Fuente. Este último, junto a su esposa Doris, me acogieron en su casa casi cada domingo.

También de Alfredito, fundador del Lágrimas Negras, del Casino, del estadio de béisbol “Cándido González”, en fin.

Y también quiero acordarme de alguien muy especial para mí: el maestro Jorge Luis Betancourt que me brindó la oportunidad de tocar en su incipiente Orquesta Sinfónica de Camagüey. Recuerdo como la construyó casi desde cero, con pocos recursos, con su sabiduría y tesón.

Una pequeña anécdota para terminar:

Comíamos muy bien, pero vivíamos muy mal, alojados en un sitio con mucha humedad y a punto de derrumbe. Protestamos. Entonces un día, mientras echábamos una siesta en nuestras literas, en paños menores, recibimos una visita sin aviso previo: ¡el mismísimo ministro de Educación Belarmino Castilla acompañado por el “celebérrimo” (para algunos, el mismísimo diablo) Mario Hidalgo!, director de la ENA y autoridades de la escuela. Nos saludaron, miraron todo, se despidieron y en los 2 años que estuve allí, nada cambió. ¡Ja Ja Ja!

Después de 50 años: ¡Gracias por todo, Camagüey!


sábado, 18 de marzo de 2023

 
 
Reflexión apurada sobre un reciente programa de entrevistas en TV.

¿Son los músicos de orquesta un rebaño de ovejas?
Rotundamente no. Algunos músicos, sobre todo los que respetablemente quieren tener vuelo propio, no soportan la disciplina de una orquesta y se sienten como ovejas dentro de un rebaño. A mí particularmente me encantaba tocar en la orquesta y disfruté mucho durante los años en que pude hacerlo. Aprendí muchísimo.
¿Son los músicos de orquestas inferiores a otros?
No. Los músicos de orquesta tocan semanalmente muchas obras tan complejas como los mismísimos conciertos para solistas. Las orquestas tocan desde 30 hasta 50 programas distintos en cada temporada mientras que un concertista se concentra en preparar y tocar cada año tres o cuatro programas distintos conformados con obras de su repertorio. Y en una orquesta sinfónica actual se toca casi todo tipo de música y sus músicos están preparados para asumirlas. En las buenas orquestas hay grandísimos músicos con tan altos niveles interpretativos como los que se dedican a la carrera de concertistas. Desde luego, dentro de estos últimos los hay que parecen seres sobrenaturales.
¿Son los directores de orquesta unos payasos?
No, aunque algunos se comporten así. Los directores son necesarios. Son los entrenadores del equipo y proponen su propia versión de las obras a tocar. Vienen siendo un “médium” entre el compositor y el público. La orquesta es su instrumento. En el programa mencionado en el título de esta reflexión, ponen un fragmento de un video (muy mal traído) de Ricardo Mutti en el cual el maestro sarcásticamente habla de “lo fácil que es dirigir una orquesta”.
Sigo. Hay directores de orquesta que no tienen una depurada técnica de dirección, pero tienen sabiduría y controlan el oficio para sacar los trabajos adelante.
Hay otros directores que poseen buena técnica (hay varias) y ahí se quedan y no convencen ni a los músicos ni al público. Yo particularmente alguna vez toqué con uno que, por razones políticas o diplomáticas, nos dirigió, y no sabía ¡NADA DE NADA! Fue una experiencia vergonzosa para el pobre hombre. Afortunadamente cada vez son menos porque el nivel en general ha subido mucho. Y créanme: los músicos somos bastantes intransigentes con los infelices ignorantes que se paran delante de una orquesta. Recordemos que “La ignorancia es atrevida”.
Y finalmente hay directores, los verdaderos “Maestros”, que tienen una excelente técnica de dirección y además lo saben (LO SABEN) absolutamente todo, “de la pe a pa”, acerca de las obras que dirigen, de la historia, de la orquestación, etc., como también la psicología de una masa de sesenta hasta ochenta músicos con opiniones distintas. Antes que directores fueron grandes músicos y seguramente pasaron por el atril de alguna orquesta. Esos son los verdaderos, con una impresionante personalidad, capaces de desentrañar las más difíciles partituras; esos son los que logran la excelencia, los milagros, en las orquestas más modestas.
Marcos Valcárcel Gregorio. Marzo 17, 2023.
 
 

viernes, 25 de noviembre de 2022

"Los dos Valcarcitos y el ballet Giselle"



 

Corría el año 1966. Yo (Marcos M. Valcárcel) con 14 años y mi hermano (Jorge L. Valcárcel) con 13. Éramos estudiantes de Percusión del conservatorio Amadeo Roldán de La Habana.

Mi padre, Marco A. Valcárcel, timpanista de la Orquesta del Gran Teatro "García Lorca" de La Habana, llegó a casa agitado un sábado por la tarde y nos dijo que nos bañáramos  y vistiéramos para ir a tocar con él esa noche, el Ballet Giselle.

¿Que QUÉ?!…¿Qué teníamos que tocar esa noche ¿el queeÉ?!

Nos contó que el percusionista  que tenía que tocar esa noche junto a él (ni más ni menos que nuestro maestro Domingo Aragú) había sufrido un accidente y no podía tocar. Así que teníamos que ir a sustituirlo porque no había podido conseguir a más nadie.

Nos quedamos con la boca abierta. Era una urgencia de casi última hora. Nunca habíamos tocado profesionalmente y nunca habíamos ensayado ese ballet ni ningún otro. Solo teníamos la experiencia de cuando nos llevaba de niños a ver los ensayos de la orquesta y nos sentaba a su lado en el foso. ¡Y esa noche teníamos que tocar el Bombo y los Platillos! Además el Triángulo y el Campanólogo…Qué emocionante!

Jóvenes al fin y con la única poca práctica de la orquesta de la escuela, nos dispusimos, nerviosos pero decididos, a lanzarnos al precipicio, como si de una hazaña se tratara. Allá fuimos mi hermano y yo, ¡a la batalla! Esa noche nos convertiríamos en héroes ante nuestros compañeros de escuela. Eso creíamos…

Llegamos al teatro un poco antes que el resto de los músicos y nuestro padre, nervioso pero optimista y confiado en sus hijos, nos dio las mínimas instrucciones necesarias en el foso: miren la manos del director, miren la batuta, oigan la música, estén atentos a lo que yo les indique, no tengan miedo que “más vale pecar de valientes que de cobardes”, Uds. son unos Valcárceles! Los demás músicos, aunque nos conocían de niños, nos miraban con caras asustadas y decían: Valcárcel! Ay Dios mío! ¿Los muchachos van a tocar el bombo y los platillos? ¿Sabrán seguir la batuta? Mira que en el ballet hay que estar muy atentos a los cierres…Valcárcel, tú estás loco! Cómo vas a meter a estos niños en esto? ¿Chemón*(el director de la orquesta) lo sabe? Y mi padre: Oye chico!, no hay más nadie, ¿Qué tu quieres que haga? Ya verás cómo ellos lo hacen bien….y allá fue eso!

¿Alguien puede imaginarse cómo fue eso? Pasó lo que tenía que pasar. Nos lanzamos a tocar bombazos y platillazos donde eran y también, como no, donde no eran. De mirar mano nada. Ya bastante teníamos con ver la partitura y oír a mi padre gritándonos: Prepárense,…ahora! …no, ahí no!… esperen! …paren, paren!…con mi mano!…mira pa’cá!…mira pa’llá! …ahora sí…espera, espera! Bueno, hasta creo que tocamos más campanas que las 12 que están escritas en el inicio del 2º acto. No sé si en algún momento tocamos el pobre triángulo.

En fin, no sé cómo llegamos al final de la función. Destrozamos el ballet. Por poco no salimos presos de allí! Los pobres bailarines locos. Nuestro padre y el pobre Chemón (con toda razón) terminaron peleados al final de la función. Recuerdo a Maruja Sánchez (concertino) defendiéndonos por lo amiga que era de mi padre y por defensora de los jóvenes y de las causas perdidas. ¡La gran Maruja!

Pero para mi hermano Jorge y para mí fue una experiencia tremenda que nunca olvidamos. Aquel día, a pesar de todo, fuimos más músicos. Y nuestro padre…feliz y orgulloso!

*El director de la orquesta, Maestro José Ramón Urbay.


jueves, 28 de abril de 2022

El Juego está "perdío"





¡El juego está "perdío"!

Esta frase la puso de moda en la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba el maestro Antonio Linares, trombonista y maestro de maestros.

Todos los que entendemos un poco el juego de Béisbol sabemos que “cuando hay pitcher no hay bateador” Para los menos entendidos, cuando el “pitcher” -el lanzador de las bolas- viene con buen control, es muy difícil batear la pelota por el bateador. Por el contrario, si el “pitcher” no controla los lanzamientos se dice que está “wild”, o sea, salvaje o descontrolado. En el caso de una orquesta el director es el “pitcher”, el que le lanza la bola a los músicos que a su vez tratamos de batearle la bola. ¡Ja Ja Ja!

El caso es que en los años en que yo pertenecí a la OSN se celebraban conciertos semanales, con programas diferentes. Lo más jodido era que muchas veces nos enterábamos de las obras a ensayar el mismo día del primer ensayo. Así que aquello era de… Sálvese Quien Pueda.

También había un director diferente en cada concierto. Y dos o tres veces al mes venían directores de orquesta invitados extranjeros. Los músicos de la orquesta no siempre tocábamos en todos los conciertos. Rotábamos. Todo dependía del desconocido programa de cada semana. Por eso el primer día de ensayo teníamos que asistir todos, por si era necesario completar la plantilla normal.

Entonces en el primer ensayo se producía lo que supongo se produce en muchas orquestas: El director invitado, a medida que va a avanzando el ensayo, evalúa a los músicos y a la orquesta, para él desconocidos. Y a su vez los músicos, los que tocan y los que no, hacen lo mismo con el director. Es una evaluación mutua. Los que hemos pertenecido a una orquesta sabemos descubrir en media hora de ensayo a qué “pitcher” nos enfrentamos y él a su vez, si es un buen director también descubre quiénes son los mejores músicos, los mejores “bateadores”, y qué equipo tiene.

El caso es que en nuestra orquesta, a la media hora del primer ensayo ya nuestro querido maestro Linares daba su veredicto. Si el director era bueno el comentario era que “el pitcher viene por la goma” (en el argot pelotero quiere decir que el pitcher viene con control de sus lanzamientos) pero si el director no mostraba suficiente sapiencia y carácter, no era bueno, entonces decía: …¡Señores!…!El juego está perdío! ¡El “pitcher” está “wild”! Ja Ja Ja!

¡Qué buenos momentos pasamos junto al simpático y carismático maestro de maestros Antonio Linares! ¡Qué el Señor lo tenga en la Gloria!

Marcos Valcárcel Gregorio, Octubre 2014

lunes, 7 de marzo de 2022

 Percusionista moderno

¡Qué lugarcito este Tata!
    Esta frase la pronunció un día el maestro Roberto Sánchez López (Tercer Clarinete y Clarinete Bajo) durante un ensayo de una obra de la llamada “música contemporánea”, “de vanguardia”, “moderna”, “nuevas músicas”, etc.  Por favor, no empecemos a discutir sobre el término.
    Nunca me he olvidado de mis viejos compañeros, profesores y colegas de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba. Los he extrañado mucho a lo largo de mis últimos años en España. Y por eso, a cada rato, recuerdo muchas anécdotas de mis 20 años de estancia en esa prestigiosa institución. Claro…de la que yo recuerdo…de la que yo fui miembro hace ya mucho tiempo.
    Recuerdo a todos los viejos profesores de mi juventud. Muchos fueron nuestros profesores.
    Pero para esta anécdota que quiero contar, me vienen a la mente tres de ellos en especial: Roberto Sánchez López, tercer Clarinete y Clarinete Bajo; Marcos Urbay Serafín, primer Trompetista; y el director de orquesta y destacadísimo compositor Felix Guerrero.
    Cuando yo entré en la OSN en el año 1972 se tocaba mucha “música contemporánea”. Semana sí y semana no, se estrenaba alguna obra de algún compositor cubano o extranjero de moda. Creo que estaba establecido, como política cultural interna, que cada director cubano, titular o invitado, debía tocar o estrenar alguna obra contemporánea de compositores nacionales. Generalmente los directores seleccionaban las que ellos consideraban merecedoras de ser tocadas y quizás, aquel antes mencionado, era el único filtro cuasi obligatorio.
    Pero los viejos maestros de la orquesta eran bastante reacios a ese tipo de “música rara”,”experimental”, que los obligaba a emplear técnicas de ejecución poco ortodoxas y sonidos ‘desagradables’, etc. El rechazo era mayor cuando se desarrollaba alguno de los festivales que anualmente se celebraban en La Habana. En esos festivales era cuando se tocaban más obras. La mitad de ellas bastante buenas o muy buenas y la otra mitad francamente muy malas e insoportables al oído y a toda comprensión y ejecución. Por eso el maestro Marcos Urbay las bautizó (supongo que se refería a los peores experimentos) como…¡MÚSICA DE PEJEPALO! El término se quedó para siempre en el anecdotario de los músicos sinfónicos cubanos. Al menos los de mi generación.
    Entonces, recuerdo que durante un Festival le tocó al viejo maestro Felix Guerrero dirigir un concierto de esos conciertos. A pesar de que era un director muy tradicional, dedicado más a la zarzuela y a la ópera, por algún motivo no le quedó más remedio que aceptar dirigir uno de ‘esos’ conciertos. Y también le tocó dirigir una ‘obrita’ de un compositor cubano bastante extraña y poco agradable. Para hablar en claro UN PEJEPALO de los gordos. Cuando llevábamos media hora ensayando el hastío de los músicos era total, los bostezos continuos y el PEJEPALO ¡insoportable! Entonces el maestro Guerrero, al darse cuenta de la situación dijo: …Señores, perdonen, pero Uds. saben que yo soy director de de 2 x 4 y Do mayor (compás y tonalidad de aparente sencillez musical), así que me perdonan…En ese momento se oyó la sufrida voz del maestro Roberto Sánchez que nunca hablaba:  …¡Ay Dios mío! ¡Qué lugarcito este Tata! 
    ¡Todos morimos de la risa!
Y yo todavía me estoy riendo! Muchas veces, ante la impotencia, en situaciones similares, me acuerdo de la dichosa frase: Ay Dios mío ¡Qué lugarcito este Tata!
    Maestro Sánchez, ¡que el Señor te bendiga dondequiera que estés!
 
Marcos Valcárcel Gregorio. Octubre 2014

viernes, 25 de febrero de 2022

Kiev 1979

KIEV. 1979.
Kiev, bellísima ciudad. Tuve la oportunidad de tocar allí con el Conjunto Instrumental Nuestro Tiempo, cuando todavía Ucrania pertenecía a la antigua URSS, durante una gira que abarcó otras ciudades soviéticas, entre ellas Moscú. En aquel entonces, sin estar al tanto de la política, Kiev, repito, bellísima, me pareció una ciudad completamente occidental. Me sentía identificado.
Estuve solo un par de días y creo que tocamos en el teatro de la Filarmónica. Recuerdo que las autoridades culturales también nos invitaron a la Ópera, a una impresionante representación de “Jovánschina” de Mussorgsky. Como curiosidad, pude comprobar que en los intermedios los relajados músicos de ópera hacían lo mismo que nosotros en Cuba: jugar a las cartas, ajedrez, dominó, tomando el té o el café.
Teníamos entonces una dieta de 12 rublos diarios para “comer”. Pero esa dieta había que dedicarla también a las ‘pacotillas imprescindibles’ para la familia en Cuba. Entonces, para ahorrar, aprovechaba el desayuno abundante incluido con el hotel, después almorzaba caliente y en la noche comía bocadillos en la habitación. La suerte es que en la antigua URSS, la comida era muy barata. Con 5 rublos podían comer dos personas en el restaurante, por ejemplo, del antiguo céntrico hotel Rossiya de Moscú. Y si te ibas a una Estalóvaya (cafetería popular)  podías comer por 1 rublo.
Pero el primer día en Kiev, almorcé (comí) en el propio hotel. Fue la primera vez que probé el famoso y delicioso Borsch ucraniano, entre otras cosas. Y al siguiente día me pasó una cosa curiosa. Me fui a un restaurante cercano al hotel, por cambiar, y allí coincidí almorzar (comer) con un grupo organizado de turistas norteamericanos. En aquella época eran “el enemigo” aunque en mi fuero interno yo no lo sintiera así, pero ya saben de una frase famosa de la época de la guerra fría: ¡Al imperialismo, ni un tantito así!...
Ellos, los yanquis, se sentaron en una mesa larga contigua a la mía y los camareros les pusieron una banderita norteamericana en la mesa. Y aquí viene el detalle, cosas que pasan sin saber uno por qué: cuando me sirvieron mi comida ¡también me pusieron mi banderita cubana! Yo no la había solicitado pero la verdad es que me sentí muy orgulloso de estar sentado al lado del “enemigo” con mi banderita.
Hoy oro por Kiev y sus ciudadanos. 
Marcos M. Valcárcel Gregorio. 25 de febrero 2022.

  

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