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lunes, 8 de septiembre de 2025

Caminando, pensando, reflexionando…

 



Caminando, pensando, reflexionando…


            Una vez tuve el inmenso honor de almorzar junto al gran pianista y jazzista Tete Montoliu y su esposa. Creo que fue en noviembre de 1996 en ocasión de su visita a la escuela en que yo trabajaba en Vigo y cuyo director Felipe Estévez me invitó a compartir.

            Durante la comida yo estuve muy emocionado y muy atento a todo lo que el maestro hablaba; todo interesantísimo. Entonces nuestro director, el anfitrión, le comentó la intención de crear una academia de Jazz asociada a nuestra institución, que llevara el nombre de TETE MONTOLIU. La respuesta del maestro Tete fue, que en su opinión, el Jazz no se enseñaba en academias, sino que se aprendía o no. Yo entonces no entendí su comentario ante la evidencia de la existencia de innumerables escuelas en el mundo dedicadas a la enseñanza del Jazz y otras músicas populares universales. Además, Tete comentó que había estudiado el piano a través de los clásicos. O sea, pensé, la técnica es la de siempre y después vienen las distintas formas de empleo, de decir, a través de la música. Nos contó también, jocosamente, que él aprendió Jazz escuchando su música y practicando la improvisación jazzística en medio de sus estudios académicos caseros, cuando no era observado por su padre.

            Esa noche nos deleitó con un fenomenal y espectacular concierto a piano solo, de más de una hora y media en el ahora Teatro Afundación de Vigo. Es una lástima que no lo hubiésemos podido grabar. Quizás fue uno de sus últimos conciertos. Ya estaba gravemente enfermo y falleció algunos meses más tarde.


            Y pensando… pensando, llegué a la conclusión que lo que quizás el maestro quiso decir aquel día en la comida fue que el jazz “que no se aprende en academias”, se aprehende con “h”, en las vivencias prácticas de la improvisación musical y jazzística.

            Pero yo creo, soy de la opinión, salvando las inmensas distancias con el maestro Tete, que las academias siempre nos ofrecen ese empujoncito, esa experiencia de otros, y nos acortan el camino hacia la búsqueda de la propia verdad. No todos tienen el talento suficiente para apropiarse de los conocimientos autodidacticamente, ni tampoco se trata de que todos sean unos genios musicales, como fue el caso de Tete Montoliu y otros, sino de tener acceso al disfrute de la música, tanto como intérpretes o como diletantes.


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miércoles, 13 de agosto de 2025

Hablando de “Músicas Contemporáneas”.

 

Hablando de “Músicas Contemporáneas”.

            En el marco de uno de los Festivales Internacionales de Música Contemporánea en La Habana en los años 80s, tuve la ocasión de tocar, junto a mi colega Luis Barrera, en una obra de un importante compositor latinoamericano. No recuerdo el nombre de la obra. Era para Soprano solista y dos percusionistas. Trataba de un texto "revolucionario". Y fue una de las obras más estrambóticas en la que he participado en mi vida. Y no lo digo por negación de su calidad artística, que a mi parecer algo merecía, sino por la cantidad de efectos sonoros que tuvimos que producir y experimentar en la ejecución. Para eso se tocan en ese tipo de Festivales.

            La obra comenzaba con un ¡zambombazo estruendoso!, producido por la caída conjunta, desde una altura aproximadamente de 10 metros de altura, de un montón de botellas de cervezas de cristal vacías (aproximadamente el contenido de 10 cajas de 24 botellas), previamente amarradas entre sí y elevadas por encima de las cortinas del escenario mediante una soga. En el escenario se situó un contenedor de los de basura debajo del mazo de botellas, en el cual debían caer todas al unísono produciendo el correspondiente bambinazo. Mi compañero Luis Barrera era el encargado de cortar la soga que sujetaba el “mazacote” de botellas. Al cortar la soga, este caía al contenedor y producía un estruendo tremendo.  Así empezaba la obra.

            La obra duraba unos 15 minutos y mientras la soprano cantaba la obra en un lenguaje musical completamente atonal y arritmático, los percusionistas íbamos acompañando. Yo recuerdo que, entre otros instrumentos de percusión, tuve que producir un sonido dejando caer un chorrito de agua en una pequeña hornilla eléctrica encendida, o sea, ¡shshshshshshshshsh! También, en un momento dado, tuve que producir unos sonidos a partir de mover un bombo pequeño con unas bolas canicas rodando por el parche. ¡Ah! Y en una parte de la obra el compositor necesitó un músico que tocara un violín. ¿Y a quien le tocó esa tarea? A este humilde percusionista. La suerte fue que solo había que tocar las 4 cuerdas al aire, sin ninguna melodía. Pero yo, atrevido y lanzado siempre, hubiera intentado tocar hasta una melodía simple.

            ¡Y es que cuando de músicas contemporáneas se trata no hay nada mejor que los percusionistas! Ellos se prestan a todo.

            El asunto fue que la obra abría la segunda parte del concierto del día. El efecto de las botellas, como es de suponer, nunca se pudo ensayar. Así que para todos los que participábamos había mucha expectación por el impacto que se produciría. Tampoco sabíamos si los cristales de las botellas nos salpicarían; mi colega Luis Barrera me dijo en privado que se apartaría corriendo cuando le dieran la orden de cortar la soga.

            Entonces, estábamos en el intermedio a cortina cerrada. El público, como es habitual, estaba tranquilamente en el vestíbulo del teatro. Cuando los tramoyistas estaban subiendo hacia las bambalinas el montón de botellas amarradas, algo salió mal, la soga cedió y… ¡todo aquello cayó! produciendo una explosión tremenda, escuchada en todo el teatro. O sea, que el susto para todos, por inesperado, incluyendo el público, fue tremendo, dando al traste con el efecto inicial deseado por el compositor. ¡Aquello sonó como una bomba! ¡Peor que la del famoso bombazo de Caruso de 1920, cantando “Aida”, en el mismo teatro!

            Pero al final, tocamos heroica y revolucionariamente la obra, empezando con la bombita de lo que quedó del bulto de botellas.  Y para más decepción tengo que decir que no salimos cargados del teatro, o sea, por la puerta ancha.

            Pero esta vez, sí nos lo pagaron.

 

            Marcos, M. Valcárcel, agosto 2025.

 

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lunes, 11 de agosto de 2025

La Habana, Cuba, año 1986. Gira Nacional de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba.

 


La Habana, Cuba, año 1986.


Gira Nacional de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba.

 

           

Por cortesía de mi amigo, casi hermano, Luis Barrera me recordé de esta anécdota de mi vida musical.

            La Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, de la cual yo era miembro, estaba organizando, configurando, su habitual gira nacional de un mes por todo el país y la dirección de la institución, encabezada en aquel entonces por el maestro Leo Brouwer, se dio a la tarea de confeccionar un par de programas al efecto. Para eso se habló con 3 músicos solistas de la orquesta para proponerles actuar como concertistas con las obras que ellos escogieran. A tal efecto el maestro Leo se reunió conmigo y me preguntó si quería participar en el proyecto. De inmediato dije que sí, ya que para mí constituía un honor. También el maestro me explicó que la obra que yo escogiera debía ser asequible para el tipo de público popular con el cual nos íbamos a encontrar en las distintos escenarios y provincias en las que actuaríamos. Le pedí unos días para pensar qué obra podría tocar ya que en aquellos tiempos teníamos en Cuba poco repertorio disponible para Percusión y Orquesta. Así que me fui a casa a pensar.

            Y pensando y pensando…, a mí se me ocurrió la “tremendísima idea”, la “genial idea” de tocar, nada más y nada menos, (valiente yo) que el Tercer Movimiento del flamante Concierto para Violín de Tchaikovsky, adaptado por mí, para ser tocado con una xilomarimba de la orquesta. Es que de siempre he sido un amante del violín.

             Días después, cuando se lo propuse al maestro Leo Brouwer, me miró con cara de dudas y asombro. Me dijo:

            –Me parece genial, sería perfecto para nuestros propósitos, pero… ¿TÚ ESTÁS SEGURO QUE PUEDES LOGRARLO? Mira que solo tienes 3 meses para prepararlo…     Ese fue el momento en que “me cagué”. Pensé en el lío en que me había metido yo solito, y más, que iba a ser dirigido por el maestro Manuel Duchesne Cuzán, al cual yo le tenía pánico por lo severo y estricto que era profesionalmente hablando. Pero tenía yo 34 años y toda la fuerza, los nervios y el atrevimiento de la juventud.

            –Sí maestro. Lo voy a intentar con todas mis fuerzas.

            Yo NO tenía un instrumento propio, así que a partir de aquel día me fui al local de ensayo (la Sinagoga) casi diariamente, a estudiar el susodicho movimiento del Concierto. Mientras más estudiaba, más me daba cuenta en el lío en que me había metido. Hubo días que pensaba que no podía, que no salía, pero mis propios compañeros violinistas de la orquesta me daban muchos ánimos y hasta le gustaban los resultados que oían.

            Y después casi 3 meses, llegó el primer día de ensayo con la orquesta y el maestro Duchesne. Yo fui lo mejor preparado que pude; hasta me sabía las entradas de los números de ensayo de memoria previendo las paradas habituales de un ensayo. Para mi suerte, todo transcurrió muy bien, casi sin percances y el maestro fue muy halagador con mi trabajo. ESO PARA MÍ FUE MUY IMPORTANTE.

            Y llegó el primer concierto, la prueba de fuego ante el público capitalino. Todo salió bien y yo quedé muy contento. Los programas que tocaríamos en la gira se completaban con otras obras “resultonas” del repertorio orquestal sin menoscabo de la calidad que el público popular merecía. En otros programas también actuaron mis compañeros Andrés Escalona (EPD), tocando un movimiento del Concierto para contrabajo de Sergei Koussevitzky y Francisco” Paquito” Santiago (EPD), tocando un movimiento de uno de los conciertos para Trompa de R. Strauss.

            Y empezó la Gira Nacional. Creo que toqué la obra unas 8 veces. Cuatro veces dirigido por el maestro Duchesne y las restantes dirigido por la maestra Zenaida Castro Romeu, que fue como directora invitada. Fue una experiencia tremenda. No tocaba todos los días, pero los días en que tocaba me iba 2 horas antes al teatro, junto con los utileros, para poder estudiar y repasar la música.

            Recuerdo especialmente un día en que tocamos en un … ¿teatro? … ¿o un cine? ...de un pueblo pequeño, cuyo escenario era muy alargado de costados y estrecho de fondo. Por lo tanto, la orquesta se explayó y la Xilomarimba me quedaba muy pegada al público. Cuando salí a escena tenía 5 o 6 cabecitas de niños justo delante del teclado del instrumento, casi rozándolo.  Pero se portaron muy bien.

            En fin, fue una experiencia inolvidable. Es una lástima que solo conserve esa malísima foto y que no haya podido grabar nada. Corrían esos tiempos…

 

Marcos M. Valcárcel Gregorio. Agosto, 2025.

 

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Estrené en Cuba el Concierto para Percusión y Orquesta del compositor catalán Xavier Benguerel

 


La Habana, Octubre de 1984.
Toqué y estrené en Cuba el Concierto para Percusión y Orquesta del compositor catalán Xavier Benguerel, en el marco del Primer Festival Internacional de Música Contemporánea de La Habana.

            Esta pobre foto es el único recuerdo que conservo del día en que estrené el Concierto para Percusión y Orquesta del compositor catalán Xavier Benguerel, por encargo y dirigido por el maestro Manuel Duchesne Cuzán, junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba en el marco del Primer Festival Internacional de Música Contemporánea de La Habana, 1984.
            Creo recordar que fue la primera obra interpretada en el programa inaugural. Ese día, además, debuté como concertista solista con acompañamiento de orquesta.
            Tres meses antes el maestro Duchesne Cuzán (director principal de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba), me había dado la responsabilidad de este estreno en Cuba, bajo su batuta, y me entregó la partitura de percusión y un vinilo con la grabación creo que interpretado por Siegfried Fink. Fue toda la información que recibí.
            Todavía me preguntó por qué se me concedió ese “honor”. No era mi especialidad. Yo me consideraba más un músico de orquesta, un timpanista y no un percusionista concertista. Pero no podía decir que no porque como dije antes, se iba a estrenar en Cuba en el marco del Primer Festival Internacional de Música Contemporánea en Cuba. Supongo que sería porque yo pertenecía al Conjunto Instrumental Nuestro Tiempo dedicado a las “músicas de vanguardia” y dirigido por aquel entonces por el maestro Duchesne Cuzán.
            Bueno, para no hacer largo este escrito. Era una época en que los compositores a nivel mundial empezaban a experimentar con todo tipo de artefactos nuevos como eran, por ejemplo, las botellas colgadas y las torres de platillos que apenas se ven en la foto y cosas por el estilo, etc. En la Cuba de la época (creo que ahora menos) no teníamos tampoco las mejores condiciones materiales ni instrumentales para ese tipo de trabajos musicales. Había que inventarse los artefactos (no existía Thomann, Tam Tam ni Temu). En total, un set de 22 instrumentos. Y la música que se hacía era lo que se llamaba “la vanguardia” con todo tipo de experimentos sonoros muy poco habituales y de “esos que no se enseñaban en las escuelas”. Y al tratarse de PERCUSIÓN y PERCUSIONISTAS, los compositores se volvían locos. ¡Qué me perdonen todos esos colegas que hoy en día se dedican a esas labores! Sé que es un trabajo que estamos obligados a hacer los músicos y es muy importante para el desarrollo de la música.
            Pero aquel concierto, que estudié con respeto, con profesionalidad y con esmero, NADIE ME LO EXPLICÓ, NUNCA LO ENTENDÍ, NUNCA ME GUSTÓ y NO ME SIRVIÓ DE NADA, NI COMO EXPERIENCIA. Que me perdone el maestro Benguerel (EPD). Y miren que en aquella época toqué todo lo que pasó por Cuba y todo que se escribió en Cuba, algunas cosas muy buenas y muchas otras no tanto. Y entonces ¿POR QUÉ LO HICISTE?, se preguntarán algunos. Pues porque era una oportunidad que se me ofrecía y pensaba que profesionalmente me convenía hacerlo. Por suerte salió bastante decente al parecer. Al Festival asistió una pequeña delegación de 2 ó 3 compositores catalanes entre los que se encontraba el maestro Joan Guinjoan el cual me felicitó. El maestro Benguerel, para mi suerte, no estuvo.
            En otro escrito contaré otra anécdota relacionada con “músicas de vanguardia”.
            Para terminar. Estudié el concierto durante 3 meses, en la Sinagoga de la calle 17 y E (local en que ensayaba la Sinfónica Nacional) con un calor cubano “de peliculón”. La partitura quedó desfigurada de tantas marcas que le hice. Seguramente bajé algunas libras.     Lo toqué solo una vez en mi vida, sin penas ni glorias, y no me pagaron ni un centavo adicional a mi sueldo de la orquesta. Era un honor concedido.
            Así eran las cosas…
Marcos M. Valcárcel Gregorio, agosto 2025.

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LA PRIMERA VEZ QUE ASISTÍ A UN CONCIERTO Y VI A UN PERCUSIONISTA. MIAMI, 1961.

 


LA PRIMERA VEZ QUE ASISTÍ A UN CONCIERTO Y VI A UN PERCUSIONISTA.
MIAMI, 1961.


            La primera vez que fui a un concierto fue de niño, viviendo en Miami. Tenía yo casi 9 años y en la escuela primaria en que estudiaba nos ofrecieron la actuación de un percusionista en el teatro del propio centro escolar.
            Lo que recuerdo es que el señor, que iba vestido elegante, con tirantes y pajarita, habló primero un poco de los distintos instrumentos de Percusión que estaban en el escenario, de las baquetas y del tambor (militar), el cual posteriormente se lo colgó de su cuerpo e hizo una demostración de cómo se hacía un redoble abierto, del tipo “ma ma - da da”, con agarre tradicional, (los percusionistas me entienden) o sea, tocando 2 golpes empezando con la derecha seguidos de 2 golpes con la izquierda y así sucesivamente, DD II DD II DD II DD II, etc. acelerando desde muy despacio y poco a poco cogiendo mucha velocidad con las baquetas. A mí me impresionó mucho su habilidad ya que a mis ojos de niño (creo que de todos los niños) era casi un truco de prestidigitador de circo. A los niños nos animó a seguirlo diciendo “ma ma – da da” con la boca, etc. ¡Imagínense el alboroto que se armó entre los niños cuando el golpeteo cogió la velocidad endiablada de un redoble! También me llamaron la atención los diversos “cacharros” percusivos.
            A continuación, se puso detrás de un grupo de instrumentos de percusión previamente preparados y tocó una o dos obras acompañado de un pianista. Años después, de mayor, mis recuerdos me llevan a asociarlas con con “The Worried Drummer” (en alemán “Der Pauker In Angsten”) de Adolph Schreiner, que mi padre me hizo oír por primera vez en un LP de Saul Goodman, el timpanista de la Filarmónica de Nueva York, "Mallets, Melody & Mayhem”, (https://www.youtube.com/watch?v=e6e43Kmqiiw)  y a continuación algo parecido al “Concierto de Percusión” (versión con Piano) de Darius Milhaud. No lo sé exactamente. De cualquier manera, me gustó mucho la actuación.
            Pero, sinceramente, para mí, en aquellos momentos, no me sirvió de inspiración porque no pasaba por mi cabeza que la vida me llevaría a estudiar Percusión ni dedicarme a la música y, además, que llegaría a tocar varios conciertos como solista delante de una orquesta. Mi padre, que años después nos metería en esta maravilla que es la música, en aquel momento en Miami se buscaba la vida como pintor rotulista, pintando vallas de publicidad o cuanta cosa apareciera, y tampoco tenía claro a qué se iban a dedicar sus hijos de mayores.
            ¿Y a qué viene este escrito entonces? Es que fue el primer concierto al que asistí en mi vida y eso no lo olvidé nunca. Y creo que los otros niños tampoco.
            ¡Qué casualidad que fue de Percusión!

martes, 22 de abril de 2025

DE FÚTBOL.





DE FÚTBOL.
De entre todas las cosas que me gustan hacer en mi vida de jubilado activo: leer, ver películas y documentales, pasear, escuchar música, enseñar, ir al gimnasio, quedar con amigos, cocinar, comer, beber, estudiar Literatura, Ajedrez, Música (sigo estudiando), etc., también está ver, solito, el fútbol en la TV de mi casa. Y en esto del fútbol me gusta disfrutar del arte de los grandes jugadores, sus maravillosas jugadas, las combinaciones más espectaculares, las estrategias y tácticas que emplean los entrenadores. Sigo a mis equipos favoritos y también me maravillo por el oficio conque juegan y se defienden los equipos con menos recursos.
Y cómo no, involuntariamente me convierto en entrenador virtual, haciéndome a la idea de que, después de años de ver fútbol lo conozco todo sobre él y además, que sé por qué sí y por qué no, si los jugadores, entrenadores y equipos juegan bien o mal, intercambiando soluciones imaginarias con mi hijo a través del WhatsApp sobre qué haría yo como entrenador en tales o mas cuales circunstancias. Y lo mejor de todo es que yo, el engreído sabelotodo, jamás en mi vida he tenido un balón entre mis pies…
¿O sí?...
Pues sí. Hoy al despertar, todavía en cama, me acordé de la única vez en mi vida de casi 73 años, que jugué al fútbol.
Fue en el internado de la ENA (Escuela Nacional de Arte de Las Habana), cuando apenas tenía 13 o 14 años. Resulta ser que a Luís, el legendario viejo conserje, al cual todos los coleguitas de estudio de entonces aún hoy seguimos recordando con mucho cariño, se le ocurrió hacer un equipo de fútbol de niños y planificó un primer partido nada más y nada menos que contra un equipo infantil de un orfanato cercano, debidamente organizado y entrenado. Mi hermano Jorge y yo, los Valcarcitos, nos apuntamos y como éramos gorditos y lentos, nuestro querido Luís nos puso en la defensa. Quiero decirles que en nuestra vida nunca habíamos jugado al fútbol y solo malamente al béisbol. O sea, no teníamos la más mínima idea de qué hacer; solo sabíamos que no debíamos permitir que la pelota entrara en nuestra portería.
Pues bien, el partido, creo recordar, solo se desarrolló en un tiempo. ¡Aquellos niños, más pequeños que nosotros, nos dieron una soberana paliza de 21 – 0! La pelota, creo (y estoy seguro), que no la tocamos ni una sola vez. Los defensores, los Valcarcitos, fueron un coladero. ¡Y nos hubieran podido meter 40 goles, que no nos hubiésemos enterado!
¡Para que ahora yo, sabihondo futbolero, esté calentándome la cabeza y opinando de lo que hay que hacer o no en mi equipo de fútbol favorito! Y eso, sin que me paguen nada.
Saludos, Marcos.

sábado, 15 de marzo de 2025

Reflexiones de Gimnasio 4

  

Reflexiones de Gimnasio 4

Menos mal que tengo a Mozart




“Si no existiera Dios, habría que inventarlo” Voltaire. Escritor, historiador y filósofo francés de la Ilustración.

            “Lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en Dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en todo”. Gilbert Keith Chesterton. Escritor y filósofo británico.

 

            Hoy he empezado mi entrenamiento abrumado por problemas personales que no consigo resolver. Nada graves, pero me martillan la cabeza, el alma y el corazón. Y para consolarme, me dio por encomendarme al Universo, pensar en mi espiritualidad y escuchar a Mozart. Me encanta tener espiritualidad y no me gusta la gente demasiado objetiva y material. Me acordé de mi padre cuando, ante un conflicto personal me aconsejó: Haz lo que te dicte tu corazón. Y al final de su vida, le pregunté, con mucho tacto, que, a su edad, cómo asumía la proximidad del fin, y me contestó que el rezar le consolaba mucho. Nunca se me ha olvidado.

No he sido creyente ni practicante de ninguna religión. Mi madre no lo era; mi padre sí, pero por etapas. Aunque ellos se casaron por la iglesia (era la costumbre), en mi casa, de niño, que yo recuerde, no se hablaba de Dios, ni había cuadros de deidades colgados en la pared, ni nada por el estilo. Pero mis hermanos y yo fuimos bautizados, aunque nunca llegamos a hacer la comunión, a pesar de que yo preguntaba por qué otros niños de mi entorno sí lo hacían. Nunca tuve una respuesta clara. Pero sí le temía un poquito a Papá Dios, el cual era utilizado por los padres de entonces para contenernos en nuestras malacrianzas.

Como ya he contado en otras reflexiones, a la edad de 9 y 10 años, mi hermano Jorge y yo, después de vivir dos años y medio en Miami, regresamos a Cuba y fuimos a estudiar música en la Escuela Nacional de Arte de La Habana (ENA), en régimen de internado. Vivíamos en un chalet-albergue junto a otros veintitantos niños de nuestra edad, de disímiles procedencias nacionales y condiciones sociales. Y ya ahí, en los primeros días, en nuestros juegos y conversaciones infantiles, mis compañeritos ya nos dejaron bien clarito que ni Dios ni los Reyes magos existían. La verdad es que fue un poco triste descubrirlo.

En los fines de semana íbamos a casa de pase y yo muchas veces me quedaba alguna noche en casa de mi madrina, mi abuela por parte de padre, Caridad. Ella sí era muy creyente. Tenía devoción por San Lázaro y por El Santo Cristo de Limpias. Recuerdo haberla acompañado alguna vez a distintas iglesias y mientras ella en sus rezos se arrodillaba, yo, ya convencido de la inexistencia de Dios, me quedaba sentado en el banco muy tranquilito y respetuoso. Ella por las noches, antes de acostarse, se arrodillaba delante del sofá-cama en que dormíamos y rezaba un rato. Yo le preguntaba que para qué rezaba si Dios no existía, a lo que ella me contestaba:

–Tú duérmete tranquilito que yo ya rezo por ti también.

Y yo me quedaba dormido, porque en esos asuntos ella se demoraba.

Ahora les hablo un poco de mi padre. Él fue criado en la Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana, atendida principalmente por las Hijas de la Caridad de Cuba. En su juventud perteneció a una organización de Jóvenes Católicos. Pero al triunfo de la Revolución cubana en 1959, se “integró” completamente en el entonces pujante e ilusionante proceso social que más pronto que tarde proclamó el comunismo como fin supremo. Entonces colgó un cuadro de Fidel en la pared del salón de casa y Dios quedó apartado durante algún tiempo de su cabeza.

Yo, ya joven y revolucionario (como no podía ser de otra forma por mi educación familiar y estudiantil), en mi juventud tardía, fui admitido, muy a mi pesar, en la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba (UJC).  No es que yo no creyera en sus ideales, pero a mi nunca me gustó verme sometido a una disciplina de partido ni organización. Pero en Cuba, para conseguir prosperar, había que intentar integrarse, “estar dentro del pastel”. De ahí que no me pude negar.

Entonces, estando en esas, apareció mi primera novia formal. La visitaba en su casa, y si salía con ella, siempre iba acompañado de su mamá. Hasta ahí todo bien. Pero esta chica y su mamá, que vivían solas, eran muy católicas y visitaban cada sábado, yo con ellas, un convento de monjas en la calle San Lázaro. Parece que Dios (sea lo que sea) me empezaba a rondar mi vida. Eso era incompatible con mi condición de Joven Comunista y temí que esa relación me trajera problemas. Eso, unido a que no estaba realmente enamorado, terminó con esa relación. Lo siento mucho, pero realmente fue así.

Después le eché el ojo a otra muchacha que estudiaba conmigo en el Bachillerato nocturno. Me acuerdo de su nombre y de su cara, a pesar de los años. Era extremadamente inteligente y su persona me cautivó. Era la mejor en la asignatura Filosofía marxista. Estrechando mis lazos seductores, la invité a un concierto de la Sinfónica Nacional de la cual ya yo era músico. Al terminar el concierto la quise acompañar a su casa y me dijo muy cuidadosamente que otro día. Día a día le seguí insistiendo hasta que por fin me invitó a su casa en un reparto muy lejos del mío. Hasta allá fui. ¿Y cual fue mi sorpresa? Vivía en una casa perteneciente a una congregación de monjas y con ella vivían otras tres, canadienses. O sea, religiosa o una especie de novicia y, por lo tanto, pensé yo, incompatible con mi “condición”. Tengo que decir que tampoco Cupido nos había apuntado bien. Descubrí que también había otro tipo de jóvenes en Cuba. Pero mi vida siguió su camino.

Mi próximo encuentro con mi espiritualidad fue en Leipzig, Alemania. Estaba allí formando parte del grupo musical “Nuestro Tiempo” con el cual tuve la oportunidad de tocar en la sala de la Gewandhaus. Como parte de nuestra estancia en esa ciudad -cómo no- fuimos a visitar la iglesia de Santo Tomás en donde está la estatua y la tumba de Juan S. Bach. En el momento que estábamos dentro, encendiendo algunas velas, comenzó a sonar el órgano de la iglesia. Yo nunca había oído esos sonidos en mi vida. Lo primero que me vino a la mente fue Dios. Claro, ya sé que las iglesias están hechas para conseguir esos fines. A mi me cautivó.

Siendo yo un estudioso de los ritmos, instrumentos y cultura afrocubanos, un día hablé con mi padre para que me consiguiera con sus amigos del barrio de Guanabacoa una invitación a un Plante Abakuá, ceremonia esta en donde se bautizan a los adeptos a esa Sociedad Religiosa masculina. Yo solo quería ver sus cantos, bailes y toques de tambores. Y lo consiguió, y mis hermanos y yo pudimos ver parte de la ceremonia. Me llamó la atención la cantidad de personas asistentes a pesar de la latente coacción política en contra de los religiosos.

Tengo muchísimas anécdotas al respecto, pero no quiero aburrirlos.

Ya viviendo en España, vino mi padre, ya viejito, a vivir con nosotros. Y aquí, de nuevo, empezó a ir a la iglesia; específicamente al templo de los Jesuitas en Vigo. Allí se hizo amigo del párroco y hasta lo visitaba en su casa. Y él, de buena fe, le prometió al cura que iba a hacer todo lo posible por devolver a sus hijos a la iglesia. Cuando me lo contó yo le respondí, casi enfadado, que no sabía por qué prometía esas cosas, que yo no creía en iglesias y mucho menos en ningún cura. Y él, el pobre, avergonzado, bajó su cabeza muy frustrado.

Y para los fines de este escrito, tengo que contarles algo más. En una ocasión contraje la enfermedad de la Legionella, lo que me provocó una neumonía severa, por la cual estuve muy grave, con peligro de muerte. Tuvieron que someterme a respiración asistida y estuve 12 días en coma inducido. El día que me sacaron del coma, mi hijo me explicó lo que me había pasado y lo grave que había estado. Entonces tuve conciencia de lo mal que seguía estando y a la noche, incómodamente entubado, en mi soledad…miré al cielo. Específicamente pensé en la patrona de Cuba y de los cubanos, la Virgencita de la Caridad del Cobre. Le prometí que si me libraba de esa enfermedad le dedicaría una Misa musical. Ya sé que muchos de mis amigos ateos y progres se sentirán frustrados conmigo, pero así fue.

Finalmente estoy a punto de cumplir la promesa. No he podido escribir una Misa musical; es algo que está fuera de mi alcance por el momento, pero sí he compuesto una pequeña Ofrenda que en lo fundamental está terminada y ahora está en proceso de perfeccionamiento y terminación. Creo que me está quedando muy bonita.

Si al final creo en “algo”, soy muy mal creyente, pero tengo que confesarles que cuando me abruman mis pesares, cuando mi alma se siente sola, miro al cielo, al universo, a la Virgencita, y escucho a Mozart que es algo parecido a Dios. Y eso, aunque no se rezar, al igual que a mi padre, me da mucho consuelo.

 

 

martes, 11 de marzo de 2025

 

 

Reflexiones de Gimnasio 3

Mis primeros recuerdos musicales.

 

En estos días, mientras entreno en el gimnasio, he estado escuchando distintas versiones de las Sinfonías de Beethoven. Tengo en mi móvil versiones de George Solti con la Sinfónica de Chicago, las de John E. Gardiner con la Orchestre Révolutionnaire Et Romantique y finalmente las versiones de Arturo Toscanini con la Orquesta de la NBC. Como músico profesional amante de la Orquestación, la Composición y la Dirección Orquestal disfruto y analizo muchísimo, oyendo y comparando las distintas interpretaciones que han hecho los grandes maestros de la batuta de las obras de los grandes compositores.

Y claro, siempre me viene a mi mente el recuerdo de mi padre, que fue quién nos introdujo a mis hermanos y a mi en este mundo de la música. Él, en un viaje de estudios que hizo a New York en el año 1957 (tenía yo 5 años) de regreso a La Habana se trajo varios LP  (Vinilos) y recuerdo 4 de estos en concreto:

·  Debussy “La Mer”, dirigido por Ernest Ansermet, que también incluía otras obras del mismo autor.

·   Concierto para Violín de Beethoven con Isaac Stern - Bernstein y La Filarmónica de New York.

·   El Concierto Nº 5 para piano “Emperador”, de Beethoven, con Casadesus al piano.

·   La colección de las 9 Sinfonías de Beethoven por Arturo Toscanini con la NBC.


 





Mi padre escuchaba esos discos en casa casi diariamente, y con mucho entusiasmo se ponía a silbar sus melodías, y subliminalmente, a nosotros, los dos niños (mis otros hermanos no habían nacido), nos iban entrando esas melodías en las entrañas de nuestro cerebro, mientras jugábamos a los camioncitos, tirados por el suelo de la casa.

¿Quién nos iba a decir que con los años esas melodías nos iban a emocionar tanto e íbamos a tener la oportunidad, como músicos de orquesta, de tocarlas y disfrutarlas muchísimas veces con distintos directores e intérpretes?

¿Y quién me iba a decir a mi que, 60 y pico de años después, yo iba a estar en un gimnasio de Vigo escuchando y disfrutando mucho más de todas esas obras e interpretaciones por enésima vez? Y con cada escucha, claro…el recuerdo de mi padre.









martes, 25 de febrero de 2025

 
Un recuerdo para El Combo de Guanabacoa.
 
La Habana. Año 1967.
 
A mi padre Marco A. Valcárcel Domínguez, siendo director del conservatorio “Guillermo Tomás” de Guanabacoa, La Habana, se le ocurrió crear un Combo de Música Popular formado por jóvenes alumnos al cual nombró Combo de Guanabacoa. Yo tuve la suerte de formar parte de ese Combo, aunque no era alumno del nombrado conservatorio. En aquel año mi hermano Jorge y sobre todo yo, le habíamos pedido a nuestros padres que nos dieran un respiro del internado (la Escuela Nacional de Arte, ENA) y complaciéndonos nos matricularon en el conservatorio “Amadeo Roldán”, en régimen externo, pero prácticamente con la misma calidad de profesores que en la ENA. De ahí que yo “hijo de gato” formé parte del Combo como pianista. Aunque yo estudiaba Percusión, me defendía suficientemente en el piano gracias a las clases que había recibido en la ENA.

De izq. a der: William Sánchez, Román, Marcos M. Valcárcel Gregorio, Pedro Núñez, Jorge Reyes, Frank Bejerano, Francisco Peñalver y mi papá Marco A. Valcárcel.

Aquel Combo lo formaron alumnos que años más tarde se convertirían en su mayoría en grandes músicos y profesores.
Veamos la lista, por orden alfabético:
Ana Gloria Pérez (Pegui) – Cantante.
Delfina Acay – Cantante.
Francisco Peñalver - Saxo alto.
Frank Bejerano – Batería.
Jorge Rubio – Trompeta.
Jorgito Reyes - Bajo eléctrico.
Lazarita. Cantante.
Marcos M. Valcárcel – Piano.
Paquito Tomás – Trompeta.
Pedro Núñez “Buenoqué” - Cantante.
Raúl Huerta – Organeta y cantante.
Román – Guitarra y cantante.
William Sánchez - Guitarra prima.
 
            En esa época no teníamos organeta ni piano eléctrico. Había que tocar en pianos acústicos. El problema es que ensayábamos en los pianos del conservatorio afinados y después, en las actuaciones generalmente los pianos que nos ponían estaban desafinados, ¡medio tono o un tono bajo! O sea, que el pianista -este menda- tenía que tocar transportando ya que era más fácil que tener que adaptar y desafinar todos los demás instrumentos. Gracias a eso adquirí cierta habilidad para transportar a otras tonalidades. De todo se aprende.
 
El repertorio que tocábamos estaba formado por canciones de Los Beatles (
A Hard Day’s Night, And I Love Her, Any Time At All), Los Brincos (Un Sorbito de Champagne), Los Fórmula V (Cuéntame, Eva María se Fue), Juan y Junior (Anduriña), La Orquesta Cubana de Música Moderna (Pastilla de Menta, El Manisero y Guantanamera), y piezas por el estilo. Música cubana, poca, la verdad. Y mi padre incluyó un par de caprichos suyos: Abril en Portugal, en tiempo de Fox Trox y la sambita Eu Vou Pra Maracangalha de Dorival Caimmi; esta última nos la montó un músico cubano, César Sánchez, que había actuado por Sudamérica. Sinceramente, estas dos últimas a nosotros no nos gustaban. Pero en donde quiera que las tocábamos ¡tenían un éxito tremendo!


        De pie: William Sánchez, Marcos M. Valcárcel Gregorio, Román.                 Sentados: El primero, no me acuerdo, Frank Bejerano y Raúl Huerta.
 
Tocábamos fundamentalmente en centros de trabajo, centros estudiantiles, teatros y alguna vez nos invitaron a la TV, pero… no llegamos actuar, porque la directora de aquel programa dijo que con melenas (en realidad eran melenitas) no podíamos salir en la TV, que teníamos que pelarnos. Y mi padre le contestó que NO y dirigiéndose a nosotros nos dijo:
–¡Recojan y vámonos! –. Y, con disgusto, nos fuimos.
 
Siempre nos movíamos en una furgoneta pequeña descapotable que por aquellos años en Cuba se llamaban “polaquitas”. Instrumentos y músicos-estudiantes íbamos detrás al aire libre y los jefes delante, bajo techo. Aquellas eran unas aventuras juveniles formidables.
 
Un día fuimos a actuar en un Círculo Social perteneciente a un centro laboral. Los asistentes empezaron su fiesta a base cervezas, rones, etc. Al final de la fiesta, durante nuestra actuación, comenzó una bronca descomunal a botellazos, pedradas, sillas, palos, etc. Y mi padre nos dio el grito de guerra:
–¡Recojan todo y a la polaquita!
Pero la bronca se trasladó a las afueras del local y los contendientes empezaron a combatir con cuantos utensilios se encontraban, ¡incluyendo nuestros instrumentos! Platillos, atriles, estuches, etc. Y mi padre se empezó a fajar también. Un tipo lo amenazó con un atril de platillo nuestro y mi padre cogió un ladrillo para defenderse. Después de recuperar todo lo que pudimos, tuvimos que frenar a mi padre entre cuatro y casi cargarlo para la polaquita que ya arrancaba. En eso sonó un tiro de un guardia que disparo al aire, pero ya nuestro vehículo y nosotros habíamos doblado la esquina a toda velocidad. ¡Ja Ja Ja!

 
En otra ocasión fuimos a actuar a Nueva Gerona, la capital de la Isla de la Juventud, al sur de Cuba, supuestamente invitados por el gobierno municipal. Fuimos en avión y llegamos al aeropuerto. Pero allí no había nadie esperándonos y el gobierno local nos dijo que no sabían nada de nada y se desentendió de nosotros. Así, nos quedamos tirados en una calle de la pequeña ciudad, mientras que nuestros responsables, mi padre y Juan, el administrador del conservatorio se ocupaban de resolver el problema. Ya a la noche, después de algunas horas y gestiones, nos mandaron a albergarnos en… ¡un reformatorio para delincuentes menores!, cerca de la playa Bibijagua. Allí nos llevaron. Los pelos se nos pusieron de punta. Aquellos “menores” estaban MUY FEOS, pelados al rape y llenos de cicatrices por todos lados, producto de broncas a machetazos, cuchilladas, etc. Parecían verdaderos asesinos. Nos cagamos. Pero allí nos metieron en unas habitaciones, similares a las que ellos usaban, con unas literas que tenían bastidores hechos con telas de sacos de azúcar. O sea, casi nos sentimos como unos delincuentes más.
 
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Haciendo un aparte de este relato, años después, formando parte de un grupo folclórico gallego, asistí a un festival de folk en la Bretaña francesa y nos hospedaron en una escuela que tenía las mismas literas de madera con casi los mismos bastidores. Mi habitación parecía un zulo.
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Pero para sorpresa de nosotros, todo nos fue muy bien y aquellos jóvenes “delincuentes” se portaron maravillosamente con nosotros y se mostraron muy agradecidos de tenernos allí y que además tocáramos para ellos. Por las mañanas nos íbamos a la playa cercana y los 3 ó 4 días que allí estuvimos comimos muy bien. Por supuesto en esos días, también nos organizaron actuaciones en la calle y en un teatro. Una experiencia increíble. Todo se arreglo gracias al optimista de mi padre que se metía por el ojo de una aguja.
 
Tuvimos muchas más experiencias y habría muchas más anécdotas de este Combo: Un toro que nos embistió en campo abierto y tuvimos que refugiarnos en una pequeña caseta dejando sin querer al viejo Juan, el administrador, fuera. ¡Del susto se acordó de todas nuestras madres! Por suerte, salió ileso.
 
Lo cierto es que aquel Combo, aquella experiencia, que duró aproximadamente un par de años, nos sirvió muchísimo a todos aquellos jóvenes como práctica musical y escénica. Aprendimos a tocar un poco de todo lo que NO nos enseñaban en las academias y conocimos por primera vez la “vida de músico”. Aprendí más de Armonía musical que en las clases del conservatorio. Muchos años más tarde apliqué esas experiencias en mis clases de Armonía, combinando lo académico -claro que sí- con lo popular, lo cual muchos alumnos me lo agradecieron.
 
                         ¡Ay Juventud, Juventud!
 
 
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sábado, 22 de febrero de 2025

Reflexiones de gimnasio 2 Observando a mis colegas.

 












Reflexiones de gimnasio 2

Observando a mis colegas.

Desde el primer día que asistí al gimnasio me puse a observar a todos mis compañeros y compañeras de rutinas y sus comportamientos. A mi gimnasio asisten personas de todas las edades y condiciones. Los supongo trabajadores, funcionarios, médicos, abogados, dueños de negocios, jubilados y estudiantes, los cuales disfrutan de diferentes tipos de aparatos y artilugios aconsejados según experiencias y edades.

Les cuento un poco. El primer día que entré en las taquillas di los buenos días y nadie me contestó; por el contrario, algunos me miraron con cara de “este bicho de donde salió”. Cada cual estaba a lo suyo. Los más jóvenes, con caras de expertos, llenos de energías; mientras que los más viejos con su calma, sus dolores y sus pensamientos encima.  Alguno de todos, más exhibicionista que otros.

Ya, entrando en funciones vi distintos comportamientos. Normalmente casi nadie habla con nadie y lo entiendo, porque al menos yo, voy a lo que voy y tampoco hablo con nadie.  

Lo que más me llamó poderosamente la atención es que muchos no pueden separarse del móvil ni haciendo ejercicios. Algunos de ellos se ponen la ropa deportiva, entran a la sala y se sientan cómodamente a mirar el móvil y de vez en cuando, se acuerdan que fueron a entrenarse.  Otros hacen sus rutinas y en vez de darle oportunidad a otros, se quedan placenteramente sentados en el aparato, embelesados mirando el móvil interrumpiendo e impidiendo las rutinas de los demás. Hay otro que parece que es un jefe de negocio, porque mientras pedalea en la elíptica se le escucha dando órdenes y consignas telefónicas. En fin…                                                                                    

Hay un señor que yo internamente le llamo Salustiano y al cual yo admiro mucho por su constancia y deseos de vivir. Debe tener al menos 80 años. Cuando yo llego sobre las 12 del día ya él se está duchando para marcharse después de haber estado haciendo fundamentalmente Cinta. Mientras se ducha, deja toda la ropa fuera de la taquilla, ocupando el espacio de tres, como si fuera su casa.

Hay dos hermanas que parecen jimaguas y las dos parecen modelos. Son muy simpáticas al parecer. Van juntas y pasan un par de horas ejercitándose.

Hay otra, debe tener unos 50 años, muy pija (me encantan las pijas) que llega al gimnasio casi todos los días, vestida con trajecito y zapatos de tacón forrados, tiene aspecto de ejecutiva. Se cambia de ropa, hace media hora de cinta (mirando los chismes de una televisora), y otra media hora de artilugios. Termina y se va, sin mirar a ningún lado ni a nadie. Tiene tipo de dueña de algún negocio cercano. Me encanta.

Hay un viejo, que, si lo soplan, de lo flaco que está, sale volando. Ese hace un poquito de todo, salteado, según se le vaya ocurriendo, sin ningún orden y después hace media hora de yoga en el suelo y termina.

Hay una que llega ya directamente vestida para hacer media hora de Cinta. Luce pelazo negro y un cuerpo muy bonito y sus movimientos semejan a una modelo en la pasarela. Como mismo llega, se va.

Hay un aparato que son unas escaleras y es bastante fuerte. Bueno, pues hay una señora que solamente hace eso durante una hora y cuando termina no hace más nada; se va.

Hay algunos jóvenes que, por el olor que desprenden, parecen que no se han duchado en una semana.

Hay una señora gorda que viene al gimnasio con pantalón-saya, como las tenistas, y se coge los ejercicios con mucha, pero con muchísima calma. Se pasa todo el tiempo caminando por las distintas áreas. Al menos yo la veo así cada vez que echo una mirada alrededor. Me pregunto a qué viene. Pero, en fin, cada cual con su locura.

Hay algunos que cada vez que terminan una serie de 20 repeticiones en un aparato, se trasladan al otro caminando como si hubieran hecho 200.

Hay otros y otras a los cuales yo los llamo ¡¡¡toca c……!!! ¿Por qué? Porque a mi me recomendaron al principio un orden de aparatos a hacer diariamente y las frecuencias. Pues estos camaradas los hacen en el orden que les da la gana y se te “atraviesan” en tu camino. Yo les huyo.

Y luego, hay un instructor que cuando da sus clases en una pista externa, pone la música muy alta y forma tremenda gritería.

Y, por último, para no cansarlos, hay un viejo como de 70 años aproximadamente, medio gordo, con media calva, barrigoncito, que llega al gimnasio, con sus camisetas de colores y letreros llamativos, se pone a oír música con sus auriculares (no inalámbricos) y anda observando a todo el mundo; el tipo se cree que es una mezcla de Kevin Costner con La Roca. Habla poco, pero es muy orgulloso; va por ahí diciéndole a todo el mundo que es músico y que ha tocado con y en sepetecientos lugares. No sé qué se cree. ¡Ja Ja Ja!

En fin, es el mundo de los gimnasios en donde, eso sí, casi todo el mundo va a buscar salud y bienestar. Yo al menos estoy muy contento. Por cierto: ya todos me contestan los buenos días.

Si alguien se reconoce aquí, que no se lo tome a mal. Este escrito es un pequeño homenaje a mis colegas gimnásticos a los cuales, en el fondo, les tengo mucha admiración.

No pierdan tiempo y apúntense a un gimnasio. Se pasa muy bien y se sale nuevo.



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martes, 18 de febrero de 2025

Reflexiones de Gimnasio 1

 













Reflexiones de Gimnasio 1

“Blood Sweat & Tears” 

    Asisto a un gimnasio de Vigo dos o tres veces a la semana. Una vez que empiezo mis rutinas me pongo a escuchar mis músicas preferidas del día. Hoy me dio por oír la música del segundo LP del grupo “Blood Sweat & Tears” (Columbia 1969) el cual he escuchado más de mil veces, y enseguida conecté con mi juventud, con mis 17 años.

    Hay quien dice por ahí que “…se debe vivir el presente y olvidar el pasado, que pasado está…”, etc. Lo siento. Yo cuando me pongo a escuchar estas músicas me transporto. Recuerdo que este LP, estéreo, lo escuché por primera vez en la Escuela Nacional de Arte (ENA) de La Habana, Cuba, en la cual yo era alumno interno de la escuela de Música. En aquel tiempo estudiábamos en tres o cuatro casas-chalets asignadas a ese fin. En una de ellas (posteriormente demolida para construir el llamado Palacio de las Convenciones de La Habana) estaba la Biblioteca de Música y ella también se impartían materias teóricas de música. Había uno o dos tocadiscos Estéreo.

    Ese LP estaba calientico, casi recién salido en EE.UU. y llegó a nuestros oídos gracias a nuestro colega de estudios Pablo “El Americano” Menéndez, que por entonces compartía internado con nosotros. Él era hijo de la famosa cantautora norteamericana Bárbara Dane y por eso, en aquellos años convulsos (y en Cuba ¿cuándo no han sido convulsos?), el podía viajar anualmente a su país, de vacaciones y a su regreso el compartía sus “tesoros” musicales con todos nosotros sus colegas de estudios. Recuerdo que aquel LP lo escuchamos casi en secreto porque nuestros maestros eran muy academicistas y rechazaban la música popular de todo tipo. Aparte, aquella era LA MÚSICA DEL ENEMIGO “que nos quería neocolonizar culturalmente”.

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Wikipedia:

“…Publicaron su disco más exitoso, Blood, Sweat & Tears (1969), que incluyó verdaderos hits como «Spinning Wheel» o «And when I die», aparte de revisiones como la versión de «God bless the Child», el tema clásico de la cantante de jazz Billie Holiday. En estas grabaciones se plasma de forma clara y novedosa el concepto musical que animó al grupo: Bases potentes, arreglos poderosos para los metales, improvisaciones de corte claramente jazzístico y, por encima, una voz carismática e identificable. BS&T fue una de las bandas que actuó en el mítico Festival de Woodstock. El disco llegó al N.º 1 en álbumes, y obtuvo el Grammy al mejor disco R&B del año, y ello a pesar de lo ambicioso de la propuesta, incluso para los cánones de la época”.

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    Entonces hoy en el gimnasio recordé mi juventud y la tremenda impresión que me causaron las piezas de este LP. Me colonizó. Me gustó completo porque era una perfecta combinación de Clásico, Rock, Jazz y Latin. También por la calidad de sus músicos, especialmente el cantante David Clayton-Thomas. Significó un cambio en mi mapa sonoro casi hasta entonces exclusivamente relacionado con Los Beatles. A partir de ese momento empecé a oír la música de otra forma. Por cierto, escribiendo esto, estoy escuchando por primera vez lo que se supone que fue el tercer LP de la Banda (1970) y me estoy quedando tan impresionado como entonces con el segundo LP.

    En aquel entonces no había MP3 ni nada por el estilo. Tampoco teníamos a nuestro alcance grabadoras ni casetes, etc. Nada. Eso quiere decir que oíamos los discos muchísimas veces hasta reventarlos y nos aprendíamos de memoria todos los arreglos, sus armonías, solos, giros melódicos, cortes. Nos sabíamos al detalle todas nuestras piezas favoritas. Como decíamos en Cuba: las fusilábamos. Era un trabajo casi de equipo. Lo que no escuchaba un colega lo escuchaba otro y después compartíamos “descubrimientos”. Así aprendimos mucho.

    Y hoy, mientras me ejercitaba en la cinta del aparato del gimnasio, me acordé de muchos de mis compañeros que ya no están y también de los que
todavía están. Incluso, a través de la cristalera que tenía delante creo que vi pasar alguno por la calle. Hoy fui feliz.

    Quería compartirlo Uds.

    Fueron mis mejores años en aquella maravillosa escuela.

    Marcos M. Valcárcel Gregorio. Febrero, 2025.


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El Señor X

  El Señor X. A cada rato recuerdo al Sr. X.,  nuestro vecino del barrio en que vivíamos en La Habana. Este Sr. viudo, estaba tratando de ...